Un cóndor se posó sobre el lago

Qué pasaba hace 100 años atrás, una semana como la que hoy comienza. De esto se trata esta columna dominical del periodista Juárez, conocedor de la Patagonia y toda su gente.

Hace exactamente un siglo, el 13 de mayo de 1901, el presidente Julio A. Roca y su ministro de Marina Onofre Betbeder suscribieron el decreto que autorizó a don Carlos Wierderhold para «navegar con lanchas y un vapor de 40 toneladas el lago Nahuel Huapí».

En realidad El Cóndor (que años más tarde Otto Meiling llamaría –entre desdeñoso y enternecido- El Cachirulo) resultó ese vapor pero de 60 toneladas y que, curiosamente, ya navegaba orondo y anticipadamente desde el mediodía del 12 de febrero de 1900.

La portentosa y sobre todo veloz -para entonces- nave, puso la estridencia de su grave silbato cada vez que soltó amarras e hizo numerosos viajes durante el verano inmediato a su botadura en Puerto Blest. Su perfil de proa casi pesquera y de chimenea fumadora, surcó las aguas profundas del lago. Esos cruceros que ahorraban buena parte del tiempo de las navegaciones a vela contra viento que demandaban hasta tres días de navegación entre Blest y San Carlos, constituyeron el mayor alboroto de la región en los primeros meses del novecientos. Mientras tanto, el expediente recorría la burocracia porteña. Entre los considerandos se había establecido que, si bien Wierderhold no ofertaba nada al gobierno, tampoco le produciría erogaciones. De manera que tampoco resultó molesto para las partes que el decreto obligara al beneficiario se ocupara -sin cargo para el Estado- del traslado de correspondencia entre los pocos e incipientes puertos lacustres.

El Don Carlos peticionante –y finalmente beneficiario- era nada menos que un joven empresario comercial que llegó desde Puerto Varas (en el lago Llaquihue, Chile) junto con sus hermanos Germán y Rodolfo Wierderhold y se asentó para erigir un galpón para acopio de lana en la orilla sur del lago junto, a un arroyo y en donde hoy se yergue el Centro Cívico. Carlos había nacido a la vista del volcán Osorno el 22 de julio de 1865 y tenía 30 años cuando conoció a Federico Hube, cliente de su padre alemán (Guillermo,) dedicado a temas de exportación. El también alemán Hube vivía en Osorno pero tenía un potrero de invernada en un brazo del lago Nahuel Huapí (por deformación se llamó más tarde Potrero Huber). Fue él quien entusiasmó a Wierdelhold para instalarse de este lado de los Andes. Lo hizo en 1895. Y ya que usar las aguas de lagos y ríos significaba para abaratar el transporte de mercadería, dos años más tarde y para estudiar comarcas y posibilidades, este pionero unió a remo Puerto Montt con Carmen de Patagones. Tardó menos de dos meses, en pleno invierno, superando los rápidos en un pequeño bote que le construyó el mapuche isleño Bernardo Güenul y acompañado por el naturalista sueco Pedro Dussen. La proeza casi naufraga en la desembocadura del Traful en el Limay, turbulento río este último –ahora sosegado por represas- que en abril de 1881 ya había dado cuenta de la balsa que -aguas abajo- tripulaba el teniente Alberto M. Biedma, ayudante del general Conrado Villegas, y cuatro soldados de la campaña, felizmente salvados.

De Patagones, Wierdelhold siguió en vapor a Buens Aires, se entrevistó con Francisco Pascacio Moreno, visitó la oficina de tierras y se convenció que pronto el progreso marcharía en dirección al lago. Volvió a Chile y se asoció con un capitalista de Bremen, un tal Hachelís. Este apellido con el de Hube, también iban a tener que ver con el surgimiento de El Bolsón. Otro Hube (Jorge), pionero del Valle Nuevo y también de las plantaciones de lúpulo en ese paraíso cordillerano -y de la fabricación de la primera cerveza que se bebió al pié del cerro Piltriquitrón-, se casó con una hija de la viuda que desposó Carlos Wierdelhold. En aquellas andanzas a Hube lo acompañaba Otto Typp.

Infatigable, Wiederhold resultó el responsable de estudiar –junto a José Tauschek, el alemán que también se estableció junto al lago, más al sureste de San Carlos- el futuro camino del paso Pérez Rosales.

Y fue por allí donde llegó el pionero chileno-germano con un barco. Es decir, con ese Cóndor que se posaría sobre el lago.

Descendientes de Wierdelhold que visitaron Bariloche en 1985 relataron a quien esto escribe que El Cóndor no se mandó a construir en Valdivia sino que se lo compró allí y enseguida navegó hasta Puerto Montt, el lugar elegido frente a la isla Tenglo para desarmarlo. Por los caminos rudimentarios de la cordillera se montaron las partes mayores sobre trineos gigantes de troncos y se embarcaron en balsas cuando hubo que pasar los lagos Llanquihue y De Todos los Santos.

La epopeya duró nada menos que ocho meses. Poco más de cinco años después, una extensa crónica espontánea de José Varas enviada desde Puerto Blest y que publicó La Nación el 2 de abril de 1905, relataba la heroica travesía.

Si bien es cierto que la evocación de Varas sostiene que el empecinamiento por poner un vapor en el Nahuel Huapí fue de Federico Hube y que el vapor se mandó a construir «en los talleres Behrens de Valdivia», nada desmerece el esfuerzo de los socios en la empresa (que para ese tiempo de 1905 ya era la Chile-Argentina) pero derrota la versión de la compra directa de un barco.

El relato sostiene que mientras en los talleres de Valdivia se forjaban las piezas y se pulían las maderas, se hacía trabajo de «planchado» en los caminos cordilleranos.

La versión de Varas sostiene que El Cóndor viajó desarmado a Puerto Montt y de allí siguió el camino que quedó relatado. Esta versión, más confiable por la cercanía temporal con el suceso, sostiene que las calderas marcharon en tren hasta Osorno y de allí a Octay para navegar el Llanquihue. Pero finalmente todo estuvo en el paso justo para tropezar con nevadas «donde los chilotes fueron los héroes». En Blest se improvisó un astillero y se armó ese primer vapor. Cuando se cortaron los cables que lo sostenían, fue hacia las aguas «como flecha», según Varas, entre un hurra «estruendoso, colosal, sorbebio y rugiente como tromba» que tapó el llanto de Federico Hube. Carlos Wierderhold volvió a Bariloche en 1925 donde fue homenajeado a 30 años de su instalación en el lago. Falleció en Santiago, el día de su 70 cumpleaños de 1935.

Análisis

• Se agilizaban los preparativos para el 25 de mayo de 1940: habría salva de 21 bombas a las salida del sol e inmediata ceremonia militar en la agrupación cercana a la ciudad. La jornada incluía reparto de víveres, Te-Deum en la iglesia parroquial, desfile y concierto militar, un beneficio en el cine Central y un baile en el hotel Italia.

• El 13 de mayo de 1943 se conoció en Bariloche el acto de arrojo que el día anterior protagonizó el gendarme de laguna Frías Antonio Rodríguez quien se arrojó a las aguas para salvar a la señora Clorinda Navarro, viuda de González. Había caído a la laguna por la mala maniobra del camión en el que viajaba.

• El 15 de mayo de 1902 en campos cercanos a Bariloche Miguel Marín, domiciliado en el río Limay, encontró el cadáver de Nicolás Alaniz. Las evidencias demostraban lesiones producidas por el caballo que montaba, como quedó asentado en el acta de defunción suscripta al día siguiente por don Eduardo Beovidez. El occiso era argentino, de 47 años, casado y de profesión criador. Figuró entre los primeros pobladores de la región pero no hay datos si tenía parentesco con el comisario José Alanís, el por dos veces comisario de Bariloche de los tiempos pioneros.

Este mismo día –a las 18- pero de 1943, el Club Andino Bariloche homenajeaba a Gustavo Kammerer y a Pablo Fischer por haber vencido a la entonces virgen Torre del Catedral.

• En esta semana de 1951 la familia Lamuniere se aprestaba a bautizar a Carolina y cumplía años el niño Armando Dante Angeli mientras los muchachos de la clase 1931 estaban en cuenta regresiva hasta el 31 de mayo cuando a las 10, hora de la transmisión radial del sorteo del servicio militar obligatorio.


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