Una inconmensurable vergüenza

Vergüenza ajena. Eso dejó la visita del escritor Leopoldo Brizuela a Viedma. Y la pena de que mostramos ser improvisados, inoperantes e irrespetuosos ante una visita de jerarquía.

Aclaremos desde ya que el talentoso narrador nada tuvo que ver con esta sensación, que se comportó como un señor ante la avalancha de situaciones desafortunadas en que lo involucró la organización conjunta del Centro Universitario Regional y la Dirección General de Cultura de Río Negro.

Desde el vamos la cosa estuvo confusa. La visita de Brizuela fue incluida en dos eventos: en las Jornadas de Lectura, y por el otro, inexplicablemente, en el megaevento «Trotabarrios» -organizado por una comisión interbarrial e interinstitucional-, cuyo objetivo era «mostrar, divulgar y promover la producción artística y cultural local», para «recrear y seguir construyendo nuestra propia identidad cultural». Por más vueltas que se le dé, no se entiende qué tiene que ver Brizuela con esto. ¿Se habrá esgrimido ese viejo axioma de que todo tiene que ver con todo?

Leopoldo venía con tres propósitos: presentar su recién editado libro «Los que llegamos más lejos», dar una charla debate sobre «El oficio de contar historias», dictar un taller de escritura y participar de un café literario… todo en doce horas.

El mismo Brizuela comenzó su tarea en una desolada sala mayor del Centro Cultural a la diez de la mañana del sábado, aunque nadie sabía si para la charla debate o la presentación del libro -los programas de ambos eventos no coincidían en actividades ni horarios-, así que el escritor criteriosamente las aunó en la misma oportunidad. ¿Habrá alguien pensado que la presentación de un volumen de relatos podía concitar al pueblo de la comarca a acudir en masa, que hacía falta una sala de más de 500 butacas? ¿Era dable de pensar que a las diez de la mañana de un apacible sábado los comarcanos, tan poco adeptos a este tipo de actos, desbordarían el CMC? Preguntas que se perderán en el infinito.

Acometía Brizuela con una alocución interesante sobre la forma en que ejecutaba su método creativo, sobre el proceso de escritura del libro, cuando un cuchicheo sostenido entre los organizadores lo llevó a interrumpir sus palabras y cual maestro de escuela solicitó una explicación: «¿Pasa algo?». Era que el Coro que cantaba después de esa actividad ya estaba dispuesto a ejecutar su faena. Y había que interrumpir la charla del visitante que transitó mil kilómetros para venir. Brizuela preguntó si estaban impacientes los coreutas, algunos asistentes pidieron que aguardaran a que termine la charla, pero finalmente la tropelía fue cometida.

Lo hicieron cambiar de espacio a la confitería para que empezara de nuevo su alocución, a lo que envuelto en el caos reinante, Brizuela aceptó sin tiempo de pensar siquiera.

Imprecisiones, apuros, comunicaciones erróneas, arreos compulsivos de los empleados del lugar para llenar sillas, gestos exasperados, interrupciones. Pero básicamente, falta de respeto para con un narrador de primer nivel, falta de consideración para con un escritor reconocido, falta de cortesía y educación para con un ser humano que viaja veinte horas para contarnos qué hace y cómo lo hace. ¿Ineptitud, ignorancia o mala voluntad? En definitiva, una oportunidad desaprovechada. Un derroche de imprevisión y falta de criterio, que producen una inconmensurable vergüenza ajena.

Ignacio Artola


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