Un desafío: la globalización de la responsabilidad

Por Nelson Mandela (*)

Al final del día, lo que la gente ordinaria de todos los países del mundo pide es la simple oportunidad de vivir una vida decente, de tener un albergue apropiado y comida, poder cuidar a sus hijos y vivir con dignidad, tener una buena educación para sus deberes, atención para sus necesidades de salud y acceso a un empleo remunerativo.

En suma, el reto fundamental que enfrenta a nuestro mundo en este siglo que comienza es la erradicación de la pobreza a gran escala que aún ahoga a demasiadas partes del globo y plaga a un porcentaje demasiado grande de la humanidad.

Vale la pena citar del reporte del desarrollo humano de las Naciones Unidas para 1999, con el fin de recordarnos la escala de desigualdad que existe al salir del siglo XX. El reporte señala que las «oportunidades y recompensas de la globalización se están extendiendo desigual e inequitativamente, concentrando el poder y la riqueza en un grupo selecto de personas, naciones y corporaciones, marginando a los demás.» Advierte que «cuando los motivos lucrativos de los jugadores del mercado pierden todo control, representan un reto para la ética de la gente y sacrifican el respeto por la justicia y los derechos humanos.»

El reporte también brinda cifras específicas que acentúan la distribución desigual e inequitativa. Los primeros cinco países tienen el 86% del PBI, los últimos cinco apenas el 1%; los primeros cinco dominan el 82% de los mercados mundiales de exportación y el 68% de la inversión extranjera directa, mientras que los últimos cinco apenas el 1% de cada uno de estos conceptos.

Estos indicadores globales de desigualdad pueden transferirse a las sociedades y naciones individuales. En algunos de los países con mayor riqueza pueden encontrarse grandes bolsones de pobreza y penuria. Nosotros como sudafricanos tenemos suficiente experiencia al respecto; al lado de una opulencia que se compara con cualquier cosa que pueda ofrecer el mundo desarrollado, nuestro país tiene el índice de pobreza más masivo y duradero. Estamos entre los peores países para los cuales se ha medido la diferencia entre los ricos y los pobres.

Nuestra situación es en gran medida resultado de décadas y siglos de colonialismo y gobierno racista. Ahora que hemos alcanzado un gobierno democrático no-racial, nuestra agenda nacional primaria es la erradicación de la pobreza. El movimiento de liberación ha llegado con votos al gobierno con el simple pero titánico mandato de construir una vida mejor para todos. Aunque hay agudas diferencias entre nuestros partidos políticos, el punto común de acuerdo es que no podemos vivir con tal pobreza y desigualdad.

Lo que rápidamente hemos aprendido, sin embargo, es que el destino económico de un país no está únicamente en sus propias manos. En el mundo globalizado en que vivimos, los eventos en un rincón del planeta pueden tener un inmenso efecto sobre las fortunas de otros muy lejanos y no involucrados en absoluto en estos eventos. Nuestro gobierno, a través de su muy capaz e internacionalmente respetado ministerio de finanzas, conduce una política fiscal muy prudente; aun así, en nuestros primeros cinco años, con frecuencia encontramos situaciones fuera de nuestras manos ejerciendo presión sobre la economía y complicando nuestros esfuerzos por mejorar las condiciones materiales de nuestros pobres.

Este estado de las cosas debe recordarnos que al afectar el destino mutuo de los demás, también tenemos una responsabilidad común en el mundo por encarar la pobreza como nuestro mayor reto individual. La simple dependencia del mercado para erradicar automáticamente la pobreza y la brutal desigualdad es una grave falacia.

Todos sabemos que el mercado, con todos sus beneficios no puede, como está, resolverlo todo. Si un bien conocido financiero internacional como George Soros advierte en su libro sobre la crisis del capitalismo global y del impacto negativo de los mercados financieros no regulados, debemos tomarlo en serio.

Si de la noche a la mañana, como resultado de la agitación en los mercados financieros, 17 millones de personas en Indonesia caen en la pobreza, si un millón de niños en aquella región no podrá regresar a la escuela, si en todo el mundo 1.300 millones de personas viven con menos de $ 1 diario y 3.000 millones con menos de $ 2 por día, si 1.300 millones no tienen acceso al agua limpia, 3.000 millones no tienen acceso a los servicios de sanidad, 2.000 millones carecen de acceso a la electricidad, si todo esto es así, ciertamente no podemos continuar nuestras vidas como acostumbramos.

La inclinación a señalar nuestras carencias y problemas sin movernos hacia una acción concreta no es, sin embargo, muy útil tampoco.

En Africa, por ejemplo, existe la creciente conciencia de que nuestra causa no será auxiliada simplemente quejándonos de los males del colonialismo y de la explotación neo-colonial. Cada vez más los líderes africanos están creciendo al reto de tomar la responsabilidad primaria por el destino del continente. Esto, nos damos cuenta, comienza con un buen gobierno, respeto por los derechos humanos, políticas económicas y administración sensata, y la erradicación de todo tipo de corrupción auto-servil.

Todos vivimos en un vecindario global, y no es del beneficio a largo plazo para nadie que existan islas de riqueza en un mar de pobreza. Necesitamos también la globalización de la responsabilidad. Sobre todo, ése es el reto para este siglo que comienza.

* Nelson Mandela fue presidente de Sudáfrica, recibió el Premio Nobel de la Paz en 1993 por su larga lucha contra el «apartheid».

(c) 1999, Los Angeles Times Syndicate.


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