Una deuda que la universidad busca saldar: integrar a los alumnos especiales

En Roca, quieren equiparar las condiciones para todos los alumnos.

Cristian es corpulento, fornido, y tiene una mente veloz y un hablar sin pausa. Salvo su marcada disminución visual, hoy su cuerpo no alberga rastros de una hidrocefalia que puso en jaque su vida al nacer. Y hoy, hace hasta lo imposible para poder estudiar. Viajó desde San Antonio Oeste para cumplir su sueño de recibirse de abogado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNC, en Roca, y con ese fin no se da tregua con el estudio. Cristian Alonso no es ciego, pero no puede leer un libro por su propia cuenta, y hasta hace poco dependía, casi en forma exclusiva, de la buena disposición de alguien que pudiera leerle para ayudarlo a estudiar.

Vive solo y no le resultó fácil empezar hace dos años atrás, pero hoy, la biblioteca parlante, un desafío que pudo concretarse el año pasado en esta sede universitaria, se ha convertido en un aliado inseparable para él, así como para tantos otros estudiantes que no cuentan con una visión normal. Sin embargo los recursos son limitados y, a menudo, la posibilidad real de estudiar y el derecho que tiene a hacerlo le resultan difícil de alcanzar.

César Valdez es otro estudiante que convive de cerca con este choque de posibilidades: asistir a una Universidad, caminar por sus pasillos, poder «en tiempo real» escribir un parcial, ver las letras que el profesor dibuja en los viejos pizarrones, o escuchar desde el fondo del aula en clases que suelen ser multitudinarias, y aquella otra posibilidad: esa que, desde la teoría, consagra el derecho universal a la enseñanza.

Desde hace muchos más años que Cristian, César transita con una discapacidad motriz en el lado izquierdo de su cuerpo a cuestas los caminos de la Facultad. Estudia Servicio Social y ya se encuentra en el último año de la carrera. En este tiempo ha logrado sortear todo tipo de obstáculos -sobre los cuales le interesa particularmente destacar los «de tipo intelectual» por sobre los físicos-, aunque ambos coexisten y deben ser enfrentados diariamente po todos aquellos que poseen algún tipo de discapacidad.

La falta de rampas en los ingresos al edificio, la escasez de señalización e iluminación suficiente para los discapacitados, la falta de reserva de espacios y de adecuación de las residencias estudiantiles, sumado a la incomodidad de los viejos bancos que pueblan las aulas –cuestiones algunas sobre las cuales se ha avanzado positivamente recién en el último tiempo- son «detalles» apenas frente a otras barreras dominadas por la incomprensión en el ámbito universitario, afirma César.

«Él más que nadie conoce los aciertos y desaciertos que el sistema de enseñanza en la universidad impone a las personas con capacidades diferentes», reconoció el decano de la Fadecs, Juan Manuel Salgado, días atrás en una presentación de trabajos de estudiantes de Comunicación Social focalizada sobre la temática.

Es que aún hoy, luego de cruzar el umbral del año 2000, estudiar en una Universidad pública puede no ser tan fácil como parece. Sobre todo para los jóvenes que, como Cristian y César, pa

decen una discapacidad.

No sólo con barreras edilicias se encuentran aquellos que tienen el afán de prolongar sus estudios, sino también con obstáculos que a menudo son determinados por la incomprensión y la discriminación, sostienen los integrantes del grupo INCA, que reúne en la sede universitaria de Roca a estudiantes con capacidades diferentes.

Este escenario ha dado pie en los últimos años a promover mejoras que garanticen a todos los estudiantes -discapacitados o no- a convivir en un marco de igualdad. Hubo avances al respecto, pero hasta ahora son pocos los cambios alcanzados.

Aunque uno de los logros que debe reconocerse, sin dudas, es que esto abrió las puertas a un debate central en la Universidad pública: cómo asegurar las condiciones de estudio y evaluación de un estudiante que es sordo, ciego, o tiene problemas físicos o una enfermedad crónica.

En el año 2002 se logró en la Universidad Nacional del Comahue (UNC) la aprobación de la ordenanza 1.123, dentro del reglamento general de administración académica de las carreras de grado (ordenanza 640/96) y como una herramienta novedosa en el espacio académico, que contempla a «los Estudiantes con Necesidades Educativas Especiales». No obstante, de allí no pasó y ahora el desafío es llevar a las aulas su puesta en práctica.

«Lo que se pide no es más ni menos que equiparar las condiciones de estudio para todos los alumnos, las formas de enseñanza y de evaluación», explica Helga Ticac, licenciada en Servicio Social y coordinadora del grupo INCA.

Para aquél que no ve, aquél que no escucha, el que no puede escribir o movilizarse por sus propios medios. «Se busca nivelar las condiciones de estudios para todos los alumnos. Estamos tratando de instrumentar distintas herramientas, pero siempre chocamos con el presupuesto porque no hay previsto nada para esto, por eso creemos que tendría que haber una partida especial», agrega Ticac, también secretaría de Bienestar.

 

Los cambios

«Son cuestiones que no implican cambios en la currícula», insiste Mariela Pérez, coordinadora de Bienestar Estudiantil de la Escuela Superior de Idiomas. «Hay casos de chicos con artritis reumatoidea que necesitan otros tiempos para ser correctamente evaluados, casos de estudiantes con enfermedades crónicas que pierden el cursado de una materia a causa de su enfermedad, jóvenes hipoacúsicos que requieren otro tipo de métodos para aprender y participar en las clases. Por eso estamos pidiendo adecuaciones metodológicas», grafica la docente.

Desde el grupo INCA se elaboró una propuesta, que apunta a favorecer el ingreso y la permanencia de los estudiantes en las carreras de grado, y fue presentada ante la Comisión de Accesibilidad al Medio Físico y Social de la UNC para su estudio. «Muchos docentes no entienden que hay personas que tienen ciertas limitaciones físicas, y no son capaces de adecuar su forma de trabajo. Y lo que es peor es que todavía hoy, algunos confunden limitaciones temporales, físicas, con intelectuales. Y esta una visión que hoy no se puede aceptar», opina César.

«Creo que el sistema no garantiza en la realidad el derecho a estudiar, porque en muchos casos todo depende de la buena voluntad de cada profesor, que en algunos casos se da y en otros no», agrega Hugo Fernández, un estudiante que padece una importante disminución visual.

César Valdez hoy tiene 39 años, pero fue a los 21 cuando sufrió un derrame cerebral que le produjo una discapacidad motriz. «Cuento con una sola mano y no tengo visión periférica en el ojo izquierdo, eso lo sé, pero esto no interfiere en mi mente. Solamente necesito un poco de tiempo más para hacer los trabajos prácticos o teóricos, pero cuando planteo esto, me he encontrado con profesores que no entendieron mi situación de discapacidad. Y esto pasa en todos lados porque, a pesar de mis estudios universitarios, trabajo para el municipio barriendo en el polideportivo».

SILVANA SALINAS

slaslinas@rionegro.com.ar

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