Un fantasma

Por Jorge Gadano

Ya no se trata de aquel fantasma del Manifiesto Comunista de 1848. Ahora, como en los veinte, el fantasma que recorre Europa es el del fascismo, que se corporizó ante el mundo con la victoria de Jean-Marie Le Pen en las elecciones presidenciales de Francia del 21 de abril. Pocas veces un segundo lugar puede ser tenido por victoria, pero es así en el caso francés. El abrazo del primero y el tercero en los comicios -Jacques Chirac y Lionel Jospin- no es un resultado del amor sino del espanto ante la posibilidad de que «la France» de la igualdad, la libertad y la fraternidad, caiga en manos de un nacionalista, racista y antisemita como el líder del Frente Nacional.

Había señales evidentes en el territorio europeo de que un fenómeno así se podía producir. Después de los comicios que encumbraron al filonazi Joerg Haider en Austria, la extrema derecha obtuvo resultados estimulantes en Holanda y Bélgica. Y en los partidos derechistas que, con Aznar y Berlusconi, gobiernan en España e Italia, por más que vistan ropas liberales, hay huellas de los regímenes autoritarios que padecieron esos países en la primera mitad del siglo XX. ¿Qué falta? Que en las elecciones de julio próximo la socialdemocracia alemana vuelva a perder el poder frente al derechista partido demócrata cristiano. Se comprende entonces el miedo de Tony Blair a que el fascista Partido Nacional de su país crezca en las elecciones del dos de mayo.

La historia, como siempre, se repite. Otro nacionalsocialista que ponía a su país sobre todo, Adolf Hitler, era un marginal en los años dorados de la república de Weimar, después del fracaso de su golpe de Estado a fines de 1923. En aquellos años el principal diario del país, de orientación liberal, el Frankfurter Zeitung, decía de él que «Hitler no tiene pensamientos» y lo caracterizaba como «un necio peligroso».

En las elecciones de mayo de 1928, apenas cinco años antes de que el «necio peligroso» se alzara con la jefatura del gobierno del Reich, fueron claros ganadores de las elecciones al Reichstag los partidos de izquierda, socialdemócrata y comunista. El NSDAP (partido nazi) apenas alcanzó el 2,6% de los votos. En los barrios obreros su performance fue peor, pero consiguió -en eso también hay una notable similitud con el FN de Le Pen- algunos resultados alentadores en zonas rurales. Con sólo doce bancas, Goebbels pudo decir entonces «vamos a entrar en el Reichstag como el lobo en medio del rebaño».

Le Pen dijo, después del triunfo, que él es «de izquierda socialmente, de derecha económicamente y de Francia naturalmente». Para cualquier observador medianamente inteligente, Le Pen es un enemigo a muerte de todo lo que la izquierda representa. Pero, como su ilustre antepasado alemán, trata de hablar un lenguaje que sea del gusto de una mayoría agobiada por la pérdida del orgullo nacional frente a la potencia hegemónica, el desempleo en aumento, la inseguridad, el crecimiento de la delincuencia y la «invasión africana». En el breve discurso que pronunció al ocupar su banca en el Parlamento Europeo, Le Pen sintetizó en dos minutos un mensaje nacionalista y antisemita refiriéndose a la cuestión palestina: «Cualquier persona de sentimientos, sobre todo un francés, se tiene que sentir conmovida por lo que está ocurriendo en Medio Oriente. Francia protegió ese lugar santo durante años, pero Francia y la Unión Europea están ausentes en el conflicto desde que están a las órdenes de los Estados Unidos…».

Después de la crisis mundial que siguió al estallido de Wall Street en octubre de 1929, nada fue igual en Alemania. Como en ningún otro país, la crisis abrió en el Estado democrático una profunda grieta que facilitó la penetración del nazismo. En enero de 1930 los desocupados fueron más de tres millones, el 14% de la población con aptitud laboral.

En setiembre de 1930 los resultados de las elecciones al Reichstag produjeron el efecto de un cataclismo similar al que vive Francia hoy. El partido del «necio peligroso» había saltado del 2,6 al 18,3% de los votos. De pronto, ante la estupefacción general, se convertía en el segundo partido de Alemania. Después, la llegada al poder fue un paseo.

Ian Kershaw, biógrafo de Hitler ya citado en esta columna, escribió lo siguiente: «Hay ocasiones que señalan el punto de peligro para un sistema político, en que los políticos no son ya capaces de comunicar, en que dejan de comprender el lenguaje del pueblo al que supuestamente representan. Hitler …podía hablar en un lenguaje que cada vez entendían más alemanes: el lenguaje de la amarga protesta contra un sistema desacreditado, el lenguaje de la renovación nacional y el resurgir. Los que no estaban firmemente anclados en una ideología política alternativa, un medio social o una subcultura confesional encontraban cada vez más embriagador este lenguaje».

Lo más probable, en Francia, es que Chirac gane el 5 de mayo. La Quinta República, por lo tanto, sobrevivirá al sofocón. Pero el caso Le Pen debe servir para que todos aprendamos. El fascismo, torpe y brutal, tiene tanto más posibilidades de hacerse del poder cuanto mayor es la degradación de un pueblo por causa de la miseria y la humillación. Por eso, en la Argentina, el caso francés no debe verse como un episodio lejano y ajeno. El fantasma anda por todas partes.


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