Un Banco Mundial opositor

A diferencia de los técnicos del Fondo Monetario Internacional, organismo que según sus críticos es un nido de halcones neoliberales, los del Banco Mundial no suelen criticar con dureza la política económica de los distintos países. Sorprendió, pues, que al otorgar a la Argentina un préstamo de más de 4.000 millones de dólares en el contexto de un programa de ayuda de largo plazo para proyectos sociales y ambientales, entre ellos uno que prevé el eventual saneamiento del Riachuelo, haya aprovechado la oportunidad para formular una serie de advertencias muy severas. Es evidente que, en opinión de los voceros del Banco Mundial, la estrategia económica del gobierno kirchnerista podría conducirnos a un nuevo desastre, ya que no sirve para estimular las inversiones, mantiene alejado el país de las fuentes de financiamiento, impulsa la fuga de capitales, es demasiado estatizante, ha abierto «una grieta en las defensas de la Argentina contra las prácticas ilegales de lavado de dinero y financiamiento del terrorismo», ha llevado a un nivel de endeudamiento excesivo, además, claro está, de socavar la confianza de virtualmente todos en las estadísticas confeccionadas por el INDEC. En resumen, la actitud del Banco Mundial frente a la política económica del ex presidente Néstor Kirchner, que, como es notorio, es responsable de todas las decisiones significantes en dicha materia como en tantas otras, es virtualmente idéntica a la de políticos como el ex presidente del Banco Central, Alfonso Prat Gay, que milita en la Coalición Cívica y de los representantes de PRO.

Aunque es de suponer que los Kirchner han atribuido los reparos de los economistas del Banco Mundial a prejuicios ideológicos a su juicio penosamente anticuados, propios del mundo que existía antes de estallar la gran crisis financiera que a su entender provocó la muerte del «neoliberalismo», convendría que reconocieran que refleja fielmente los puntos de vista de buena parte del establishment económico internacional. En América del Norte, Europa y el Japón -y también en muchas partes de la Argentina misma- pocos discreparían con el análisis lapidario del Banco Mundial porque se basa en datos indiscutibles, razón por la que escasean tanto las inversiones, huyen miles de millones de dólares, nadie toma en serio los guarismos difundidos por el INDEC, se da por descontado que nuestro país es sumamente corrupto y así largamente por el estilo. En efecto, la imagen internacional del «modelo» que conforme a los Kirchner se verá plebiscitado el 28 del mes corriente es tan lamentable que nos está ocasionando un sinfín de perjuicios económicos. Por desgracia, no es una cuestión de nada más grave que la incapacidad oficial para convencer al resto del mundo de sus bondades, tema éste que según parece preocupa sobremanera a los intelectuales kirchneristas, sino de la realidad.

Hace poco, el ex presidente se sintió constreñido a aclarar que su «modelo» es muy distinto del reivindicado por su aliado venezolano Hugo Chávez, pero si bien su afirmación en tal sentido habrá servido para tranquilizar a quienes dicen temer que después de las elecciones se ponga a nacionalizar una cantidad creciente de empresas actualmente privadas, no fue suficiente como para inspirar mucha confianza en el porvenir de la economía nacional. La preocupación que sienten tantos se debe a la conciencia ya generalizada entre el empresariado de que el gobierno de los Kirchner no cuenta con una «estrategia» económica genuina y que por lo tanto se limita a improvisar, subordinando todo a sus propias prioridades políticas. Asimismo, la mayoría sabe que a pesar de reivindicar en cada momento el papel clave que le corresponde al Estado, los Kirchner nunca han manifestado interés alguno en mejorar su eficiencia, de suerte que sus intervenciones repetidas raramente contribuyen a resolver problemas concretos. Por el contrario, sólo sirven para sembrar más confusión, de ahí el clima de corrupción ubicua, el temor a nacionalizaciones oportunistas, los riesgos planteados por aquellas grietas en las defensas contra el lavado de dinero a las que aludió el Banco Mundial y, es innecesario decirlo, la merma de las inversiones y la sangría constante de capitales escasos de los que no podemos darnos el lujo de prescindir.


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