Un capital en peligro
El radicalismo gana elecciones, pero gobernar no le es tan fácil. El Estado retrocede, pero no por ahorrar sino por gastar mal.
El déficit persigue a la provincia de Río Negro como la pena al sufriente. Como aquella pena que llevó al poeta español Miguel Hernández a compararla con un perro «siempre a su dueño fiel, pero importuno».
Nada más quisiera el gobierno que librarse de seguidor tan infatigable.
Pero poco es lo que logra avanzar tras esas ganas. En gran medida, porque el deseo de lograr el equilibrio fiscal está lejos de ser una convicción en todos los niveles del gobierno. Es más: parece estar instalado sólo en el Ministerio de Economía o, más precisamente, en el ministro.
Desde allí hacia abajo, hay áreas que se colorearían más o menos si se hiciera un test de austeridad y eficiencia en el gasto. Algunas empalidecerían, pero del susto.
Lo cierto es que el Estado retrocede. Pero no por ahorrar sino por gastar mal.
Siguen existiendo acomodos políticos con sueldos altos, pero allí donde el Estado hace falta, no está:
No hay transporte escolar para chicos de chacras o de escuelas especiales, las comisarías caminan de un lado a otro del filo de la corrupción para conseguir dinero, pericias judiciales fallan por falta de capacitación o de instrumentos, los hospitales se acostumbran a que sus pacientes sufran en los pasillos haciendo colas nocturnas…
Y ni hablar de áreas más alejadas de la «vidriera», tales como la atención de chicos desamparados, de mujeres víctimas de violencia familiar, de prevención del sida, de lucha contra la depredación ilegal de especies en extinción, o de defensa del patrimonio cultural. Hace rato que son sólo sellos en un organigrama, sin margen para actuar.
Sabido es que el déficit sólo se soluciona de dos maneras: reduciendo gastos o aumentando los recursos.
Por ahora, la segunda posibilidad parece lejana, y su acercamiento depende de factores ajenos al gobierno. Es que todo el país está en una etapa de recesión y la provincia no tiene manera de establecer ventajas relativas para la actividad privada, lo que desalienta cualquier cálculo optimista en cuanto a la recaudación impositiva. Si bien la moratoria encubrirá un poco las cifras este mes, nada garantiza que en los sucesivos se mantenga estable.
En cuanto a los gastos, no todo es como debiera cuando se habla de controles y austeridad.
Basta que se «destape» un caso de irregularidades, para sospechar que, en realidad, sólo pudo existir gracias al silencio o la complicidad de esferas superiores en la escala jerárquica.
En estos días, un escándalo de proporciones estalló en Viedma, que ha dado ya coletazos en la estructura política de la Policía provincial. Pero el tema asombra no por su enormidad sino por su pequeñez.
Todo empezó por una averiguación menor por el manejo de fondos en una subcomisaría, pero de allí surgió otra cosa y otra más, y ya fue apartado de su cargo el jefe de la Unidad Regional de Policía.
Para más dato, el sargento cuestionado fue durante un año el investigador de confianza del juez en lo Penal Víctor Ramírez Cabrera, hoy licenciado por quince días a la espera de una resolución del Consejo de la Magistratura en relación con varias denuncias en su contra.
Sin Estado donde hace falta y con tamaña sensación de inseguridad en áreas sensibles como la seguridad y la Justicia, no es de extrañar que el ánimo de los rionegrinos esté tan irritado.
Muchas señales hay, en estos días, de ese clima subjetivo e inasible: desde el descontento a veces violento de los cruzados contra el peaje, hasta la vieja desesperanza de Sierra Grande y la nueva desazón de Cinco Saltos.
Ese clima, y no otro, fue el que se vivió el viernes en el Centro Cívico de Bariloche, cuando el intendente de la mundialmente conocida ciudad de los cerros nevados y los lagos paradisíacos discutió, forcejeó y escapó de un grupo de destemplados empleados municipales que reclamaban su sueldo impago.
Gobernar no es fácil. Y con poco dinero es menos sencillo todavía.
Es que gobernar, en un sistema democrático, significa imponerse sin violencia a una comunidad que acepta sin rebeldía.
Para que estas dos condiciones se cumplan nada mejor que dar señales de respeto, de austeridad, de ponerse en el lugar del otro, de anticiparse a la solución de aquello que es obligación solucionar, y evitar aquello que es obligación evitar.
El radicalismo rionegrino tiene el privilegio de mantenerse en el poder desde 1983. Su maquinaria electoral es hoy su síntoma más evidente. Más aún que un paradigma ideológico que hace tiempo no se revisa, o un proyecto político que no tiene con quién confrontar.
Pero si pierde el sentido de autocrítica, habrá perdido tanto capital como escurrido entre los dedos.
Desde la política, el juego de las ambiciones no descansa.
Cuando todavía faltan tres años para que finalice este período de gobierno, el oficialismo debate en forma excluyente si aceptará «entregarle» el primer lugar en la fórmula gubernamental al extrapartidario Julio Arriaga, o si «construirá» un candidato de las propias filas, edificado sobre una maraña de acuerdos sectoriales y repartos de poder.
Lo de siempre. Demasiado poco, cuando hay tanto desmanejo administrativo por ordenar, tanta carencia social por atender, tanto desaliento por animar, tanto esfuerzo privado por alentar, tanto por construir y abonar.
Alicia Miller
El déficit persigue a la provincia de Río Negro como la pena al sufriente. Como aquella pena que llevó al poeta español Miguel Hernández a compararla con un perro "siempre a su dueño fiel, pero importuno".
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