Una peligrosa “taza de té”

TOMáS BUCH (*)

En los albores de la Revolución, en Estados Unidos, los colonos se negaron a pagar impuestos sobre una partida de té de Oriente y arrojaron el cargamento al agua, en Boston, en 1773. Hacía años reclamaban una representación en el Parlamento británico, que el Imperio les negaba. Se rebelaron contra la imposición, y ese fue el comienzo “oficial” de la lucha contra Gran Bretaña, que había comenzado en 1775, culminó con la declaración de la independencia de las 13 colonias en 1776 y finalizó en 1783, con el Tratado de París, en el que Gran Bretaña reconocía esa independencia. Las circunstancias de las 13 colonias eran muy diferentes de las colonias españolas, porque Gran Bretaña era una monarquía constitucional y porque los colonos no fueron a enriquecerse sino a buscar un nuevo estilo de vida en libertad. Una incorporación de diputados americanos en el Parlamento inglés era una posibilidad real. Los 13 estados ahora son 50, después de haber conquistado el Gran Oeste cometiendo el genocidio de los pueblos originarios y quitando la mitad de su territorio a México. Después, no dejaron de interferir continuamente en América Latina, su patio trasero reservado por Teodoro Roosevelt para ellos, distorsionando hábilmente la idea de Monroe, “América para los americanos”. Esta idea había sido la de mantener afuera a los europeos, no en una virtual anexión de la América Latina. Mantuvieron su federalismo y su aversión al gobierno centralizado, al punto de que son los Estados los que financian la federación y no al revés, como es aquí, donde el federalismo sólo es y fue una palabra y un pretexto, y no una forma de gobierno. Estados Unidos fue la primera nación que tuvo una Constitución liberal, un parlamento democrático (la antiquísima Cámara de los Comunes de Gran Bretaña tenía alcances muy limitados) y reconocía los derechos de todos los hombres a la felicidad. Uno de sus mejores –Franklin D. Roosevelt– promulgó en 1941 la causa de la libertad ante cuatro amenazas, por la palabra libre y la libertad religiosa y contra la necesidad y el temor. La nación también tuvo, desde sus comienzos, una mentalidad fuertemente individualista y violenta, el derecho constitucional a portar armas, un protestantismo fundamentalista militante y una alternancia y/o coexistencia entre actitudes aislacionistas e imperiales bastante notable. Y el sistema político más estable del mundo. El sistema republicano ha reinado, desde sus comienzos, con la plena vigencia de las instituciones y en la regularidad ininterrumpida de las elecciones. Sin embargo, el bipartidismo impide el surgimiento de otras fuerzas, y las diferencias entre demócratas y republicanos no son muy comprensibles para los extraños. A veces, ni para los propios… El aislacionismo se refleja en la gran ignorancia de la mayoría de los estadounidenses de cómo es el mundo de fuera de sus fronteras; y el imperialismo en la convicción de que los EE. UU. tienen el “destino manifiesto” de mostrar el camino hacia su propio modo de vida a todas las naciones. Así como nosotros decíamos creer que “Dios es argentino”, ellos están convencidos de que los EE. UU. son “God’s own country” –el país propio de Dios–. Y el individualismo se expresa en egoísmo y falta de solidaridad con propios y ajenos, formalizado en las tesis neoliberales más extremas. Desde que el norte industrializado y fuertemente proteccionista ganó en la Guerra Civil contra el Sur agroexportador –con el pretexto de la liberación de los esclavos– EE. UU. no dejó de extender su impacto sobre el resto del mundo. Pero fue la Primera Guerra Mundial la que introdujo a los EE. UU. como potencia mundial a la preeminencia, desplazando a Gran Bretaña del rol que había tenido desde el siglo XVII. Y la Segunda Guerra Mundial la llevó al estatus de superpotencia que se miraba seriamente a los ojos con su competidor ideológico, la URSS. Entre ambos, se habían dividido el mundo en zonas respectivamente intocables desde la Conferencia de Yalta, en 1945. Ahora, terminada esa bisección, está ocurriendo un fenómeno extraño y alarmante en ese país, la única superpotencia que queda. En la medida en que las crisis financieras sacuden su seguridad monetaria y el dólar se debilita, el estatus de superpotencia política y económica se ve amenazado, –aunque el presupuesto militar anual es equivalente a todo nuestro PBI y su sistema militar es inexpugnable– pero pensado para una guerra convencional. He aquí el peligro: las guerras actuales no son convencionales. No se puede luchar con armas superpotentes contra movimientos líquidos y que no configuran un Estado. El terrorismo es un riesgo real, como lo demuestra el 11/9/01. Pero la respuesta, la invasión de los pantanos políticos de Afganistán e Irak, no ha hecho nada por mellarlo y ha suscitado una reacción paradójica en gran parte del mundo. Entonces surgen la duda, el miedo y la paranoia como antagonistas de las cuatro libertades; son los mismos ingredientes que condujeron a los EE. UU. al maccartismo en los años 50 y a Alemania al nazismo en los años 20. La duda, ante el surgimiento de otras potencias que cuestionan la supremacía estadounidense en la economía mundial. El miedo, ante un peligro real pero inasible, el terrorismo, y ante un riesgo real y cotidiano, la pérdida del bienestar económico y el empleo. La paranoia que conduce a aceptar la tortura sin pruebas y la limitación de los derechos civiles, rasgos que constituyeron el orgullo del país y que hasta lograron superar (en parte) las barreras racistas. La expresión de la duda, el miedo y la paranoia es el nuevo movimiento de extrema derecha que invoca aquella gesta fundacional de arrojar el té al agua: los Patriotas de la Partida de Té (Tea Party Patriots); que lucha contra fantasmas, como el del comunismo, que propugna la destrucción del Estado Federal (se supone que menos el poder de sus armas, en cualquier parte del mundo). Y que en el nombre de una entelequia ambientalmente insostenible hace peligrar seriamente las cuatro libertades. El terrorismo es real pero indefinible; la prensa está en pocas manos, la desocupación está en aumento sin que se aumenten los impuestos de los más ricos y el miedo está instalado en lo cotidiano. (*) Físico y Químico


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