Una crisis de confianza

Por Gerardo Bilardo

El asesinato del diputado nacional Adrián Fernández y el misterio que aún lo rodea ha planteado esta semana una nueva crisis de confianza con las instituciones.

La historia oficial del crimen del político no fue completamente aceptada por una sociedad que arrastra sucesivos desencantos y tiene una tendencia natural al descreimiento.

En este caso confluyeron tres actores de poco prestigio ante la opinión pública: la Policía, los políticos y la Justicia. En esta combinación también se puede hallar una explicación a un divorcio que se encuentra probado por la mayoría de las encuestas.

La palabra oficial está tan devaluada, que la gente mantiene distancia de los mensajes del poder. Y esto es precisamente lo que les ha ocurrido esta semana a los investigadores que manejaron el caso de Fernández: enviaron una batería de argumentos que se perdieron en el camino.

Detalles del asesinato, pero sobre todo aquellos que podrían explicar por qué un joven cordobés se ensañó con el legislador, todavía no se conocen. Está claro que las explicaciones que se ofrecieron en las últimas horas no terminan de convencer.

La prueba fue exigente para el gobierno y para los investigadores. Habían matado a un diputado nacional, a un caudillo local del partido gobernante y el asesino andaba suelto por ahí, oculto en la meseta patagónica.

La Policía y el gobierno llegaron a la conclusión de que al político lo mató Fabián José Fañanas, un cordobés de 30 años que dos días después de cometer el crimen se suicidó disparándose en la boca.

El asesino se encontraba escondido en un cañadón y estaba rodeado por una policía que trabajaba presionada desde el poder político para resolver el caso sin demoras.

La versión oficial dice que el móvil del crimen que conmovió a esta provincia se originó por una promesa de trabajo incumplida. Y hasta acepta como desencadenante de la tragedia la hipótesis de un amor capaz de llegar a la locura, sólo porque Fañanas mantuvo un corto noviazgo con Mariana, la hija del político de Centenario.

Fue llamativo el apuro del gobierno por informar que se descartaban dos líneas de investigación: el móvil político y el vinculado con el juicio que debía enfrentar Fernández por el trámite de un Aporte del Tesoro Nacional de casi 17 millones de pesos que se utilizó para la construcción de una obra que no se licitó y que benefició a CEA, una empresa de Córdoba.

El seguimiento de pistas que en apariencia fueron livianamente descartados ayudaría a corregir la debilitada confianza de la gente. Si el rumbo resultara ser descabellado e inconducente, con conocer los motivos, la conclusión, es suficiente. Y si hay algo para averiguar, ¿por qué no hacerlo? En medio de este mar de dudas no hay nada para perder y todo por ganar.

Pero esta semana ha triunfado la teoría que dice que una vez muerto el perro se acabó la rabia, la que tal vez transportaba Fañanas en su cuerpo.

Límites a la investigación

La muerte del único sospechoso del crimen puso un límite a la investigación y se transformó en el peor desenlace para llegar a conocer la verdad.

La lista de interrogantes que plantea la historia oficial es tan amplia, que hasta el apellido del único sospechoso es otro de los grandes misterios.

Los medios de prensa manejaron en las últimas 72 horas tres versiones oficiales diferentes sobre la identificación del joven cordobés: se dijo que era Fañanas, Fañañás y hasta figuró como Fagnanaz. En este contexto, conocer exactamente el apellido no es una cuestión menor.

En vez de exhibir el arsenal con el que fue hallado el cuerpo del supuesto asesino de Fernández, los investigadores podrían haber dado a conocer la declaración testimonial de los dos familiares que estuvieron presentes en la casa del político el día en que lo asesinaron. También sería saludable contar con un detallado informe sobre el resultado de la autopsia que practicaron en el cadáver de Fañanas el jueves último a la noche. Y además sumar algún argumento irreprochable como para sostener la afirmación que hizo un funcionario cuando dijo que tal vez se estaba buscando a un desequilibrado mental.

Frente a tanta duda que está dando vuelta, la difusión de información precisa y el envío de una señal que permita observar una actitud más abierta en la investigación, sería una alentadora noticia que contribuiría a desconfiar menos y a desactivar la imaginación que esta semana funcionó a pleno.

Para el gobierno el caso está cerrado y ya no hay más nada que discutir.

Para la Justicia aún hay que trabajar un poco más. En el juzgado ahora tienen la jeringa para inyectar una dosis de confianza a la descreída sociedad neuquina.


El asesinato del diputado nacional Adrián Fernández y el misterio que aún lo rodea ha planteado esta semana una nueva crisis de confianza con las instituciones.

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