Un punto de inflexión en la historia argentina

Actualizado a las 19:50

Por Facundo Chávez Rodríguez

BUENOS AIRES (DyN) – La salida definitiva de Aníbal Ibarra del gobierno porteño se debió a decisiones erradas tomadas por el ex mandatario, a señales equívocas llegadas desde la Casa Rosada y a una presión sin tregua de los familiares de las víctimas del desastre de Cromañón. La destitución y la asunción de Jorge Telerman marca un punto de inflexión en la historia argentina y sienta el precedente de que los errores, en algunos casos, se pagan. Más allá de las valoraciones sobre la legalidad o legitimidad de todo el proceso y de las interpretaciones que hicieron analistas y políticos, el final que hoy se desencadenó en el recinto de Perú 160 fue producto circunstancias varias.

Las decisiones tomadas por Ibarra y sus colaboradores parecieron abonar el camino para que la barrera de 10 votos exigidos para la destitución se alcanzara con lo justo, sin sobrar nada. La calificación de «golpe institucional» que colgó a los legisladores -sin distinciones- lo único que hizo fue abroquelar a los opositores y empujar a los que no se habían definido a la destitución.

Maniobras de dudoso origen y más oscuro fin, como la ocurrida con el zamorista Gerardo Romagnoli o el inesperado anuncio de Beatriz Baltroc de absolver a Ibarra -reunión con Chacho Alvarez mediante y un supuesto atentado, cuyo único beneficiario podía ser el propio ex jefe de gobierno- generaron un escenario que preanunciaba la destitución. Romagnoli no pudo sostener su renuncia y tuvo que cumplir su palabra: «solidarizarse» con los familiares con su voto por la destitución, pese a que había denunciado que existía un «circo» en la Legislatura.

Ibarra -además de golpear diariamente a Mauricio Macri- zamarreó a Elisa Carrió, la desafió a que se pronunciara sobre el juicio político y arrinconó al ARI -pese a que había posibilidad de un voto por la abstención- a aprobar la destitución. El gobierno nacional, que se declaró «prescindente» del proceso, supo jugar con fuerza durante todo el proceso vía el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, que ya había conducido y era responsable de la derrota de las últimas elecciones. «En Capital, el kirchenrismo no para de perder. Le pasó con (Rafael) Bielsa. Fue candidato y terminó tercero.

Le pasó con la maniobra de (Lorenzo) Borocotó, que terminó por darle al macrismo el voto 30 para que se juzgara a Ibarra. Ahora puso las banderas del Frente para la Victoria y del PJ en la 'Plaza del Sí' de la semana pasada y perdió. Habrá que pensar todo de nuevo», reconoció a DyN un dirigente del riñón «albertista» que prefirió el anonimato. Alberto Fernández -principal artífice del respaldo a Ibarra- pareció competir con el estruendoso silencio que otras líneas internas del Gobierno mantuvieron hasta el último momento: el influyente Compromiso K y la Corriente 25 de Mayo, entre otras, jugaron demasiado discretamente y dieron aires para que el kirchnerismo, otra vez, volviera a ser definitivo para Ibarra.

El propio Néstor Kirchner llamó «amigo» a Ibarra, pero a las pocas horas no mandó a desmentir que mantuvo dos diálogos privados con Telerman para hablar sobre «gestión de corto, mediano y largo plazo». Helio Rebot actuó como todos esperaban. Votó en contra, con un sustancioso resumen del fallo, y recordó la frase de Isabel Allende sobre que es peligroso a veces encontrar la verdad. Así dejó claro que su futuro político es un apuesta a ese silencio que merodeó en algunos pasillos de la Casa Rosada. Los familiares fueron el último factor clave que terminó por torcer el destino de Ibarra.

Con métodos que estuvieron en varias oportunidades muy cercanos a la ilegalidad, supieron meter presión y evitar que una semana antes de cumplirse el plazo máximo previsto por la Constitución de la Ciudad se emitiera la sentencia. El propio Ibarra favoreció esa situación de beligerancia de los familiares encabezados por un José Iglesias que muchas veces se lo vio desbordado. Recién terminó de reconocerlo, tarde, la semana pasada en su alegato: por primera vez les pidió públicamente «perdón» a personas que perdieron lo más preciado, sus hijos, sus parejas, sus amigos, pero ya estaba todo dicho.


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