Un viaje por la historia con formato de thriller

A Adrián Cairoli no le faltó audacia para debutar en la literatura con una novela que vincula episodios del mundo antiguo con una trama que sobrevuela las secuelas de la dictadura militar de 1976.

Con precisión de matemático, Adrián Cairoli montó una novela de ritmo trepidante cuyo mayor mérito es ofrecer un soporte verosímil para una historia que es capaz de colocar en un mismo plano la gesta del macedonio Alejandro Magno, la política de exterminio de Adolf Hitler, los rituales hechiceros de José López Rega y la apropiación de los hijos de desapare- cidos. “Toda la vida he sido un lector fanático de historia y particularmente me ha atrapado una serie de episodios que o bien no tienen una explicación demasiado lógica, o fueron registrados muy posteriormente al momento en que transcurrieron y no son del todo fieles o, en todo caso, fueron documentados con una intencionalidad política y por lo tanto son algo parciales”, explica Cairoli a Télam. “Hace tiempo estaba trabajando en un hilo conductor para vincular todos esos hechos y contarlos desde un lado B. La idea era generar una ficción que pudiera contenerlos –indicó–. Pensé entonces que el protagonista tenía que ser argentino y se me ocurrió que debía ser un chico de unos veintipico o treinta y pico de años que viniera de experimentar un cambio de identidad abrupto”, relató. “En ese marco, se me ocurrió la historia de un joven que se entera de que es hijo de desaparecidos a partir de su acercamiento a Abuelas de Plaza de Mayo. Me parece que el personaje ofrecía cosas interesantes para explorar, sobre todo cómo su cambio de identidad lo obliga a modificar su percepción del pasado y de todo lo que lo rodea”, explica Cairoli. “El último elegido”, recién editado por Grijalbo, arranca cuando Bruno Ferrer Lamberti recibe la confirmación de que sus verdaderos padres fueron desaparecidos por la dictadura militar: a partir de ahí debe rearmar su mapa de afinidades y distanciamientos mientras lucha por que la memoria emotiva no se interponga en el recuerdo de esos padres a los que ahora debe llamar “apropiadores”. Y cuando todavía no ha tenido tiempo para procesar la sorpresa de su nueva identidad, el protagonista se entera de que su abuelo –un reconocido arqueólogo llamado Gino Lamberti, que se suicidó años atrás– le ha legado un códice milenario disputado por dos logias infiltradas en espacios de poder desde hace siglos, los diádocos y los epígonos. Este complejo entramado histórico será impiadoso con Bruno, que además de perder uno de sus afectos más preciados deberá asumir una vida clandestina en distintos países y confrontará con la certeza de que bajo circunstancias extraordinarias las convicciones de un hombre pueden agrietarse fácilmente. “Una de las críticas que le hago a cierto tipo de cine o de literatura es que se manejan con estereotipos y los personajes funcionan como absolutos de la maldad o la bondad. A mí me interesó generar en los personajes una dualidad que se adapta a la manera en que creo que funciona la realidad”, apuntó Cairoli. “En la novela se ve cómo Bruno, que es un chico ‘normal’, puede llegar a ser sádico o violento sin sentir remordimiento por ello de la misma manera que les permito a los personajes oscuros manifestar sentimientos de amor para con su familia o tener raptos de bondad. La vida es eso. Todos tenemos nuestro lado oscuro; depende del contexto donde estamos inmersos. Todos podemos llegar a obrar en contra de nuestros principios morales”, acotó. El mosaico de enigmas, persecuciones y teorías conspirativas que se despliega en “El último elegido” filtra una amarga lectura del mundo que Cairoli atribuye al protagonista de su novela, aunque es posible adivinar puntos afines a su propia mirada: así, al llegar al final de la obra al lector no le queda más remedio que aceptar que el poder persigue siempre los mismos intereses, invariablemente de orden económico. “Me gusta la historia porque sirve para detectar las constantes del ser humano. Uno lee relatos sobre civilizaciones que superan los dos mil años de antigüedad y ve que las miserias son las mismas –explica–. Las ansias de poder, por ejemplo, son una constante: antes representadas por el oro o la plata y hoy por el dinero virtual. El ego y el odio racial siguen tan presentes ahora como hace miles de años”. “El hombre ha modificado algunas variables relacionadas con su forma de vivir, pero sus móviles siguen siendo los mismos –enunció Cairoli–. La otra constante es que los derrotados de la historia invariablemente son los malos. Así, Roma escribió cosas monstruosas sobre Atila, Aníbal y todos sus enemigos. Lo mismo hizo Inglaterra, que retrató de la peor manera a Napoleón”. “La verdad es una suma de verdades, por eso hay que escuchar siempre sus múltiples versiones. La historia oficial está llena de omisiones. Por eso hay que leer y ver más allá de la versión del que triunfa, analizar también cómo se articula un relato con su contexto económico y social”, apuntó. El desdibujamiento de las fronteras en ficción y realidad que plantea la novela de Caroli, nacido en Tartagal (Salta) pero radicado en Buenos Aires desde los tres años, se entronca con el fenómeno iniciado en el 2003 por el escritor norteamericano Dan Brown con su obra “El código Da Vinci”, que se convirtió en un best seller mundial con más de 80 millones de ejemplares vendidos y traducido a 44 idiomas. ¿En qué medida el éxito de este género –el thriller histórico– se explica por su capacidad para activar el componente paranoico de una tipología de lector afín a esas ideas? “El libro de Dan Brown disparó en la sociedad un tipo de curiosidad o intriga acerca de si pueden llegar a ser reales algunas de las hipótesis que se deslizan en la trama”, explicó Cairoli. “Brown logró que de repente un montón de lectores terminaran preguntándose si era posible que organizaciones ocultas estuvieran manejando el poder desde oficinas secretas emplazadas en algún lugar del mundo. En el fondo, sabemos que eso no puede ser verdad, pero no podemos evitar que en una primera instancia esas teorías nos atrapen y siembren una luz de duda”, concluye Cairoli. (Télam)

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