Un debate más para la historia que para la justicia

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Graciela Castagnola de Fernández Meijide lo dijo con palmario convencimiento: –En el interior del gobierno de la Alianza nunca oí hablar de si había o no coimas. Ahí, a mí no me dijo nadie. Me enteraba por lo que decían los diarios. Una hora después, José Luis Machinea habló en la misma dirección. Cansinamente deslizó que el caso “Coimas en el Senado” sólo adquirió centralidad en el gobierno de la Alianza cuando éste se iba por la acequia de la historia. Aquella ministra que hizo política sin déficit de soberbia y este ministro cuyo paso por el Estado lo dejó muy machucado deslizaron sin embargo dos informaciones interesantes. Meijide dijo que Fernando de la Rúa, líder de ese gobierno que no fue, “no quería que el tema sobornos se hablara en las reuniones de gabinete”. Dato que desacomodó la cara del expresidente. Machinea acotó desde el rostro apagado con el que nació y se irá de este mundo: “En conversación con De la Rúa y Fernando de Santibañes (jefe de la SIDE y desde donde habría salido la plata para coimear a senadores), le dije a éste que debería dar un paso al costado”. A partir de estos dos datos no es aventurado inferir que aquel presidente logró al menos en un momento de aquel fiero 2000 dos éxitos. Efímeros. Ausentes de trascendencia si se mira cómo terminó la Alianza. Uno: en el gabinete, mutis. Nadie habló de las coimas. Dos: el jefe de los espías renunció cuando él quiso. Por lo demás, la audiencia de ayer por el caso “Coimas en el Senado” siguió teniendo un desaparecido: las coimas. Es un trámite que recuerda en mucho al estilo que le impuso con algún éxito el nazi Albert Speer a gran tramo de sus declaraciones en el juicio de Nüremberg. Arquitecto de Hitler, ministro de armamentos, hablaba de Rembrandt, de su pasión por el musgo, de cómo aprovecharía la piedra que rodea al escocés Loch Ness. Pero ni palabra de Auschwitz. Aquí, ahora, en el juicio por las coimas es, sí, una prolija e interesante historia de la Alianza. Es un trámite más interesante para historiadores que para abogados. Para las defensas de los acusados, hoy el negocio es redondo. Las coimas están lejos. Ellos preguntan más por necesidad que por convicción de tener a sus defendidos bajo acoso de la ley. Y la historia saca provecho. Como cuando Machinea señaló: –¡Ah, la convertibilidad! Ahora todos son críticos de la convertibilidad… Pero cuando decidimos mantenerla, sólo un miembro del gobierno se opuso. No quiso nombrarlo. Pero se llama Rodolfo Terragno, jefe de Gabinete. Por formas y estilos de ver y hacer política, no suele cosechar afectos. Menos en ese remedo de armada Brancaleone que fue la Alianza.

CARLOS TORRENGO carlostorrengo@hotmail.com


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