Un científico y su Némesis
Tenemos a la vista un par de trabajos recientes que se ocupan de un caso famoso que tuvo por escenario a la Unión Soviética de mediados del siglo XX, el conflicto Vavílov-Lysenko y la catástrofe que sufrió la biología y la agricultura de ese país en su transcurso y más allá del mismo. Por un lado, el libro titulado «El asesinato de Nikolai Vavílov». La historia de la persecución por Stalin de uno de los grandes científicos del siglo XX»; por el otro, el texto de un profesor noruego que presenta una interpretación diferente en relación con responsabilidad en la tragedia del gran botánico y sus consecuencias. El primero la atribuye, como dice el título, directamente al autócrata del Kremlin; el segundo, más que a él, a una conjura de ideólogos y funcionarios, una tesis que resulta interesante por novedosa y, por extensión, explicativa de lo que ha ocurrido a veces en detrimento del patrimonio científico de muchos países, el nuestro en primera línea.
El libro de Peter Pringle refiere cómo Vavílov (1887-1943) se perfeccionó en Europa y trabajó en Cambridge con el gran William Bateson. Desde 1916 a 1933 realizó expediciones a una cantidad de países (entre ellos Irán, Afganistán, Etiopía, China, América Central y del Sur, en Bolivia en 1932), recolectando centenares de miles de ejemplares de plantas y enviándolas masivamente a su país, siempre según su teoría de que un centro de origen de plantas cultivadas podía ser hallado en la región en la cual parientes silvestres de las plantas mostraban máxima adaptabilidad. (Amplió luego esa idea estableciendo que la región de mayor diversidad de una especie de planta representa su centro de origen, reconociendo en el planeta doce de ellos). Su objetivo personal era científico, pero sobre todo patriótico y humanitario. Las plantas domesticadas podían ser mejoradas introduciéndoles genes de las especies progenitoras y así revolucionar positivamente la calamitosa agricultura soviética, permanente sujeto de plagas y sequías en un país dependiente siempre de la importación de alimentos desde Occidente. En esta idea fue un claro precursor de lo que se practica eficientemente en la genética vegetal de nuestros días.
Los trabajos de Vavílov fueron asombrosos. Estudió y embarcó a su país desde cada zona alcanzada en sus periplos por el mundo y durante años toneladas de materiales, granos, frutos, hierbas, algodón, fibras, trigos, linos. Escribió libros, fundó centenares de institutos, organizó un centro mundial de variedades vegetales. Sus aportaciones a la agricultura soviética lo elevaron a una fama impar. Durante 1930, sus 400 institutos distribuyeron millones de bolsas de semillas seleccionadas y colocaron en producción una gran cantidad de variedades apropiadas a zonas climáticas específicas del país. Fue comparado en grandeza con su famoso compatriota Mendeleiev y se le concedió la Orden Lenin y un sitio en la Academia de Ciencias.
Pero estos éxitos despertaron críticas y celos de sus colegas científicos y de algunos especialistas opuestos a sus teorías. Y dentro de ellos apareció su Némesis bajo la persona del agrónomo Trofim Lysenko (1898-1976), un práctico que rechazaba la genética mendeliana basándose en experiencias de un horticultor llamado Ivan Vladimirovich Michurin que pretendía haber realizado el ideal de que «la agricultura soviética no dependiera más del tiempo». Reclamó que las ideas de Vavílov eran propias de los países imperialistas y de la ciencia burguesa y sostuvo ideas neo-lamarckianas en el sentido de que la evolución de las plantas es afectada en sus propiedades fundamentalmente por factores ambientales y climáticos, que eran hereditarios. Vavílov, por su parte, rechazó, basado en sus ideas mendelianas, la pretensión de Lysenko de que las plantas, puestas en un ambiente adecuado, producen semillas de otras especies, en su juicio algo que equivalía «a decir que perros viviendo en la selva dan nacimiento a zorros». Atraídos por sus ideas populistas y sus promesas de cosechas más grandes y baratas, biólogos y funcionarios soviéticos adoptaron entusiastamente sus ideas e hicieron a Lysenko director de investigaciones de la Academia. Fue el principio del fin para Vavílov y la caída de su esfuerzo denodado para hacer grande a la agricultura de su patria y mitigar las hambrunas de sus gentes. Permanentemente hostigado por Lysenko y los suyos como representante de una genética «mendeliano-morganista» incompatible con el materialismo dialéctico, denunciados sus seguidores como saboteadores y enemigos de clase, tres mil biólogos fueron expulsados de los institutos de investigación y reemplazados por seguidores de Lysenko. En 1948 Stalin, en respuesta a los ataques de científicos de adentro y de afuera contra su biólogo predilecto, adoptó oficialmente las teorías neo-lamarckianas de éste, que mantuvo su puesto hasta 1964, cuando dejó Khruschev el poder, en tanto sus seguidores retuvieron por largo tiempo sus grados, títulos y posiciones académicas. (1)
Vavílov fue encarcelado en Saratov (Siberia) en el año 1940, luego de soportar cuatrocientas sesiones de interrogatorio policial (que insumieron 1.700 horas de registro estenográfico) y murió por desnutrición en 1943. Recién en 1955, muerto Stalin, una rama del Politburó inició un proceso de rehabilitación de su figura que condujo años después a un reconocimiento total y a la designación del gran instituto de Leningrado con su nombre. (2) Actualmente la Colección Mundial por él establecida allí es un tesoro para los investigadores de especies vegetales y un depósito indispensable para el estudio de la biodiversidad en el planeta.
(1) El genetista F. Jacob, Nobel de 1965, comentó así: «Por razones puramente ideológicas y desatendiendo del valor de veinte años de datos científicos adquiridos desde todo el mundo, los soviéticos decidieron que la genética era una ciencia burguesa que debía ser desterrada de los países comunistas. Bajo orden de Stalin, la genética fue reemplazada por las teorías lunáticas de Lysenko. Los resultados son bien conocidos. Durante varias décadas, el desarrollo de la biología y sus aplicaciones, tanto en agricultura como en medicina, estuvo totalmente bloqueado en los países europeos del Este. Ellos están todavía recuperándose de esto». («La souris, la mouche et l´homme», pág. 121).
(2) Visitamos en 1986 el instituto acompañando a Manuel Sadosky, admirador constante del botánico-genetista. Allí se nos relató, entre otras cosas, una historia dramática que no podemos confirmar. Dice que cuando el largo sitio del ejército alemán a Leningrado en la II Guerra Mundial (durante el cual perecieron por inanición decenas de miles de sus pobladores), algunos miembros del instituto prefirieron morir de hambre antes que utilizar como alimento semillas para ellos valiosísimas que allí se almacenaban.
HÉCTOR CIAPUSCIO (*)
Especial para Río Negro
(*) Doctor en Filosofía
Tenemos a la vista un par de trabajos recientes que se ocupan de un caso famoso que tuvo por escenario a la Unión Soviética de mediados del siglo XX, el conflicto Vavílov-Lysenko y la catástrofe que sufrió la biología y la agricultura de ese país en su transcurso y más allá del mismo. Por un lado, el libro titulado "El asesinato de Nikolai Vavílov". La historia de la persecución por Stalin de uno de los grandes científicos del siglo XX"; por el otro, el texto de un profesor noruego que presenta una interpretación diferente en relación con responsabilidad en la tragedia del gran botánico y sus consecuencias. El primero la atribuye, como dice el título, directamente al autócrata del Kremlin; el segundo, más que a él, a una conjura de ideólogos y funcionarios, una tesis que resulta interesante por novedosa y, por extensión, explicativa de lo que ha ocurrido a veces en detrimento del patrimonio científico de muchos países, el nuestro en primera línea.
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