Un don nadie

Mediomundo

Hace años que perdí la esperanza de lograr algo con mi vida. De alcanzar algún título nobiliario o académico, alguna medalla al mérito. Llegué a la conclusión de que no todos los caminos conducen a Roma, y que unos hemos nacido para el anonimato sin esperanza, y otros para cobrar al contado sus quince minutos de fama al canal correspondiente.

A propósito: imagino que eso reclaman los torneos de colas en Las Grutas o Mar del Plata. Y, de paso, también los bobos que aplauden como focas ante el espectáculo circense. Lo mismo pretenden los pobres pibes de Gran Hermano, encerrados en una burbuja, llorando por nada, apretando los bíceps mientras ponen carita de «qué profundo, che».

De pronto lo incorrecto se ha vuelto sospechoso. Rebeldía no es llevar un arito en el ombligo como la estrella pop que hace lo que hace porque se lo exige su jefe de marketing. Rebeldía, apertura mental, noción de cambio o como quieras llamarlo, es aprender a tocar el piano de grande. Cambiar el curso de los acontecimientos. El mundo contemporáneo hizo de lo alternativo un uso. Todo sabe igual. De manera que opto por la ruta del paria: lejos de una clase social determinada, de una actividad que pueda ungirme de cualquier modo, de un sueño que aspire al éxito y no a la satisfacción.

La vida no fluye únicamente por los moldes. Para dar un primer paso al costado alcanza con saber que después del amor a veces no queda nada, que una hora de caminata equivale a cinco kilómetros de ruta y que la paz es una quimera.

Hay otros caminos. Otros sueños. El mapa de la existencia es el más imperfecto de todos. El desesperado afán de los hombres de vendernos un modelo deviene de su ambición y de sus propios miedos internos.

Es más fácil aferrarse al show de las colas, a la lastimosa imagen de los grandes hermanos, a los premios, a los diplomas, a las ganancias en moneda fuerte, a fin de que todo resulte predecible, que apostar por uno mismo.

(¡Flaco, qué mal te quedan esos pantalones amarillos! Sí, ¿y qué? Y qué.)

Siempre estamos al tanto de historias que no transcurren sobre las carriles «naturales». Un pescador escribe historias para niños, según leí días atrás en Clarín; un par de actores fantásticos vive prácticamente de sus cultivos en Beltrán; un tipo levanta un molino de viento en la Patagonia; otro escribe su diario de viaje en una página web.

Tal como están las cosas resulta muy difícil saber para qué fue creado cada uno de nosotros. Cuál es el fuego interno que nos quema. Cómo hacerlo si antes de tiempo nos inscriben en la universidad y sin ser capaces de decir amén ya nos tatúan en la frente una religión. O, peor, la pobreza nos dicta su amarga lección cotidiana.

Obviedades. Un auto no es la única movilización en plaza. Un título no es la única carrera. El matrimonio no es la única forma de familia.

Los maestros zen dicen que a veces un buen cachetazo ayuda al pupilo a comprender. Yo creo en el poder de la música. Aprendo de ella. Basta dejarse elevar por su influjo para empezar a volar de veras. Así de simples y peligrosos son los sueños.

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar


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