Una escuela especial en la que es imposible educar

Las consecuencias del Estado ausente. Padres y docentes protestaron ayer por las pésimas condiciones en las que aprenden los 150 chicos.

«Sabés lo que está pasando con la escuela en estas condiciones, que en lugar de ayudar a los chicos a superar su discapacidad se la estamos acentuando». La que habla es Elas Bontas, directora de la Escuela Especial 12 de Roca, y una simple recorrida por el lugar alcanza para confirmar que está en lo cierto. Allí estudian unos 150 chicos con capacidades diferentes y lo hacen en las peores condiciones imaginables. Con sillas de ruedas viejas, deterioradas o simplemente inutilizables. Con mesas imposibles de adaptar a niños con problemas motrices o de postura. Con colchonetas insuficientes y no recomendables para estos casos. Con materiales precarios y hechos por los propios docentes que, ante la ausencia del Estado, no encuentran otra salida que agudizar el ingenio y convertirse en fabricantes de caminadores, juguetes, soportes, móviles, ruedas, material didáctico y todo lo que allí se necesite. Que es mucho y bien urgente.

A la escuela asisten chicos de todas las edades y con diferentes problemas: discapacitados motores, sordos e hipoacúsicos, ciegos y disminuidos visuales, multiimpedidos y niños con trastornos de lenguaje. Las necesidades se sufren desde hace casi 20 años, pero ayer los padres y docentes las hicieron públicas. «Fue el último recurso que teníamos, ya no se puede seguir así. Hicimos miles de presentaciones, pero nunca nos dieron una solución. Además, se necesitan más maestros», dijeron en la delegación local de Educación.

El problema más grave son las sillas de ruedas. Son utilizadas por un tercio de los alumnos, pero en condiciones lamentables. «Son tan antiguas y están tan deterioradas que no podés usarlas acá, ni mucho menos pensar en utilizarlas fuera del establecimiento. Los chicos se caen porque es imposible sujetarlos, no nos sirven para los patologías que ellos sufren», dice Bontas y muestra una que sintetiza lo que allí sucede. Es una silla adaptada por los propios maestros, con varios años de uso y ninguna comodidad. «Los docentes tomaron una silla de ruedas vieja, le soldaron la pata de una silla normal en la parte de adelante y con un poco de alambre logramos una que nos permita trasladar a los chicos. A los que tienen problemas para controlar el tronco los atamos con cintas que hacen las propias madres, con retazos de vaqueros. Es la única forma de enseñarles a comer o sentarse. Las buenas sillas vienen con abrojos y un sistema para contener a los chicos, pero no son las que nosotros tenemos».

 

Un tratamiento especial

Marisol es una de las maestras encargadas de la Sala de Multiimpedidos. Allí atiende a chicos que no tienen ningún control sobre su cuerpo y que, obviamente, requieren un tratamiento especial. «Por ejemplo, acá se precisa que todo el piso esté cubierto por una colchoneta, para que los chicos no tengan límites de espacio. Pero nosotros sólo tenemos un colchón viejo en un rincón, por lo que en lugar de trabajar con varios a la vez sólo tenemos que hacerlo con uno o dos y menos tiempo del recomendable.

Además, estos chicos sufren de severos problemas respiratorios, por lo que sí o sí deben trabajar con colchonetas plastificadas, no con colchones, por la pelusa que largan y que les complica la respiración. Son chicos que babean y que precisan colchonetas, más fáciles de lavar. Pero al tener un solo colchón, ¿cómo hacés para lavarlo todos los días y que puedan seguir usándolo?», dice.

El panorama se repite en la sala destinada a las actividades de la vida diaria, donde aprenden a poner la mesa, tender la cama, prender el televisor y organizar su ropa en el placard. En síntesis, aprenden autonomía. A valerse por sí mismos. Pero en la práctica, nada es lo que parece. «Con estas sillas los chicos ni siquiera pueden llegar a la mesa, no entran, se quedan trabados. Lo que buscamos es que aprendan a comer solos, a tomar agua sin depender de nadie, pero no se puede. Necesitamos mesas con escotadura, que vienen con un espacio para que ellos puedan meterse con las sillas y quedar pegados a la mesa…pero así es imposible, no entran, no las pueden usar. No aprenden nada».

El despropósito se repite en el Gimnasio, donde nada abunda y todo falta. También en la Sala de Estimulación Temprana, ocupada por juguetes y objetos que no le sirven a nadie. «Por ejemplo, los chicos con problemas motrices se entrenan en un caminador fabricado por nosotros. Se puede usar, pero no es lo recomendable. Hay tornillos salidos y hasta clavos que son un riesgo. Hacemos lo que podemos, pero no siempre es lo mejor», dicen. «En cuanto al material didáctico, son chicos que precisan cosas específicas, pero no tenemos nada. Por ejemplo, los chicos ciegos precisan un tipo de material, los sordos otro, los discapacitados motores otro, justamente para estimularlos, para que avancen…pero es imposible. Tenemos juguetes que son lindos y nos ayudan a decorar la sala, pero no podemos darles ningún uso», cuenta Olga Torres, otra de las docentes, y una cosa queda clara: en esas condiciones nadie podría aprender. Educarse. Crecer. Los chicos de la Escuela Especial 12, tampoco.


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