Una política imperial que nos afecta

Por Héctor Ciapuscio

La situación demográfica de los Estados Unidos es muy interesante. Tienen una población de más de 300 millones con particularidades complejas. Registran, por ejemplo, una fabulosa inmigración de más de un millón por año (sólo el 15% europeos) y un fenómeno global de 33 millones de hispano-descendientes – incluidos 6 millones de ilegales, la mayoría mexicanos (1) – que doblan el total de hace treinta años y constituyen el 11 por ciento de la población. Este fenómeno alcanzará al fin del siglo las características de un cambio histórico : los «blancos» no-hispanos se convertirán en minoría en el país. Ya los debilitados sindicatos obreros no cuestionan como en otros tiempos una afluencia que sólo afecta, como oposición en puestos de trabajo y niveles salariales, a los afro-americanos. Menos aún los políticos (con la excepción del minoritario Buchanan), que dependen cada vez más de sus votos. Hoy mismo, un candidato a presidente (a quien le adjudican la pintoresca «gaffe» de definir a los «latinos» como «provenientes de países que hablan latín»), les dirige discursos en castellano. Aparte de las virulentas denuncias de las milicias «patriotas» de derecha, sólo se registran reacciones desde la Academia. Economistas particularmente, propician una política más restrictiva con el argumento de la pobreza del «capital humano» (habilidades y nivel educativo) que aportan.

Hay, en cambio – y es nuestro tema aquí – otro tipo de inmigración de centro y sudamericanos que es bien vista: la de aquellos que provienen de culturas universitarias, científicas, técnicas y artísticas. Un estudio referido a cambios favorables en las ciudades como consecuencia del trabajo de extranjeros señala, por ejemplo, al «numeroso contingente de importantes arquitectos argentinos que incluye a César Pelli, Diana Agrest, Mario Gandelsonas, Rodolfo Machado y Jorge Silvetti, el último de los cuales está a cargo del Departamento de Arquitectura de Harvard». Hasta un ogro como el senador Jesse Helms, que ha fungido como cabeza del Comité de Asuntos Extranjeros por muchos años, señaló cuánto gana Estados Unidos con la inmigración de gente calificada de Sudamérica y la India (como se sabe, de este país provienen miles de especialistas en software que llenan vacantes americanas y hasta se convierten en émulos de los de la cepa Bill Gates).

Pero la indicación más contundente (e inquietante) viene ahora del propio Senado norteamericano. Se trata de la ley sancionada a principios de octubre – con el voto del 99 % de los legisladores – que autoriza al Ejecutivo la concesión de nada menos que 600.000 visas a extranjeros calificados para el área de la alta tecnología. Los objetivos son concretos : satisfacer de inmediato posiciones clave en las industrias tecnológicas y evitar que los empresarios transfieran sus negocios a países con mucha oferta de mano de obra calificada (léase India, China, Brasil, Argentina). Y la cereza de la torta: la ley autoriza, ante la gran demanda de personal especializado, la permanencia de investigadores extranjeros que ingresan a Estados Unidos para realizar estudios de posgrado. Las consecuencias para los países que habitualmente envían becarios para completar su formación académica de alto nivel son obvias; el compromiso de retorno será fácilmente eludido y los países no recibirán pago alguno por gente formada a un alto costo. Estas disposiciones traen amenazas graves y en Brasil ya comenzó la reacción. Se ha pedido legislar sobre el proyecto existente de abrir concursos para 7.000 cargos de docentes universitarios y tomar cartas en el problema de la importante cantidad de becarios brasileños que están completando su formación en el país del Norte. Si no se actúa rápidamente, dice la Sociedad Brasileira para el Progreso de la Ciencia, tendrán en breve una nueva emigración de masters y doctores a USA.

¿Qué determinaremos hacer los argentinos ante esta desnuda política de succión de talentos de la superpotencia que seguramente alargará las colas de jóvenes a las puertas del Consulado norteamericano? ¿Qué, en cuanto a la situación de varios cientos que realizan doctorados o posdoctorados en USA y los tantos más que planean realizarlos? Aunque es de esperar que no nos reduzcamos al lamento por las acciones de un «gigante egoísta» o nos quedemos en la resignación ante lo inevitable, hay razones para el pesimismo: la crónica del último medio siglo da cuenta de la indiferencia de nuestras clases dirigentes -gobiernos y empresarios – ante la hemorragia de capital humano valioso que ha venido resultando de la crisis política, económica y, sobre todo cultural, que arrastramos. Hay docenas de libros y folletos y hay miles de notas periodísticas sobre el «brain drain», pero no hubo nunca una acción eficiente para detenerlo o disminuirlo. Estamos gobernados por economistas, no por estadistas, y tenemos una opinión pública resignada al fatalismo globalizador que difunden los medios. Nos llenamos la boca con la pretensión de una «sociedad del conocimiento» pero, como se dolía hace veinte años Jorge A. Sábato, «todos los días se van científicos, técnicos y artistas, que constituyen el capital fundamental de la nación, y eso no le quita el sueño a nadie».

Sin embargo, no debemos bajar los brazos. Las previsibles consecuencias de esta política inconsiderada del gobierno estadounidense -bien diferente de aquellas del Punto IV de Truman o la Alianza para el Progreso de Kennedy – deberían ser morigeradas, por un lado, a través de una negociación diplomática, y por el otro, con políticas activas de apertura de oportunidades a los jóvenes talentosos en los sectores académicos y científico-tecnológicos.

(1).- Hay un episodio curioso y poco conocido en las relaciones México-Estados Unidos del primer cuarto del siglo XX que matiza históricamente esta realidad de ahora. Era cuando los aztecas lloraban por estar «tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos». En enero de 1917 los servicios de inteligencia británicos decodificaron un mensaje del gobierno del Káiser instruyendo al embajador alemán en México para arreglar una alianza con el país a fin de que éste, antes de que los norteamericanos entrasen en la guerra contra Alemania, atacaran a su vecino a través del río Grande. En retribución, luego de su victoria final sobre los Aliados, el imperio alemán le devolvería sus territorios ocupados por los estadoun…idenses a mediados del siglo XIX : Texas, New Mexico, Arizona y California. Por supuesto, la alianza con los alemanes nunca se efectivizó. México presenta hoy una realidad distinta: a pesar de la tensión permanente en la frontera de 3.000 km, más de 20 millones de sus nacionales viven en USA y florece la economía relacionada con el Tratado de Libre Comercio.


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