Una abuela es carne del olvido en La Lipela

Tiene 91 años, un nieto epiléptico y los cuida la nuera.

LA LIPELA, Neuquén – Una antigua pobladora anciana; su nieto epiléptico de 45 años con leve retraso mental y la nuera, de 64, quien los cuida a ambos, viven el mayor de los olvidos en La Lipela, un paraje del sur neuquino a orillas del río Limay, en la zona conocida como «Valle Encantado».

La casa, de madera y 70 años de antigüedad, se hunde cada vez más en el terreno y en época de lluvias se vuelve totalmente inhabitable, al punto que un hilo de agua entra por la esquina de la cocina, la atraviesa, sigue por el comedor y sale por el lado opuesto hacia una canaleta cavada en la tierra que es ahondada a diario con una azada para facilitar el desagüe.

Hace tres años y medio, cuando sólo tenía 87 años y algunos meses, a Isabel Sáez, le aseguraron que la autoridad le iba a construir una nueva casa, más apropiada a su salud y a la del hijo, Vicente González, que aún vivía aunque postrado en una silla de ruedas.

Hoy la abuela tiene 91, su hijo y jefe de hogar murió en agosto pasado, y nadie cumplió lo prometido. Todavía recuerdan, como si fuese ayer, cuando Eduardo Dáttoli, comisionado de Fomento de Villa Traful, y Patricia Sierra, asistente social provincial, llegaron de visita a la precaria vivienda y les dijeron que «antes que finalice 2001 estará terminada la casa nueva».

Toda la madera necesaria la proveería Parques Nacionales y la comuna de Traful se haría cargo de la construcción. En relación a esto, en una reunión que se hizo hace tiempo en el salón de usos múltiples del pueblo, el guardaparque Ricardo Rúa dijo que la APN dio una guía (autorización para sacar la madera) al municipio, que debía destinarse a pobladores con necesidades extremas, y que tení como especial prioridad la vivienda para doña Isabel. De todo ello, da fe Liliana Chamorro, la enfermera de Tra-ful, que estuvo presente.

Adónde fue a parar ese material, si fue extraído del bosque, es un misterio.

A esta altura, a la familia de La Lipela poco le importa si la construcción se hace en madera lugareña o en ladrillos. Sí le duele a Nilda González -la nuera que cuida a Isabel y a Carlos Alberto, su hijo enfermo- que Dáttoli le dijese ante un reiterado reclamo, hace ya un par de años: – «La Lipela no es Neuquén».

– «¿Cómo?», se pregunta sin malicia la laboriosa mujer; – «¿Acaso Neuquén no llega hasta Nahuel Huapi?».

Los pobladores del paraje votan en Cuyín Manzano y en eso sí son neuquinos.

Para que se comprenda la real necesidad de los González, baste una breve descripción. Bajo la construcción principal ha cedido el suelo, que está cubierto de listones de madera arrimados y colocados directamente sobre la tierra. Cuando llueve, el agua y el barro empiezan a brotar del piso en la cocina y parte del comedor. Colocan entonces tablas para poder transitar, con gran riesgo de caídas para doña Isabel.

En ese núcleo está además el dormitorio de la anciana, sin nin-gún tipo de calefacción. Afuera, en dos cuartuchos separados duermen Nilda y Carlos Alberto. Una de las piezas se llueve, al punto que tapan la cama con trozos de nailon. Tampoco tienen fuente al

guna de calor.

El baño, también exterior, es quizás lo que está en mejor estado. Fue construido con un préstamo para mejoramientos habitacionales que ellos aseguran haber cancelado puntualmente. El sanitario es de mampostería, pero calcularon mal los espacios y el bidet quedó sin conectar. Una gran mancha de humedad, proveniente seguramente de una pérdida, va ganando centímetros en la esquina de la ducha que tampo-co se puede usar. Es que la estufa de querosén allí ubicada nunca funcionó bien. La abuela es bañada por Nilda en el comedor, junto a una salamandra que se enciende sólo cuando hace falta.

Los González carecen de ener-gía eléctrica y se ilusionan al enterarse que el EPEN está en tren de colocar paneles solares a pobladores del perilago dependientes de Villa la Angostura.

Una cocina económica, en el cuartito homónimo, es lo único que permanece prendido de la mañana a la noche. El humo, la penumbra y los «chifletes» que se cuelan por puertas descalzadas y entre las maderas hacen apenas más soportable el transcurrir de las horas en esa pieza con, al me-nos, alguna calefacción.

– «A ellos, los dejaron de la-do», dice con bronca Helena, la o-tra nieta que es enfermera en Bariloche y viene con su esposo, cada fin de semana que puede, para ver cómo están y ayudarlos.

La oferta de comprarles el campo por parte de una persona que sería testaferro, les hace sospechar que la nueva casa no ha sido construida para presionarlos a vender la única propiedad familiar, lindera a la transitada ruta nacional 237.

(Agencia Villa La Angostura)

Lejos de todo e incomunicados

La abuela, doña Isabel, está perfectamente lúcida. Es muy delgada y de indudable aspecto andaluz; blanca cabeza prolijamente peinada y ma-nos temblorosas de piel transparente. Se sienta muy erguida o se para de espaldas a la cocina económica, pegando la cadera, como hacen las mujeres.

Su estado general de salud, teniendo en cuen-ta la edad, es bueno -confirma el médico Carlos Bonetto, de la sala sanitaria de Traful-. «Tiene un problema de hipertensión, dice, pero está controlado con medicación».

El profesional y la enfermera Chamorro coinciden en que la vivienda es totalmente inadecua-da para todo el grupo familiar y, en especial, para la anciana que hace un tiempo tuvo una caída y se golpeó, aunque por fortuna no se fracturó.

Villa Traful es el poblado más cercano, a 45 kilómetros. El hospital de referencia es el de Villa la Angostura, que queda a 120 kilómetros por pavimento o a 100 km por ripio, a través de El Portezuelo y la ruta de los Siete Lagos.

La comunicación, en caso de necesidad, es un verdadero albur. Sin radio, ni teléfono, ni luz, lo más cercano son la casa del guardaparque, a tres kilómetros, o de un vecino apellidado Bécher que vive del otro lado del Limay -en la provincia de Río Negro-. En la emergencia, se acercan al caudaloso cauce y gritan lo más alto que los pulmones dan; el paisano los oye, cruza en bote el río, y en su vehículo los lleva adonde haga falta.

(AVLA)

Un paisaje incomparable

La belleza del lugar sobrecoge. Alamos y mimbres deshojados en los bajos; cipreses y maitenes distribuidos de forma rala, típico de la zona de transición, salpican las laderas.

Peñascos oscuros de formas caprichosas y centenares de metros de altura, dibujan castillos entretejidos con nubes. El «dedo de Dios» está cerca, esa rocalla enhiesta que apunta al cielo y asombra a los turistas que circulan veloces la negra cinta de la ruta 237.

Entre pendientes que se encuentran en un vallecito, al trasponer dos tranqueras, está la casa donde duer- men, sueñan y viven Isa-bel, Nilda y Carlos Alber-to. (AVLA)


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