Un hombre de dos mundos que guardó bien sus secretos
Carlos Castaneda fue un misterio durante años para los estudiosos que no supieron cómo catalogar su obra. Odiado por unos, amado por otros, sin duda marcó la contracultura de los sesenta. Margaret Runyan, su esposa, trata en "Un viaje mágico con Carlos Castaneda" de brindar un poco de luz sobre la vida de este polémico personaje
Buenos Aires.- El escritor mexicano Octavio Paz fue el primero en denunciar la falacia de pretender juzgar en términos «científicos» a la obra de Carlos Castaneda: la poesía, como las parábolas del antropólogo y de su guía en el mundo de la brujería, Don Juan, no responden a los criterios de validación positivista.
En «Un viaje mágico con Carlos Castaneda» -recién publicado por la casa Obelisco-, quien fuera durante años su mujer (y luego su esposa), Margaret Runyan, insiste en esa dirección, a pesar de las revelaciones de trastienda que -flaco favor- reforzarán, con toda seguridad, los prejuicios de los profesionales.
«Las enseñanzas de Don Juan» y los libros que sigueron («Una realidad aparte», «Viaje a Ixtlán», «Relatos de poder», «El don del águila», «El conocimiento silencioso», «El arte de ensoñar», etcétera), constituyen una de las sagas fundacionales de la contracultura sesentista.
El académico -antropólogo- devenido escritor y chamán gracias al uso controlado de ciertas drogas, y al acceso a un saber oculto entre los toltecas mexicanos, funcionó como ideal de toda una generación, inclinada hacia el radicalismo político y la introspección lisérgica.
Castaneda -que se decía oriundo de Brasil- había pasado a la inmortalidad con «Las enseñanzas…», el relato de su iniciación al mundo de la brujería yaqui, publicado en 1968. Si aquel volumen llegó a las librerías en el momento exacto (la crisis de protocolo de las ciencias sociales, las reivindicaciones multiculturales, las formas de vida «alternativas»), la muerte de su autor, hace casi dos años, cerró la parábola.
Y curiosamente, su ex mujer es quien se ocupa de despejar la bruma: «Carlos César Salvador Arana Castañeda nació en Cajamarca, Perú, el día de navidad de 1926, hijo de un relojero y orfebre llamado César Arana Burungary, dueño de una pequeña tienda en el centro de la ciudad», revela en su libro.
«Su madre, Susana Castañeda Novoa, era una muchacha esbelta de ojos almendrados que tenía 16 años cuando nació Carlos. La familia de su padre había llegado de Italia y tenía raíces en San Pablo (Brasil)».
Y «su hermana, Lucía Arana, habitual compañera de juegos (de Castaneda) en la infancia, está casada en la actualidad con un empresario y vive aún en Perú».
Con todo, jamás se sabrá si don Juan Matus, el brujo que fue su maestro, existió en algún tiempo y lugar. Esa es la virtud de su empresa, y también su fracaso. Porque en esos relatos, ambientados bajo la intemperie de los desiertos mexicanos, hay filosofía. Castaneda no ignoraba la fenomenología de Edmund Husserl ni los «juegos lingüísticos» de Ludwig Wittgenstein. El mundo no es más que «una descripción».
«Tal como me acuerdo ésta fue la primera vez que él (por don Juan) me habló intencionalmente acerca de algo que hacía conmigo desde el principio de mi aprendizaje: hacerme entrar en un incomprensible estado de conciencia que ponía en tela de juicio mi idea del mundo y de mí mismo», escribió en «El arte de ensoñar».
Si para conmover esos fundamentos, en un principio don Juan había echado mano al recurso de los alucinógenos, las enseñanzas continuaron después por otro camino. Pero era claro (y la época ayudaba) el interés por las drogas. Después de la lectura de sus dos primeros libros, miles de jóvenes se lanzaron al desierto sólo con una mochila para encontrar el peyote y los hongos milagrosos, los que abrirían «las puertas de la percepción».
Otros entendieron que detrás de esa parafernalia se escondía una idea del mundo: que el mundo, precisamente, no es sólo un producto más de la acomodación sensorial, que la acomodación sensorial no es un dato previo al mundo sino una construcción lingüístico-sensorial.
Don Juan dixit: «El mundo es tal como parece y sin embargo no lo es. No es tan sólido y real como nuestra percepción nos ha llevado a creer, pero tampoco es un espejismo. Nosotros percibimos. Pero lo que percibimos no es un hecho del mismo tipo, porque aprendemos qué percibir».
En «Un viaje…», Runyan da cuenta de la admiración de Castaneda por el novelista inglés Aldous Huxley, y del desprecio que le produjeron siempre los «beatniks», y en particular el «gurú» del LSD, Timothy Leary y su ladero, Richard Allpert.
A su juicio, unos y otros no eran más que filibusteros. El tiempo le dio la razón: el interés por la brujería -según su ex mujer- le venía desde sus tiempos en Perú (Cajamarca es una zona donde abundan los brujos y curanderos), pero no se trataba de diversión o rélax new age, sino de conocimiento.
¿Importa si don Juan existía o no existía? Runyan cuenta que Castaneda le dijo un día que simplemente había desaparecido, se había ido de «este mundo». «Estaba claro que no quería hablar del tema».
Pasó el tiempo. Castaneda ya no era un aprendiz. Era un brujo. Y aquel saber milenario quedó en sus manos y en la de sus discípulas. En sintonía con los nuevos tiempos, se organizaron como una empresa.
El relato de su mujer se detiene unos años antes, la última vez que lo vio, después de una conferencia. Se dieron un largo abrazo después de años de desencuentros. Luego Castaneda se subió a un auto y se alejó para siempre. Acaso haya dado el salto que une este mundo al otro.
Pablo Chacón
Buenos Aires.- El escritor mexicano Octavio Paz fue el primero en denunciar la falacia de pretender juzgar en términos "científicos" a la obra de Carlos Castaneda: la poesía, como las parábolas del antropólogo y de su guía en el mundo de la brujería, Don Juan, no responden a los criterios de validación positivista.
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