Una constitución de bolsillo

El más urgente desafío que enfrenta la Unión Europea es completar su vertebración constitucional. Desde el 2005 año en que los refrendos en Francia y Holanda rechazaran el Tratado Constitucional se vive una situación de parálisis institucional. La elección de Nicolas Sarkozy en Francia un europeísta convencido y la firme decisión de la canciller alemana Angela Merkel parecen impulsar definitivamente la construcción de una Europa política.

No se llamará constitución, pero lo parecerá. No será producto de una convención y será aprobado por los parlamentos nacionales, como si fuera el texto de un tratado internacional más. Pero la Unión Europea tendrá por fin una norma básica fundamental que regule su funcionamiento institucional.

Para dar satisfacción a Holanda y el Reino Unido, que rechazan el nombre de constitución, Alemania y Francia han aceptado la iniciativa de Sarkozy de un tratado simplificado de menos de un centenar de artículos, una suerte de constitución de bolsillo. Pero allí estará el nuevo sistema de votos para aprobar acuerdos por mayoría cualificada, tomando en cuenta la población, superando el paralizante sistema actual de unanimidad. (La mayoría cualificada se conforma con el 55% de Estados que reúnan como mínimo el 65% de la población de la Unión).

La actual arquitectura institucional fue diseñada cuando la Unión estaba constituida por sólo seis Estados. Con los 27 miembros actuales, con visiones muy diferentes de lo que debe ser Europa, resulta imposible seguir adoptando decisiones por unanimidad. Con el sistema de mayoría cualificada, se podrán alcanzar acuerdos más ágiles en materia de libertad, de seguridad interior y exterior y de justicia. Cuestiones como la energía, el medio ambiente y la inmigración estarán seguramente en el ámbito de competencias de la UE.

Francia ha anunciado que renuncia a incorporar al minitratado la Carta de Derechos Fundamentales (Parte II del rechazado Tratado Constitucional) con el argumento de que todo lo meramente simbólico carece de importancia. Pero la Carta seguirá vigente bajo la forma actual de tratado internacional.

Habrá un presidente estable de la Unión Europea acabando con el sistema actual de presidencia semestral rotatoria y se creará, con otro nombre, el puesto de ministro de Relaciones Exteriores europeo, apoyado por un cuerpo diplomático europeo: el Servicio Europeo de Acción Exterior que la constitución rechazada proponía.

Ciertos países, como el Reino Unido, se han encastillado en sus antiguas posiciones, reclamando un texto minimalista. Por el contrario, los 18 países que han ratificado el Tratado Constitucional desean atenerse lo más posible al texto original. Finalmente se impondrán las fórmulas más pragmáticas que puedan contentar a todos. Para ello, la canciller Angela Merkel aguarda en el palacio Meseberg, situado a 60 kilómetros de Berlín, en un entorno aislado ideal para la reflexión y el debate, a los jefes de Estado europeos que se reunirán los próximos 21 y 22 de junio.

Todo apunta a que el período de hibernación constitucional terminará en ese encuentro. Romper con la lógica tradicional basada en el principio de soberanía, que reserva a los Estados la política exterior y de defensa, constituye un enorme desafío. Pareciera que el método para superar esa dificultad consiste en facilitar que los países que quieran avanzar en su integración puedan hacerlo y no sean impedidos por los más reticentes. La existencia de un sistema de tratados, más flexibles que el rígido chaleco constitucional, puede ser una fórmula adecuada.

A 50 años de su creación, la Unión Europea tendrá por fin un entramado institucional y se pondrá así fin a la reciente crisis de identidad. Existe voluntad de que la Unión Europea se convierta en un auténtico actor internacional, con una acción exterior creíble y estable. Definitivamente será, como lo definiera Jeremy Rifkin, el primer espacio político transnacional del mundo.

 

ALEARDO F. LARIA (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Abogado y periodista. Madrid


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