Una campaña muy confusa

El primer ministro Silvio Berlusconi no es el único convencido de que el parlamento de su país es una asamblea «pletórica, totalmente inútil e incluso contraproducente». Hasta en el Reino Unido, el país parlamentario por antonomasia, el prestigio de la Legislatura está por el suelo debido al abuso sistemático del régimen de gastos por parte de la mayoría de los integrantes de la emblemática Cámara de los Comunes. Huelga decir que en este ámbito la Argentina es un país pionero, ya que, según las encuestas de opinión, desde hace muchos años el Congreso compite con la CGT por el primer lugar en la lista de las instituciones nacionales más despreciadas. Habrá sido en parte por eso que el ex presidente Néstor Kirchner decidió transformar las elecciones legislativas del año corriente en un plebiscito sobre el gobierno de su esposa o, para variar, «el modelo», o sea sobre él mismo. Pudo hacerlo sin que a los legisladores de su propio bloque o los aspirantes a integrarlo se les haya ocurrido protestar por la incorporación a las listas de candidatos «testimoniales» conocidos. Al fin y al cabo, ya estaban resignados a que en nuestro país los resultados electorales dependan menos de los eventuales méritos de quienes terminarán ocupando escaños en los diversos parlamentos que del poder de tracción de los que encabezan las listas partidarias.

Puesto que los partidos son meros conjuntos de facciones coyunturalmente agrupadas, no sería del todo malo que quienes se preocupan por los asuntos políticos aprovecharan la ocasión para debatir en torno al pro y el contra del llamado «modelo kirchnerista», pero parecería que pocos tienen mucho interés en hacerlo, acaso porque nadie sabe en qué consiste. Hasta ahora, la campaña se ha visto dominada por el tema de los candidatos testimoniales y por la especulación sobre el impacto de los resultados en el porvenir del matrimonio presidencial. Es tanta la confusión que buena parte del electorado, en especial el concentrado en las zonas más deprimidas del superpoblado conurbano bonaerense donde pocos leen los diarios o prestan atención a los programas políticos de la televisión, no comprende muy bien lo que está sucediendo. Su perplejidad puede entenderse, ya que en los meses últimos los voceros del gobierno nacional se han encargado de decirle que las elecciones tendrán menos que ver con la conformación de las futuras legislaturas que con la popularidad del ex presidente Kirchner y, hasta cierto punto, la de su mujer, la presidenta actual.

Según Kirchner, «el que gana por uno o dos votos, igual gana la elección». Tendría razón el ex mandatario si sólo se tratara de otra elección presidencial, pero por ser cuestión de elecciones legislativas el asunto no es tan sencillo como le gustaría hacer creer. De estar en juego la presidencia de la República, sí sería legítimo hablar en términos de todo o nada, pero mal que le pese las elecciones legislativas son distintas. Puede que en esta ocasión los bonaerenses voten como si participaran de una especie de elección presidencial entre Kirchner, Francisco de Narváez y Margarita Stolbizer, pero, lo sepan todos o no, estarán decidiendo la conformación de la Legislatura con la que el Poder Ejecutivo Nacional tendrá que convivir luego de diciembre próximo. Por lo tanto, el que haya «ganado» o «perdido» una lista determinada por un puñado de votos sería un detalle meramente anecdótico que acaso dé pie a un momento de euforia o de tristeza en las horas finales del 28 de junio pero que incidirá mucho menos en el destino del país que la forma en que la mayoría interprete los resultados.

A esta altura, todo hace prever que el caudal de votos que consiga la facción peronista que está al servicio de los Kirchner sea llamativamente menor que el recibido en octubre del 2007 y que, si logra triunfar por «uno o dos votos» en la interna partidaria que, como ya es habitual, se celebrará en el marco de las elecciones provinciales y municipales, los caciques peronistas estarán más impresionados por el retroceso notable del Frente para la Victoria a partir del inicio de la gestión de Cristina que por la evidencia de que el kirchnerismo fue capaz de superar por poco en las urnas a los compañeros disidentes en los feudos clientelistas del conurbano bonaerense.


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