Un cierto estilo

Por Carlos Torrengo

Sucedió el 15 agosto del «45.

Pálido y y desconcertado, Hiroito le habló a lo que quedaba de Japón. El sueño imperial que habían acunado estaba hecho trizas.

Estados Unidos les había ganado la guerra. Incluso los había convertido en conejillos de indias del arma nuclear.

Aquel día de agosto Hiroito anunció la rendición. Y advirtió a los japones sobre las características de los días por venir:

– Tendremos que soportar lo insoportable – les dijo.

Durante años, lo que recién comenzaba a ser la ciencia política, manejó aquella reflexión. Lo hizo para definir con sabor a historia, dos tipos de situaciones:

Una: Instancias en que en un mismo esquema de decisión, hay un elocuente empate de poder entre dos o más sectores.

Dos: Instancias donde en un mismo esquema de decisión, un poder es incapaz o no tiene voluntad de sincerar diferencias con otro poder, en procura mejorar la identidad de su propio poder. Y, cuando se es gobierno, de tornar menos enfermas aquellas diferencias.

Por supuesto que avanzar en esta última dirección implica riesgos.

Riesgos en los que evidentemente no está dispuesto a embarcarse el intendente de Roca, Ricardo Sarandría.

Es un hombre de sólida formación humanística. Y no hay razones para estimar que no quiera cumplir su gestión con honestidad y eficiencia.

Pero desde lo político partidario la historia de Sarandría se proyecta con un déficit elocuente. Esa historia lo muestra decididamente obediente cuando no verticalizado, a objetables estilos de ejercicio de poder.

Fue – por caso – ministro del régimen radical de Horacio Massaccesi. Todo un sistema de poder donde la ausencia de autocrítica se compensaba con la doctrina del «soñar y hacer».

Régimen que por lo demás, se estampa en la historia sospechado de corrupción. Y sin sospecha en lo que concierne a la irresponsabilidad con que manejó las cuentas públicas.

Sarandría estuvo ahí, callado. Al menos hacia afuera del régimen.

Y como ministro participó en la payasesca y demagógica incautación del Tesoro Regional del Banco Central. Operación signada por una apabullante frivolidad.

Pero que sedujo y divirtió a miles de rionegrinos que retribuyeron reeligiendo al régimen, único objetivo de la incautación.

A posteriori, desde su gestión como legislador, Sarandría hizo del silencio una conducta al apreciar todo ese corto pero denso tiempo.

No hubo en él la más mínima señal de haber tenido que soportar «lo insoportable».

Y así, como en «La Fiesta del Chivo», con su conformidad fogoneó en favor de aquel sistema de poder.

Ahora, como intendente de Roca, Sarandría expresa una vez más su propensión a convivir políticamente en escenarios con relaciones enfermas.

Está atrapado por su incapacidad para – al menos una vez y en algo que importe al conjunto de la ciudad que gobierna -, decirle «no» al gobernador Pablo Verani.

Tan atrapado como lo estuvo en los días del régimen en relación con Horacio Massaccesi.

Así, en un año y medio de gestión en la comuna, Sarandría comprobó las limitaciones de su poder. Lo testeó contra las amplias franjas del municipio que sigue manejando el ala más dogmática del veranismo.

Y se ajustó a esa realidad. Una relación que periódicamente lo jaquea vía procesos que terminan limándole poder.

Es el choque entre dos formas de hacer política.

El de Sarandría haciendo de la reflexión y la racionalidad un método para liderar la gestión.

Y el del veranismo ortodoxo, que apelando a la acción directa para el manejo de cuestiones sociales, tiene el aval del gobernador. Y sirve a éste como contrapeso al poder del intendente.

El veranismo ortodoxo no busca consenso. Ejerce poder. Y en este caso mediante funcionarios de dudosa virtudes.

En esa relación Sarandría opaca su poder y su sistema de decisión.

Lo demostró durante la semana. Fue al reflexionar sobre un funcionario municipal, veranista ortodoxo y sospechado de poder transgredir normas y formas al punto de ordenar matar para defender a Verani, según su propia confesión.

Sarandría no sólo puso en duda las afirmaciones del funcionario, que por otra parte están grabadas. Sino que dijo que no lo removerá de su cargo a pesar de la gravedad de las expresiones.

Es más, muy nervioso, Sarandría señaló que la estabilidad del funcionario «forma parte de los acuerdos con el gobernador» Verani.

Leído en otros términos: nada puedo hacer. Aquí manda Verani.

Y hay más: colaboradores de Sarandría advirtieron a periodistas que ocupándose de este caso, se estaba perjudicando al intendente y favoreciendo la imagen de intocable que tiene el funcionario en cuestión.

Conclusión insólita.

Grotesca e imbécil en su concepción.

Es además una conclusión formulada desde una inmensa miseria de espíritu.

Porque pretender el silencio del periodismo para cubrir los déficit de decisión que tiene el intendente, es una conducta estructurada desde el miedo.

Miedo a que quede al desnudo que Sarandría soporta lo insoportable.

Claro, si es que le resulta insoportable.


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