Un tipo simple

«Hice arroz con salsa y carne porque me levanté y había para cocinar. Ahora viene a comer un amigo así que lo espero», cuenta con sencillez Mascherano. Se muestra como es. Un jean holgado, remera suelta y hojotas es toda su vestimenta. Su modestia se desprende como algo innato en el mismo. En el living de su departamento sólo tiene una foto suya, con la camiseta de River. Un sillón, la tevé y un puff. Es Javier, la antítesis de la opulencia.

Cuenta que jugó de cinco y alguna que otra vez de ocho. «¿Delantero? Nooo, nunca. Fui siempre de volante central. Lo mío es correr», se ríe. Nació en San Lorenzo, una pequeña ciudad cercana a Rosario. «¿Por qué no Central o Newell's? Tuve posibilidades pero había muchos jugadores… Quizás por el miedo a ir y no quedar». Por eso comenzó a jugar en Renato Cesarini. Llegó a la Capital a los 15 años. Pero no para sumarse a un club. «Tocalli fue a hacer una prueba a Renato y quedé. A los dos meses me llamaron para empezar a entrenar con la Selección. Después llegué a River. Es un poco curioso pero siempre se dio así», cuenta.

Apegado a su familia, sufrió el cambio. «No fue fácil. Al principio me sentía un poco solo, no tenía con quien charlar. En algunos momentos tuve ganas de dejar todo, de no renegar más y pensaba en irme a laburar al pueblo. Eso después te hace más fuerte, te ayuda a madurar», reflexiona. Cada vez que el calendario se lo permite, se va a San Lorenzo. Allá lo esperan sus padres, su hermana (26 años, casada y con dos hijos), un hermano (de 28, con un hijo y ex jugador de Central) y su novia.

Nota asociada: Javier Mascherano: «Tengo muchísimo por demostrar»  


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