Un sexteto para bailar milonga

Con un repertorio bailable que hace pie en la década del cuarenta.

Eduardo Rouillet eduardorouillet@gmail.com

Formado en el 2006 con el simple deseo de abarcar repertorio bailable escuchado por lo general en milongas, el Sexteto Milonguero interpreta diferentes estilos de orquestas particularmente de la década del 40, buscando darles un sonido personal. Integrado por dos violines, Marisol Canessa y Gustavo Garay, los bandoneonistas Diego Braconi y Mauricio Jost, Gervasio Ledesma en piano, el contrabajista Cristian Sepúlveda y Javier Di Ciriaco en canto, este viernes es el turno de la Sociedad Española en General Roca. “Río Negro” dialogó con Javier, tenor-voz del Sexteto, proponiéndole una frase de Chango Spasiuk –entrevista publicada en estas mismas páginas ayer-: la belleza no es la música en sí que uno toca, sino todo el ámbito que ella crea dentro del hombre, en el cual saborea, piensa, se conecta con un montón de cuestiones… “Justamente esa misma semana, hablando con Mauricio, uno de nuestros bandoneonistas que también es de Misiones, coincidíamos en los comentarios porque fuimos a verlo hace poco. Un músico a quien admiramos absolutamente por su talento, su nivel artístico, su corazón sobre el escenario”, dice Javier a “Ríonegro”, poco antes de viajar a la zona. -Ese pensamiento de Chango vale para lo que ustedes hacen y particularmente para tu trabajo de cantor. Es todo lo que suena más el contexto, ese universo inmenso que el tango y sus letras significan. -Ahora que mencionás esto quiero aclarar que no estoy respondiendo por todos los integrantes, porque sobre ciertos planteos suelen tener una visión diferente a la mía o compartirla. Pero voy a tratar de responder a nivel grupal porque el Sexteto es todo lo que citás del espacio, de la onda, el clima que generó a través de los años, en contacto con la gente. Tenemos un público que nos sigue y puedo decir que le gusta lo que hacemos… Pero no es por un músico ni por el cantante, sino por lo que generamos como grupo. Tuve mucho cuidado desde que empezamos, que armé el conjunto, de respetar eso no como algo armado o ficticio, sino bien real. El Sexteto, desde el vamos, se preocupó por encarar el viejo repertorio de orquestas de los 40 y por generar la cuestión grupal, más allá de que se distinguieran algunos músicos o quien canta, sobresalía lo popular y el conjunto. -¡Está claro! Particularicé en tu rol porque expresar, interpretar la letra, la poesía, es una tarea destacada. En aquellos años, cuando el tango estaba en pleno desarrollo y potencia expresiva, las cantantes eran tan centrales como el director de la orquesta. Por citar, Juan D’Arienzo y sus cantores Héctor Mauré, Alberto Echagüe o Armando Laborde, Alfredo De Angelis con Floreal Ruiz o Carlos Dante. -Suele pasar que llame más la atención el cantor o el director, y siéndote honesto y sincero –no lo digo con falsa humildad- siempre necesité del marco para poder hacer mi parte. Para mí es tan importante, como la letra que vos decís y la interpretación mía, escuchar al otro, que todo esté fluyendo para que yo aporte desde mi canto y me sume a la orquesta. En los 40, había estribillistas, no se cantaban las letras completas y no por mero capricho. No era para restarle importancia al texto del poeta que escribía junto a los compositores, sino para que resulte una comunión entre lo instrumental y lo lírico. Por eso me gustó siempre tanto y seguimos manteniendo ese formato de mitad del tema para los instrumentos y el resto cantado. Yo siempre me paro al costado (derecho para el espectador) del grupo, nunca estoy al frente, porque hasta a nivel físico lo necesito. Y nos hemos acostumbrado a ese modo de ubicarnos, a sentir que estamos todos al frente, todos viendo a la gente, sin el protagonismo de uno en particular. – La belleza de la música que ustedes interpretan, crea un espacio, viene de un espacio, de una época con su historia. -Es así, sin duda. Donde también se mezcla, en el caso del tango que tiene tanta carga histórica, la necesidad imperiosa de adueñarse, en cierta manera, de esas melodías, de esas letras que en algunos casos no nos ha tocado vivir. Recuerdo ahora una frase muy linda que dijo Héctor Larrea, años atrás, cuando fuimos a tocar en vivo a su programa de radio: me gusta, ustedes son irreverentes pero lo necesario… En un momento, tenemos que adueñarnos de esas grandes obras que hemos elegido. Irreverentemente tratamos de hacer nuestras versiones, de crear nuestro espacio también arriba del escenario, nuestra mirada… Sin olvidarnos jamás de estar conectados entre nosotros para que la gente reciba eso y se genere el clima que bien definía Chango. Lo cuidamos mucho. Sabemos que nuestro grupo, en un alto porcentaje, pasa por ahí, por la diversión en algunos momentos, por la profundidad en otros, el juego entre nosotros. Importa mucho lo que pasa con el público, el ida y vuelta que se arma. – Quería esquivar este punto, pero me lleva el diálogo… Necesario es también que jóvenes músicos renueven, le den su sabor a lo que tenía un sabor particular. -Absolutamente. Hay varias formas de hacerlo, muchos músicos traen sus nuevas composiciones; otros hacen nuevos arreglos sobre temas clásicos; o, como el caso nuestro, que tomamos temas que quienes van a milonguear tienen en la cabeza con el sonido de orquestas viejas y le damos un toque personal que nos ha llevado años, y nos seguirá llevando porque continuamos en la búsqueda de sumar nuestro grano, nuestra personalidad, nuestra impronta. Siempre hemos procurado como grupo que no sea la visión de un arreglador, sino que cada uno con su personalidad, su estilo, aporten desde su instrumento una onda y un toque particular que refresquen los temas viejos.

“El Sexteto, desde el vamos, se preocupó por encarar el viejo repertorio de orquestas de los 40 y por generar la cuestión grupal”, dice Javier.


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