Un actor de Cinco Saltos al Colón

De chico soñaba con ganar el Oscar cuando veía las películas de sus actores preferidos en la sala del cine Español, que manejaban sus padres en Cinco Saltos. Javier Nichela es muy joven y no llegó a Hollywood, pero sí cumplió el sueño de muchos argentinos y actuó en el Teatro Colón.

Nació en Neuquén pero se crió en Cinco Saltos, donde la empresa familiar era el cine «Español». Allí Javier Nichela creció entre películas, además de tener una madre docente que organizaba grupos de teatro. Entonces, la obligada vocación era lo artístico, la actuación.

Eso lo encontró en Buenos Aires donde vive desde hace diez años, sorprendido por la ciudad y la posibilidad de cumplir sus sueños. Aquellos que lo hacían decir en su pueblo natal «quiero ganar un Oscar». Todavía no lo ganó pero actuó, entre otros lugares, en el escenario más grande del país, el del Colón, y como actor, en una ópera de Rossini, una experiencia que lo fascinó.

-¿Cómo nació la vocación que te trajo a Buenos Aires?

– En realidad siempre estoy sorprendido por lo que me pasó. Si hablamos de cine, mis viejos tuvieron el cine «Español» de Cinco Saltos, que ya no está. Eso fue durante toda mi adolescencia y me vi todas las películas más de una vez, y toda la familia hacía de todo. Incluso yo hacía la publicidad de los filmes en un auto con parlantes por las calles de pueblo, mientras algunos amigos míos me gastaban de lo lindo. Pero también dábamos funciones en Catriel, en un club sin butacas que había que acondicionar previamente con sillas.

Pero si hablamos de teatro, tengo a mi mamá, una docente de vocación que siempre organizó grupos amateur. Yo asistía a los ensayos y la ayudaba, eso me resultaba bárbaro, porque considero que ella es una intuitiva de la actuación, mientras que mi padre tiene una gracia increíble. También me encantaba actuar en el colegio y ya en sexto o séptimo grado, cuando me preguntaban cuál era mi sueño, decía: ganar un Oscar. Todo había influido y ya me gustaba la actuación. Por eso, cuando vine a Buenos Aires y estudié con maestros como Agustín Alezzo y en lugares como el San Martín, me sentí un privilegiado.

– ¿Cual es el balance de estos diez años en la Capital?

– Para venirme terminé de estudiar inglés en el Valle, y eso me sirvió para bancarme en Buenos Aires la carrera y los cursos. Sigo dando clases de inglés, incluso de teatro en ese idioma en una escuela. Me encanta la docencia. Lo cierto es que, gracias a un amigo de Plottier tuve una lista de maestros y el que más me impactó fue Norman Briski, empecé con él y disfruté mucho sus clases, un trabajo de gran compromiso que me hizo entender mucho la actuación. Luego el curso especial para actores que tomé con Alezzo en el teatro San Martin me dio mucha claridad de conceptos. Porque después te encontrás con algunos que hablan mucho y dicen poco. También estuve en la escuela de Raúl Serrano y otros no tan conocidos. Además del Conservatorio de Arte Dramático, donde ahora estoy haciendo algunas materias para la licenciatura en Actuación. El conservatorio ofrece la posibilidad de muchas materias teóricas y prácticas, que no pasa en otros lugares, además de la disciplina: todos los días de 8 a l3 hay que estar, ensayar o hacer seminarios como los de cine o clown.

Este último me sirvió para «El burgués gentilhombre» de Moliére en una adaptación que se llamó «El chancho burgués», una pieza que hicimos el año pasado en el Centro Cultural Recoleta, con mucho de murga y acrobacia también.

Había hecho cosas antes en teatros chicos, pero como profesional empecé con esta obra, y la gente, en medio de la crisis la recibió con mucha alegría. Allí usamos las técnicas del clown, porque como nunca se aprende comedia, sino que te enseñan drama, esto nos sirvió de mucho y nos olvidamos de Stanislavsky. Como decía nuestro director Claudio Gallardou: no pensar y hacer con la intuición. Fue un esfuerzo, pero resultó -como todo lo que hice hasta ahora- una experiencia muy grande. Estábamos felices.

Julio Pagani

Sin miedo a los desafíos y trabajando por el futuro

La suerte vino con su viaje a Buenos Aires, pero para el joven actor Javier Nichela es tan solo un primer tramo.

Sin ser cantante o bailarín o músico subió y sintió lo que es estar en el escenario del Colón, una suerte de puerta grande que no hay que desestimar, pero tampoco magnificar.

Fue porque Claudio Gallardou fue encargado de hacer la regie de «La ocasión hace al ladrón » la ópera de Rossini a la que el agregó dos actores como constantes en escena subrayando en diferentes personajes la jocosidad de la obra «con mucho de Comedia del Arte».

Uno de ellos fue Nichela quien debutó en diciembre pasado y se deslumbró después del primer ataque de nervios «No sabés lo que fue estar en ese escenario» ratifica.

Pero el espectáculo siguió contratado por el Gobierno de la Ciudad y se fue a los barrios.

«Imaginate el despliegue y cómo lo recibía la gente. Nada que ver con el público del Colón, que es más recatado, era una verdadera fiesta».

Después de esa experiencia no parecen asustarlo otros desafíos, con más razón cuando se confiesa amante de todo lo que sea teatro, incluida la dirección y la docencia.

Pero sabe que tiene también que salir a buscar lo suyo, para eso tiene sus estudios del Conservatorio que que le dieron una flexibilidad corporal que él ayuda con yudo y acrobacia, por eso hace las materias de la licenciatura, sigue este año actuando con el Colón y siempre aborda nuevos cursos.

Admirador del poco conocido director Javier Dolte, por su vanguardismo, de la comedia y sus posibilidades (que descubrió en «El Arliquino» de Gallardou), de actores como Dustin Hoffman o Keneth Branagh, Julio Chávez, Urdapilleta o Brandoni, el joven de Cinco Saltos admira el teatro que descubre una nueva expresividad y técnicas donde todos los elementos tengan cabida.

Así como le pasó con el espacio abrumador de Buenos Aires cuando llegó.

«Era una decisión diaria quedarme aquí, fue enorme para mi cabeza, hasta que me fui adueñando y me pude adaptar». (J. P.)s


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