Un autócrata que no está dispuesto a irse

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DAMASCO.- El presidente sirio Bashar al Assad es un autócrata dispuesto a defender por todos los medios su poder, echando mano de la brutalidad para aplastar las protestas, pese a que le gusta darse aires de reformista contrariado por los conservadores de su clan. Este médico de 45 años, miembro de la comunidad alauita, una rama del chiísmo, ha enviado al ejército a acabar con la revuelta en diversos puntos de Siria. La represión se ha cobrado más de 1.300 muertos desde que comenzó el movimiento, el 15 de marzo. Al Assad pensaba haber respondido a las demandas del pueblo al anunciar en abril reformas, entre ellas el levantamiento del estado de emergencia. Sin embargo, los opositores mantuvieron su movilización, pidiendo el fin del régimen. Ayer prometió más reformas que podrían poner fin a la hegemonía de su partido, el Baas, y reiteró que terminará con el “caos”. Bashar al Assad no estaba destinado a suceder a su padre. Sin embargo, la muerte en 1994 en un accidente de automóvil de su hermano mayor Basel, educado para ser el sucesor, cambió su vida. Junto con su padre Hafez, entonces presidente, Bashar tuvo que aprender “el oficio”. Progresivamente escaló en la jerarquía militar, fue ascendido a coronel y empezó a gestionar asuntos políticos. Candidato único a la presidencia en el año 2000, un mes después de la muerte de su padre, fue nombrado también comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y secretario general del partido Baas, y fue electo presidente con 34 años. Recién llegado al poder inyectó una dosis de libertad en el régimen, una estrategia que terminó meses después y cuyo fin atribuyó a la presión de los caciques del Baas. El presidente sirio se inspira del modelo chino, proclamando que “las reformas económicas van antes que las políticas”, y dijo en 2003 que los opositores habían “entendido mal” sus declaraciones sobre la democracia. Frente a las críticas de Occidente, Assad reforzó vínculos con Rusia, China e Irán.