Una advertencia para Bush

Por Carlos Fuentes

«Bush» significa mata en castellano y el ahora presidente de los EE.UU. ganó el campeonato de ejecuciones por pena capital cuando era gobernador de Texas: mató. Ahora, Bush está matando lo más preciado que tiene: su presidencia.

La mata bushista sólo se pudo plantar en La Casa Blanca gracias a cinco votos contra cuatro en la Suprema Corte. Perdió la elección popular, ganó por un solo voto de la Corte y ahora, acaba de perder el control republicano del Senado, igualmente, por un voto. La defección del senador James Jeffords de Vermont le da al Partido Demócrata una mayoría de 51 sobre 49 y la presidencia de todos y cada uno de los poderosos comités senatoriales. El dinosaurio mayor, Jesse Helms, ofuscado y tenebroso instrumento de las compañías tabacaleras, co-autor de la infame Ley Helms-Burton y dedicado denostador de México durante varias décadas, cede la presidencia del Comité de Relaciones Exteriores a un demócrata serio y equitativo, Joseph Biden. Ernest Hollings, quien con Adolfo Aguilar Sinzer y Jorge Castañeda libró la batalla frontal contra el TLC durante la presidencia de Carlos Salinas, pasa a presidir el Comité de Comercio, con largas implicaciones para la relación mercantil con México y la América Latina a medida que Bush pregona un área continental de libre comercio. Desplaza a otro republicano descontento, el senador John McCain, cuya permanencia en el campo de Bush no parece asegurada y que, de cambiar de bando, reduciría a 48 la minoría republicana sin contar la próxima pérdida del anciano senador Storm Thurmond quien, como el rey Tezozómoc, tiene que ser cargado a su trabajo, y en otro poderoso comité, el de Finanzas, el demócrata Max Baucus, promotor del libre comercio, insiste en añadir capítulos sobre derechos laborales y protección del medio ambiente en los acuerdos comerciales en vigor o por venir.

Todo esto, y mucho más, constituye una advertencia contraria a la política de extrema derecha del Presidente Bush. Pero éste continúa por su sendero reaccionario como si nada hubiese cambiado, como si su legitimidad no fuese precaria, como si el mundo de 2001 fuese otra vez el de 1981. A las críticas consabidas contra los primeros cien días de Bush -la renuncia al protocolo de Kyoto contra emisiones de gas; la resurrección de tensiones con China, Rusia, las dos Coreas; las políticas violatorias del medio ambiente, la salud escolar y la prevención del sida; su política irracional de energéticos («perfora y quema»)- han sido tozudamente incrementadas en numerosos capítulos. El más inconsistente y contraproducente se refiere a la decisión de desechar el Tratado Antibalístico de Misiles (ABM), que ha garantizado la paz desde 1972. A cambio, Bush, enérgicamente, propone un escudo nuclear… para proteger a los EE.UU. de «estados felones» como Irak y Libia. Europa se opone a semejante necedad: cambiar un sistema probado por otro no probado, incierto y cuya única razón es reanimar la carrera de armamentos, sepultada por el fin de la guerra fría. El análisis de izquierda, y aún marxista, se impone: a Bush lo mueve, en materia de energéticos y de armamentos, la razón de la ganancia para compañías privadas.

Pero si ganan las corporaciones, pierden los EE.UU. al perder aliados y enajenar voluntades. La política anti-misiles de Bush comprueba que el único peligro para los EE.UU. es quedarse sin aliados. Europa y Japón se oponen a la iniciativa. Pero para implementarla, Bush nombra a un espectro del pasado, Richard Perle, «el Príncipe de las Tinieblas», al que el mismísimo Henry Kissinger ha calificado como un peligro para la paz. Sepultado en la sombra por el fin de la guerra fría, el estratega de Reagan ha resucitado, fiel a sí mismo, para decirles a los aliados europeos, textualmente: «ya no los necesitamos» y para insultar, específicamente, a la nación francesa: «Si los franceses se quieren largar, que lo hagan».

En medio de esta orgía de unilateralismo, el buen general Colin Powell, Secretario de Estado, juega un triste papel de hombre moderado, puente entre unos EE.UU. aislados y una comunidad global que excluye a Washington de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, da la espalda a la política de defensa norteamericana, decide vivir con Irak y va privando a los EE.UU. de sus prerrogativas globales.

Tom Daschle, el nuevo jefe de la mayoría demócrata del Senado, ha puesto de cabeza el programa legislativo de Bush. En vez de la explotación de petróleo en el Ártico, tan cara a los intereses del grupo Bush-Cheney, Daschle prioriza los derechos de los enfermos. Contra la iniciativa del escudo antibalístico, propone programas de educación pre-escolar y en lugar de reformas reaccionarias a la seguridad social, los derechos universales de retiro.

El tiro conservador le ha salido a Bush por la culata. México y la América Latina deben concluir que tratan con un Ejecutivo norteamericano débil, terco, y destinado a perder las legislativas dentro de dos años y la presidencia dentro de cuatro.

Si en vez de la guerra fría, Bush le da al mundo una paz caliente, el mundo le dará una fría paz y sus propios conciudadanos, un ardiente fracaso.


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