Un libro me está buscando

A ver… un montón de libros me esperan. Quiero leer algo, no sé qué, o sí, y estoy segura de que me voy a enterar cuando lo encuentre. ¿Dónde está «ese» libro?

Empiezo a recorrerlos, mis dedos son un piano torpe sobre sus lomos. Aquí, aquí, dice uno. Es «El silencio de los corderos». No, don Thomas Harris. No estoy para Aníbal «el caníbal» Lecter. Sorry.

Y yo, y yo, me llaman, mientras sigo pasando lomos y tomos que conozco, buscando, buscando el libro que quiero, que me quiere.

Epa! ¿Qué es esto? «El Tao de los líderes». ¿Qué les parece? Un norteamericano, el señor John Heider, ha adaptado el milenario Tao Te-King a la mentalidad occidental, y recuerdo cuándo lo compré: cuando yo creía que podía ser una líder? seguirás esperando, amigo. Y me parece que por mucho tiempo? ¡NOOOO! Aquí me desafía de nuevo este provocador. Sabe, porque lo sabe, que por alguna razón no puedo pasar de las primeras diez páginas. Lo he intentado mil veces. Santo cielo, ¡si lo escribió el mismo autor! Devoré «El Evangelio según Jesucristo» de don José Saramago. Entonces seguí con «Historia del cerco de Lisboa». No puedo. Me puede. Cada palabra es una piedra hasta que su peso me hace dejar el maldito con una sensación absoluta de derrota. Vete, vete.

La verdad, debería ordenar mis libros, según género, autor, gustos, algo. Están ubicados según un azar que sólo ellos comprenden, porque yo no. ¿Se moverán cuando no los veo? ¿O será que están al lado de la vitrina con mi colección de piedras y duendes? Ese vejete con gorro puntudo, zapatos puntudos, nariz puntuda y boca desdentada? ese pícaro debe ser. Quizás él ha escondido el libro que busco, y lo peor es que sé que ese libro me está buscando.

Ah, mi amado, admirado Isaac Asimov. «Fundación» me tienta, pegadita al Saramago imposible. No, Isaac. No ahora. Ah. Aquí viene uno que me fascinó y es tan largo que voy de a poco? tan de a poco que me pasó una cosa horrible. «Mujeres que corren tras los lobos» de doña Clarissa Pinkola Estés clama desde su mismísima tapa: una parte de «Mujeres corriendo en la playa», de don Pablo Picasso. Bueno, lo horrible es que las voces que me gritaban, las imágenes que me conmovían, empezaron a ser sólo palabras. Una detrás de otra. Sin eco. Sin vida. ¿Seré yo? ¿Habré cerrado la puerta a la loba? Es decir, ¿me habré cerrado?

Miren ustedes, las damas se han unido. Al lado me llama Ima Sachís con «El don de arder», mujeres que salen adelante casi sólo con su imaginación y voluntad. Pero hoy no estoy para rememorar ejemplos exitosos de congéneres. Soy un asco, literalmente, con las neuronas empantanadas en una sinusitis y la piel hecha polvo. Chao, Ima. Y a usted, doctora Silvia Bleichmar, me va a perdonar, pero no quiero rememorar por qué «No me hubiera gustado morir en los noventa». Bueno, a riesgo de ser macabra, se murió bastante después; lo que no sé es si le gustó lo que le deparó a Argentina el siglo XXI.

¡Siglo veintiuno! Este formidable Eric Hobsbauwn le cuenta a doña Silvia, en «Guerra y Paz en el siglo XXI» que tampoco le hubiera gustado este siglo. Paso, don Eric. ¿Dónde estás, libro que necesito ahora, libro que me estás llamando?

¿Será este estrambótico Ignatius, mi héroe de «La conjura de los necios»? Mmm? lo voy a separar. Quién sabe? ¿Y si vuelvo a mi amada ciencia ficción, si me dejo de dar vueltas y disfruto otra vez de cómo Philip Dick me sacude las neuronas empantanadas con esos cuentos increíbles? Y sí, separémoslo. Y «La meta secreta de los Templarios» y «El misterio de los rollos del Mar Muerto» y? ah, como me fascinan estas cuestiones sobre conjuras y sectas, pero hoy?

Libro que busco, libro que me estás buscando, ¿dónde estás?


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