Una noche en “Camboya”, la guardia del hospital Heller

Cuando todos duermen, el hospital del Oeste neuquino es un hervidero. Heridos, peleas y gritos se repiten entre la falta de insumos y personal. Historias de un trabajo donde cada turno es una aventura de riesgo.

REGIONALES | NEUQUÉN

NEUQUÉN (AN).- La oscuridad que invade la ventana de la sala de espera es el único indicio de que la noche ha caído para quienes trabajan en la guardia del hospital Horacio Heller. Es que el ir y venir de pacientes y emergencias no entiende de horarios y de hecho se incrementa cuando cae el sol.

A pocos días de que el director del hospital, Osvaldo Neder, asegurara que la guardia nocturna de los fines de semana “es Camboya”, “Río Negro” pasó la noche de ayer en la guardia del hospital del Oeste capitalino y fue testigo de un sistema que trabaja en tensión y al límite de todas las capacidades.

“Durante el viernes se atendieron 272 personas”, cuenta uno de los médicos de la guardia. Y agrega: “Somos tres médicos, más alguno que a veces viene desde internación a ayudar pero por un par de horas”. La cuenta indica que cada uno de ellos atendió a unos 80 pacientes en el día.

Las enfermeras afrontan una situación similar. “O estamos recargadas de guardias por el paro o porque necesitamos trabajar más para cobrar un sueldo un poco más digno”, contó una de ellas. Y a esas sobrecargas se suma además la falta de insumos.

Los que llegan

Una puerta separa a ese equipo esmerado de profesionales que trabaja al límite de los pacientes que llegan a borbotones, urgidos, alterados y ofuscados. A las 23 del viernes un joven fue traído en ambulancia tras chocar la bicicleta en la que iba contra un auto. Lo niega varias veces pero al final, antes de dormirse en una camilla en el pasillo, admite que tomó de más y consumió marihuana y cocaína. “Pero un poquito nomás”, acota.

Una hora más tarde una madre entra corriendo con su hijo de cinco años en brazos. “Se cortó el pie con una piedra y le sangra mucho”, explica mientras el chiquito mira la toalla que le envuelve casi toda la pierna.

Mientras curan la herida del pequeño, en la sala contigua una chica embarazada es atendida por tener pérdidas. Su rostro evidencia que la causa fue una golpiza pero ella calla. “Tuvimos un caso peor esta semana, otra embarazada que vino con la cara desfigurada y el cuerpo lleno de moretones y la pareja que no se le separaba de al lado”, cuenta una de las enfermeras.

A esa hora se apaga el televisor de la sala de espera y el llanto de un niño se convierte en la música de fondo para aquellos que siguen esperando. De pronto, un hombre robusto golpea con prepotencia la ventanilla de atención. Su mujer ingresó un par de horas antes con un cuadro de infarto, está delicada, y no dejan que más de un familiar esté con ella a la vez.

“Hoy es una noche tranquila”, advierte otro médico. Cuenta que se dispuso la presencia de policías en la guardia luego de que un paciente drogado amenazara con matar a una médica.

A las cuatro de la mañana la guardia se calma y los profesionales toman un breve descanso, el primero del día, aunque ya es sábado en realidad. El niño herido es suturado y deja de estar sentado al lado de la camilla en la que duerme plácidamente el joven atropellado e intoxicado. La mujer embarazada es dada de alta y el niño de la fiebre persistente sigue llorando.

Victoria Terzaghi

victoriat@rionegro.com.ar


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