Un acto de traición

Redacción

Por Redacción

En los evangelios apócrifos de Jorge Luis Borges, se recomienda no exagerar el culto a la verdad. No hay hombre que al cabo de un día – puede leerse -, no haya mentido con razón muchas veces.

Compenetrado del espíritu de Semana Santa, Carlos Menem recitó fragmentos de la Biblia para justificar su comportamiento en la causa por el tráfico ilegal de armas a Ecuador y Croacia entre 1991 y 1995, que hoy condujo a prisión a su ex cuñado Emir Yoma, a quien se le atribuye el armado de los negocios sucios durante la gestión del presidente justicialista aliado del liberalismo. Mesiánico, se identificó con Jesucristo, alabado y besado por Judas, antes de ser traicionado.

El quiebre del ex interventor en Fabricaciones Militares (FM), Luis Sarlenga, movió al fiscal Carlos Stornelli, a pedir al juez federal Jorge Urso, que produjera un vuelco en la hasta aquí paralizada causa del contrabando de las armas a dos países donde supuestamente la Argentina debía velar por la neutralidad y la paz, y no hacer pingües negocios, acicateada por la primera potencia del mundo.

Como Calamaro, Menem teme que sus ex colaboradores le claven un puñal por la espalda, en un momento económico crucial, en el que uno de los principales motores para encender la reactivación, el ministro Domingo Cavallo fue uno de los firmantes de los decretos (junto con Erman González, el más comprometido, Oscar Camilión y Guido Di Tella) que autorizaron la partida de pólvora, fusiles y cañones a Venezuela y Panamá, un país que ni siquiera tiene ejército.

Uno demanda integridad a quienes pronuncian las leyes o emiten órdenes legítimas, y no explicaciones banales que tienden a incrementar el descreimiento en la clase dirigente y la sensación de impunidad.

«Que conste en actas: es un acto de traición». Temeroso de que se prolongue por diez años más su permanencia en la cárcel (algunos dicen que está resentido porque ve a Menem planear su casamiento con Cecilia Bolocco, mientras él, con su esposa enferma de cáncer, paga los platos rotos), Sarlenga «cantó».

Y lanzó perdigones con blancos focalizados. Acusó de coimero a Emir Yoma, en coincidencia con lo que había manifestado la ex secretaria de éste y ex esposa del abogado Mariano Cúneo Libarona, Lourdes Di Natale. Reveló los contactos de Emir con los traficantes Monzer Al Kassar y Diego Palleros y aludió a la complicidad de Camilión y Di Tella. Involucró a Estados Unidos (y al ex embajador James Cheek), que había embargado la venta de armas a la ex Yugoslavia, pero favorecía la postura de los croatas.

El puñal de Sarlenga abrió una herida profunda por la que se colaron otras, mostrando hasta qué punto se entrelazan los negocios clandestinos en la época del menemismo, en las que siempre intervienen entidades fantasmas.

Y algunos bancos de primera línea de Estados Unidos, como acaba de quedar demostrado en el Senado norteamericano, con el desenmascaramiento público del lavado de dinero. «Cáscaras, dentro de cáscaras, dentro de cáscaras, para disimular quienes eran los propietarios del dinero», sintetizó el demócrata Carl Levin.

Además de provocar la detención del deprimido Emir Yoma, Sarlenga hizo hablar a todos.

Camilión se animó a contar que fue Esteban Caselli (ex embajador en el Vaticano, en la actualidad colaborador del «Judas» del ex presidente, Carlos Ruckauf), quien le confesó en 1992 que Menem en persona le ordenó no despedir a Sarlenga.

El general Balza, al que no se le niega su fe democrática, admitió sentirse un «imbécil», pues se le imputa falsedad ideológica en un convenio que no firmó. Insistió en que nunca entregó armas «para vender» y en que creyó que los contingentes argentinos que viajaron a Croacia, lo hicieron para garantizar la no injerencia interna y la imparcialidad.

En sintonía subterránea con Cavallo, indicó que se tramó una ruin ingeniería mafiosa.

Si bien quiso poner a salvo a Menem, sostuvo que éste no fue bien asesorado o fue engañado, ya que firmó decretos «virtualmente dibujados».

Erman González, que ya está procesado por falsedad ideológica, tendrá que ir a declarar ante el juez en lo penal económico Julio Speroni, por contrabando calificado.

Y puede quedar preso. Entonces, también se apresuró a abrir el paraguas. El «amigo y hermano» de Menem, busca escudos protectores: reclama que todos los suscriptores del decreto desfilen por la Justicia, a sabiendas que una citación a Cavallo podría dificultad el incipiente proceso para insuflar confianza a los mercados.

La situación se complica en vísperas de la entrevista del presidente Fernando De la Rúa con el norteamericano George Bush. Urso, a instancias del fiscal Stornelli, demandó al canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, que haga una gestión al máximo nivel, ya que – según sostiene , el Departamento de Justicia de EE.UU. ha «bloqueado» los pedidos de colaboración para obtener los datos bancarios y financieros sobre el dinero mal habido de las exportaciones ilegales de armas a Ecuador y Croacia.

La ruta del dinero sería transitada para limitar las culpas, ya que en los centros de poder se teme por el temblequeo institucional si se apunta a los responsables primarios, los de máxima jerarquía, que hoy se llenan de palabras subyugantes e hipócritas, desmentidas por sus actos sujetos a la «real politik» de la globalización.

Como profetizó hace no mucho tiempo el sociólogo Torcuato Di Tella, en la Argentina habrá que abrir muy grande la boca para tragar los sapos que abundan. Después de deglutir uno gigante, el ex presidente Raúl Alfonsín, se sinceró y dijo que si rechazaba la designación de Cavallo como ministro de Economía (estuvo a un tris de ser jefe de gabinete), se rompía el radicalismo, una frontera que, jura, nunca traspasará.

Inseguros y desconfiados, aquí y en el resto del hemisferio, se ve a la Argentina como un hombre golpeado en su cabeza, que fue puesto en observación, para determinar si su recuperación es factible o no.

Arnaldo Paganetti


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