Un brebaje que devela secretos de familia

"El té se enfría" de Roberto Espina fue estrenada en el Teatro Lope de Vega. La propuesta vuelve sobre una herencia del teatro de todos los tiempos, pero desnudando las situaciones con humor. Propone tomarle el pelo a la vida, levantarle las polleras a la realidad y bajarles las intimidades a los pensamientos más secretos sobre una historia familiar. Son todas opciones válidas que pueden resultar saludables para quien se vea reflejado en ese espejo irreal.

NEUQUEN (AN).- En un espacio mínimo que se hace elástico hacia los costados; toma cuerpo en un rincón acotadísimo para formar otro habitáculo; es pura fantasía en unos divisorios a la derecha e izquierda de la escena: en ese marco se desarrolló la obra «El té se enfría» de Roberto Espina. El elenco del Teatro «Lope de Vega» estrenó, bajo dirección de Darío Altomaro con fuertes muestras de aceptación y afecto.

La flamante sala de diagonal España, casi Alderete, puede albergar a sesenta personas, que parecen formar parte -sin pensarlo- de la puesta, dadas sus acotadas dimensiones. Pero una vez que se produce el acomodamiento al espacio, le llega al espectador otro convite, esta vez sí complejo.

Hay que transitar bastante la historia para tomarle el ritmo a Roberto Espina, es decir descubrirle el lado al que apunta su manera de exponer las situaciones. Porque todo lo que muestra parece «un como si», un como si fuera eso que se está viendo y sin embargo no lo es. O por lo menos hay que pasarlo por la duda.

Corren en paralelo dos tiempos y dos historias de vida, que al fin y al cabo son de la misma tela de un solo traje. Alicia Fernández Rego y María Fassola encarnan dos hermanas típicamente solteronas de antaño. Por supuesto se encierran en caserón con mucamo incluido. Mauricio Villar es un «sobrino» adoptivo hijo de una doméstica que trabajó en el lugar y que luego del «traspié» se habría suicidado. Gabriela Díaz será la esposa de Villar y Pablo Aguirre se multiplicará entre el mentado mucamo, un maestro y un suegro.

¿Qué es «El té se enfría»? Una parodia lisa y llana, una sobre-actuación de estereotipos muy marcados, muy enquistados en miles de libros de teatro. Una tomada de pelo a esa herencia y a cualquier parentesco con la realidad y sus meras coincidencias. Espina dice todo lo que se le antoja, se cansa de reirse de frases hechas y las lleva a través del disloque, de la ironía extrema y hasta del cinismo disfrazado de humor, a un punto en que por fin, el observador parece darse cuenta. Puede reconocerse en ciertos perfiles de los personajes, puede despegarse, puede acompañar al autor y a los actores riéndose también de tan disparatadas situaciones.

Pero antes, bueno es alertar que hay que «pasarla negra». No es simple la cosa, no es llano el escritor ni trasparente en lo que va proponiendo y hasta engaña con premeditación y alevosía. Por eso será, tal vez, que uno mentalmente se la pasa, por lo menos media obra, criticando severamente que Fernández Rego y Fassola se hayan quedado pegadas en actuaciones y sobre-actuaciones de tiempos idos. ¡Otra vez las solteronas!, ¡el caserón! ¡Y el mucamo!

Así las cosas, cualquiera podría salir espantado diciendo: «a esa historia ya la vi» . Y es más «repetidas veces». Pero a no confundirse, porque conociendo las uñas de Roberto Espina en cualquier trama, nada de lo que está mostrando es como el cristal. Retuerce, rebusca, repuja, puja y pare algunas rarezas dignas de diván. En este caso, los hace austeros y mojigatos o castrados e ingenuos, para después levantarles las polleras y bajarle las intimidades a los más recónditos pensamientos.

Todo es lúdico, irrisorio, poco creíble, a veces hasta tal punto antipático que dan ganas de levantarse y abandonarlos a su suerte. Pero aparece oportunamente la pata de la sota, el detalle que descubre la jugada y de ahí en más el observador va por tobogán, gozando finalmente de ese argumento con envase de drama y contenido cómico.

Los protagonistas juegan y se esmeran para que así sea, que los tiempos se cumplan. Los trabajos actorales han profundizado, acompañando la manía de Espina de espiar por el ojo de la cerradura y por el ojo humano. Es un elenco fornido, laborioso, ajustado, que sabe sacarle provecho a sus capacidades.

La mano de Darío Altomaro desde la dirección es valiosa, acertada y la puesta increíble para ese acotado lugar. Para pensar y disfrutar.

Beatriz Sciutto


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