“Un remanso donde la dignidad y la ética se encuentran resguardadas”

En la edición del diario “Río Negro” de fecha 23 de junio, se refiere la historia de un desocupado estadounidense que se hiciera meter preso para recibir asistencia médica en la prisión, ya que en su condición de paria excluido del sistema no le era posible obtenerla de otro modo. Se trata de la impiedad resultante del capitalismo salvaje y que con tanto detalle cuenta el cineasta Michael Moore en su magnífico documental “Sicko”, relativo al comercio de la salud en EE. UU., ventilando una maquinaria que pone la piel de gallina al más curtido. Acababa de leer esa noticia y de ver en los ojos de ese hombre todo el abandono y la soledad, justamente cuando en mi entorno íntimo venía de ser parte de una experiencia que potenció en mí el drama que esa nota relataba. Hablo de una delicada situación por la que tuvo que pasar una de mis hijas recientemente y que –por residir ella en Cipolleti– derivó en su internación y posterior intervención quirúrgica en el hospital Moguillanski de esa ciudad. Todo aquel que tiene hijos sabe lo que significa la angustia derivada de temas de salud cuando involucra a alguno de ellos. Nada importa más en esas situaciones. Cuando a esta circunstancia se añade la incertidumbre que atravesamos los que no tenemos obra social ni cobertura privada de ningún tipo, entonces el momento es de esos que en la vida suelen llevarnos al ahogo literal y a la impotencia más descarnada. Sin embargo, aquí es entonces cuando la sorpresa irrumpe del modo más luminoso llevándonos a agradecer a la vida, en la convicción de que no todo está perdido y de que –como dijera un filósofo– el ser humano no sólo es “monstruo” sino que también es “milagro”. Es por esto que a través de estas líneas quiero agradecer desde lo más profundo de mí al Dr. Néstor Vandecabelle y a su equipo de enfermeras, practicantes y personal administrativo en general, los que con tanto amor, entrega y profesionalismo despliegan su tarea en ese hospital (amor como el que vi cuando, en la cama contigua a la de mi hija, dos asistentas peinaban cariñosamente a la señora mayor que el día anterior había regresado de una operación de varias horas). Debo decir que el funcionamiento de esa institución me impactó del modo más contundente y –sumando a lo dicho su higiene, modernidad, etcétera– creo que en nada debe envidiar a cualquier clínica o sanatorio privado. En este mundo en el que un hombre se hace meter preso para recibir la migaja de una atención médica, lo que pasa en nuestro país con la salud pública me ubica en una dimensión balsámica, en donde el respeto a la condición humana alcanza ribetes de utopía hecha realidad. En sociedades donde tanto miserable, montado en la soberbia de un título que le pagó el pueblo, lucra del modo más atroz vendiendo salud al estilo del más inmoral de los mercachifles (y sé de qué hablo), el ejemplo del hospital Moguillanski en la figura del Dr. Vandecabelle y su equipo constituye un remanso donde la dignidad y la ética se encuentran resguardadas. El Estado, lo público, la solidaridad, lo social, valores sagrados que invitan a recordar aquellos versos del poeta catalán Joan Manuel Serrat que decían: “Cuida el agua, como cuida ella de ti” para reformularlos en un concepto que podría englobarse en otra oración: “Cuida al Estado, como cuida él de ti”. Alejandro Flynn DNI 12.566.136 Neuquén


En la edición del diario “Río Negro” de fecha 23 de junio, se refiere la historia de un desocupado estadounidense que se hiciera meter preso para recibir asistencia médica en la prisión, ya que en su condición de paria excluido del sistema no le era posible obtenerla de otro modo. Se trata de la impiedad resultante del capitalismo salvaje y que con tanto detalle cuenta el cineasta Michael Moore en su magnífico documental “Sicko”, relativo al comercio de la salud en EE. UU., ventilando una maquinaria que pone la piel de gallina al más curtido. Acababa de leer esa noticia y de ver en los ojos de ese hombre todo el abandono y la soledad, justamente cuando en mi entorno íntimo venía de ser parte de una experiencia que potenció en mí el drama que esa nota relataba. Hablo de una delicada situación por la que tuvo que pasar una de mis hijas recientemente y que –por residir ella en Cipolleti– derivó en su internación y posterior intervención quirúrgica en el hospital Moguillanski de esa ciudad. Todo aquel que tiene hijos sabe lo que significa la angustia derivada de temas de salud cuando involucra a alguno de ellos. Nada importa más en esas situaciones. Cuando a esta circunstancia se añade la incertidumbre que atravesamos los que no tenemos obra social ni cobertura privada de ningún tipo, entonces el momento es de esos que en la vida suelen llevarnos al ahogo literal y a la impotencia más descarnada. Sin embargo, aquí es entonces cuando la sorpresa irrumpe del modo más luminoso llevándonos a agradecer a la vida, en la convicción de que no todo está perdido y de que –como dijera un filósofo– el ser humano no sólo es “monstruo” sino que también es “milagro”. Es por esto que a través de estas líneas quiero agradecer desde lo más profundo de mí al Dr. Néstor Vandecabelle y a su equipo de enfermeras, practicantes y personal administrativo en general, los que con tanto amor, entrega y profesionalismo despliegan su tarea en ese hospital (amor como el que vi cuando, en la cama contigua a la de mi hija, dos asistentas peinaban cariñosamente a la señora mayor que el día anterior había regresado de una operación de varias horas). Debo decir que el funcionamiento de esa institución me impactó del modo más contundente y –sumando a lo dicho su higiene, modernidad, etcétera– creo que en nada debe envidiar a cualquier clínica o sanatorio privado. En este mundo en el que un hombre se hace meter preso para recibir la migaja de una atención médica, lo que pasa en nuestro país con la salud pública me ubica en una dimensión balsámica, en donde el respeto a la condición humana alcanza ribetes de utopía hecha realidad. En sociedades donde tanto miserable, montado en la soberbia de un título que le pagó el pueblo, lucra del modo más atroz vendiendo salud al estilo del más inmoral de los mercachifles (y sé de qué hablo), el ejemplo del hospital Moguillanski en la figura del Dr. Vandecabelle y su equipo constituye un remanso donde la dignidad y la ética se encuentran resguardadas. El Estado, lo público, la solidaridad, lo social, valores sagrados que invitan a recordar aquellos versos del poeta catalán Joan Manuel Serrat que decían: “Cuida el agua, como cuida ella de ti” para reformularlos en un concepto que podría englobarse en otra oración: “Cuida al Estado, como cuida él de ti”. Alejandro Flynn DNI 12.566.136 Neuquén

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