Un encanto que viene desde la cuna
PARIS (Por Pablo Perantuono, desde Roland Garros).- Roland Garros queda en Boulogne, uno de los barrios más sofisticados y chic de París, lo que ya es decir mucho.
Rodeado de embajadas y muchísimo verde, tiene una similitud importante con el barrio de Palermo en la Capital, o con algunos de los mejores sectores de la región, claro que sin montañas a la vista.
Pese a su desmesurada presencia, las ocho héctareas del club lo convierten en el menor de los complejos de los torneos de Grand Slam. Es por eso que su organización lucha con el fisco de la comuna de París, para que le ceda algunos de los terrenos estatales que lo rodean.
Quieren ganar cuatro héctareas más y así construir un nuevo estadio, techado y moderno, de manera que la lluvia ya no sea un motivo de espera y postergación. Los organizadores tienen algunos elementos a favor y otros en contra. Como activo cuentan con la probable designación de París como sede de los Juegos Olímpicos del 2012, un acontecimiento que ha volcado a los parisinos a las calles.
Contar con un estadio techado sería clave para conseguir la sede. Pero en contra cuentan la resistencia de muchos vecinos, que no solo miran con cierto recelo este sector ABC1 y lujoso del suroeste de la ciudad, sino que no quieren que sus terrenos, los de los bosques de alrededor del estadio, sean entregados. Aquí el espacio verde cotiza en oro y los jardines de Boulogne son los pulmones de París. De hecho, enfrente del club está el Jardín Botánico, un tesoro para los franceses.
Como sea, Roland Garros cobija todo el típico gusto francés, una filosofía de vida que tal vez tenga más historia que mérito moral. Aquí, es normal adquirir entradas por internet, reservar, por caso, dos plateas y, al ir a buscarlas a la ventanilla ya con el importe acreditado en la cuenta del espectador, encontrarse con que hay una sola entrada.
El vendedor contestará, sin que se le mueva un pelo: «Dentro de un mes se le acreditará la suma que le fue debitada por error». Nadie protesta. Tal vez sirva para aprender a valorar las propias miserias, esas que nos hacen sentir lo peor de la especie humana. Por más que aparezca como el adalid de la libertad, la tierra que declaró los derechos universales del hombre también soporta los atropellos más banales.
Nota asociada: Nalbandian deshizo una leyenda
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