Una artista en contacto con la naturaleza
La plástica Susana Romero es exponente de una constante evolución de una pintura, que, no ha dejado de utilizar todos los elementos y seres de la naturaleza para una obra humanística.
Con los pies bien puestos en la tierra y la cultura Latinoamericana la plástica argentina Susana Romero, también de notable trayectoria en Paraguay, resulta una especial referente sobre el artista y su contacto con los elementos naturales. «Río Negro» habló con ella sobre su propuesta
– ¿Cómo se entiende esta relación entre los artístico y la naturaleza?
– Toda la simbología que en definitiva desarrolla el hombre desde que está en el planeta se nutre de la naturaleza que lo rodea. Esa simbología nace hace miles de años y nosotros tenemos los vestigios actualmente.
Considero que todas las manifestaciones rituales y místicas se basan en lo que crea el hombre en ese contacto con lo natural, encuentra a la divinidad a través de eso.
Lo encontramos, por ejemplo, en el tema de los animales en las diferentes culturas. Así en España están los caballos, en la región andina las llamas y guanacos y los peces en el Pacífico mexicano. Algo que también está tomado como elementos sagrados.
La misma esfinge egipcia, tan discutida en su representación de rostros diferentes, se supone que representaba a un león, en la era en que el planeta pasaba por el zodíaco de Leo. Y se habla de cosmogonía, muy importante en todas las culturas.
Es importante notar cómo utiliza el hombre como símbolos a los seres de la naturaleza que lo rodea para ponerse en contacto con lo trascendente.
– ¿Lo ha usado como material de un proceso creativo?
– Siempre lo usó como material de trabajo. Cuando no existía lo que hoy llamamos papel estaban las piedras, papiros o los petroglifos. Grababan o estampaban las manos y los dibujos. Todo es naturaleza, ya sea mineral o vegetal. Esos elementos don básicos. Las telas para pintar están hechas de fibra de lino que es una planta, fibra vegetal.
Los Amates que hacen los mexicanos son la corteza de un árbol prensada, sobre la cual trabajan. Los pigmentos son minerales o vegetales , y otros son extraídos de insectos, como la cochinilla en México, que da un color rojizo tierra.
-Siempre hay un elemento natural…
– Siempre hay un elemento natural que permite ser el vehículo de la propia expresión. Hay toda una faceta indígena en Paraguay que trabaja la madera magníficamente, la tallan y representan a los animales y personajes que ellos tienen como reales o míticos, desde estilizados perros al yacaré y los avestruces. En cambio en el campesinado, semi urbano se utiliza la cerámica, que no es otra cosa que el barro cocido en los Tatacuá, los hornos de barro, que usan incluso para la comida. Ellos también están utilizando a la naturaleza, al barro rojo y el negro, cada uno les da una característica para determinadas piezas como los famosos muñecos que hacen. Eso en una lectura cotidiana es el uso de la naturaleza para la creación. La tierra brinda todos los elementos.
Sucede que en el ambiente urbano vamos a la librería y compramos el papel. Poco sabemos de cómo está hecho. El bueno se hace del linter de algodón, las telas de algodón viejas se deshacen en una modeladora y luego se reciclan de manera tal que se hace el papel a mano.
Perdura más y no se tiñe con las manchas de los pigmentos, no se amarillenta. Es un papel noble y viene de fibra vegetal. El hombre, entonces se expresa por medio de la naturaleza y hace arte.
Julio Pagani
Realismo para evitar lo efímero
Susana Romero se maravilla con cada expresión de la naturaleza. Utiliza peces, árboles, insectos, hojas.. y ha construido una obra cada vez más comprometida con eso. «Por ejemplo cuando podo rosas, dejo secar los tallos con espinas, eso ya es una obra de arte perfecta» señala al comentar su serie de objetos con el tema de la rosa y sus diferentes representaciones simbólicas (misticismo, pasión, amor…).
«Tomé la rosa como elemento, pero ya viene de la perfección absoluta, que nosotros tengamos la pretensión de hacer otra cosa es toda una tentación» agrega.
En ese sentido hizo esa instalación de 36 cajas referidas al Kuruzú- jeguá («cruz adornada») con el tema central de la rosa y sus elementos disecados, algo que remite a los ritos y los mitos. Esos mismos ritos que, considera, están tentando a muchos artistas actuales, como también la imagen de lo real, un realismo para evitar lo efímero. Claro que no desdeña las modernas técnicas que favorece la computación, aunque sabe que cuando eso se imprime volvemos a lo clásico.
En lo ancestral de tantas culturas lo suyo es compartir una investigación que parece no tener límites, incluso palpar premoniciones al hacer obras que luego tienen referencias reales. Será por eso que en su última muestra en el Borges («Enigmas de la memoria») su altar de Coricancha de Perú fue toda una revelación. «Siento que hago cosas que conozco desde siempre».
Ese vínculo entre sentir y hacer obra le depara sorpresas notables. Como cuando hizo los Pehuenes de la cordillera y se enteró de los incendios de las legendarias araucarias cuando fue a Villa Pehuenia. Mientras tanto ella sigue con sus rituales arcaicos, sus caracoles, sus peces y sus hojas, rescatando con sentir propio la mítica visión de mayas, incas o mapuches. (J.P.)
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