Una tesis inquietante, Por Dr. Martín Lozada15-01-04

A comienzos de la presente década fue publicado un libro que no tardó en despertar un gran debate a escala internacional, colocándose rápidamente a la cabeza de los más vendidos en países diversos, incluidos Brasil, Bélgica, Holanda, Alemania y Suiza. Fue tema de numerosos programas radiales y televisivos, llegando hasta el presente los ecos de su inquietante tesis.

El libro en cuestión se titula «La Industria del Holocausto: reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío», y su autoría corresponde a Norman G. Finkelstein, hijo de padres sobrevivientes de los campos de concentración de Auschwitz y Majdanek, donde murió, sin embargo, el resto de su familia. En la actualidad es un prestigioso profesor de la Universidad DePaul, en Chicago.

La obra pretende ser tanto una anatomía como una denuncia de la industria del Holocausto -con mayúscula- y, de este modo, subrayar el proceso a través del cual un suceso dramático y criminal de la historia reciente fue manipulado hasta límites insospechados, a modo tal de convertirlo en un arma ideológica destinada a legitimar fines desprovistos de toda ética.

Refiriéndose a la sociedad norteamericana sostiene que, hasta hace poco tiempo atrás, el holocausto -con minúscula- apenas si ocupaba un lugar en la vida estadounidense, prueba de lo cual resulta que, en el período que medió entre la conclusión de la Segunda Guerra Mundial y el final de la década de los sesenta, tan sólo un puñado de libros y películas abordó este tema.

Los verdaderos motivos del silencio público con respecto al exterminio nazi fueron tanto el conformismo de los líderes judíos estadounidenses como también el clima de posguerra. Las élites judías de Estados Unidos se atuvieron estrictamente a la política oficial de Washington, favoreciendo de ese modo su objetivo de promover la asimilación y el acceso al poder.

Finkelstein afirma que, sin embargo, había otra razón que daba cuenta de que la Solución Final era un asunto tabú para las élites judeo-estadounidenses: constituía uno de los temas favoritos de los judíos izquierdistas que se oponían a la alineación de posguerra con Alemania y en contra de la Unión Soviética. Así pues, el afán de recordar el holocausto nazi se tildó de causa comunista.

¿Fue una mera coincidencia que, en esa misma época, las grandes organizaciones judías vilipendiaran a Hannah Arendt por sus comentarios sobre el colaboracionismo practicado durante la era nazi por las élites judías en expansión?

La guerra árabe-israelí de junio de 1967 modificó radicalmente el panorama. Impresionados por la apabullante demostración de fuerza de Israel, los Estados Unidos decidieron incorporarla como valor estratégico. Sobre la joven nación israelí comenzó a volcarse todo tipo de ayuda militar y económica, a la vez que se iba convirtiendo en delegada del poder estadounidense en Oriente Medio, a modo de vanguardia defensiva en contra de las «retrógradas hordas árabes».

La función simbólica del holocausto nazi, afirma Finkelstein, quedó demostrada durante el juicio llevado a cabo en Jerusalén en 1961 contra Adolf Eichmann, secuestrado en Buenos Aires por agentes de inteligencia israelí. Aquel rito judicial tuvo por objetivo, según el propio Ben Gurión, poner en conocimiento del mundo el dolor y el sufrimiento experimentado por el pueblo judío.

Esta lección, no la del sufrimiento sino la de la manipulación del dolor, sostiene el autor, fue bien aprendida por la comunidad judeo-estadounidense. Tanto es así que, tras su remodelación ideológica posterior a la Guerra de los Seis Días, el holocausto perdió gramaticalmente su minúscula y ganó letra mayúscula, siendo convertido en un capital simbólico de estricto monopolio judío, soslayando la existencia de otros grupos que padecieron igual destino durante el Tercer Reich: los gitanos, los eslavos, los homosexuales y los discapacitados.

La sacralización del Holocausto favoreció en lo sucesivo que una de las potencias militares más temibles del mundo, con un espantoso historial en el campo de los derechos humanos, se convirtiera a sí misma en Estado «víctima» y que el grupo étnico más poderoso de los Estados Unidos también haya adquirido igual estatus. Esta engañosa victimización ha venido produciendo considerables dividendos; uno de ellos, el más manifiesto, la inmunidad a la crítica, aun en circunstancias en las que estuviera debidamente justificada.

De tal modo se explica la licencia de la que goza Israel para obrar a su antojo, contradiciendo recomendaciones y resoluciones de las Naciones Unidas e imponiendo judicialmente la tortura y los asesinatos selectivos de sospechosos de cargos terroristas, todo ello bajo el argumento de legítima defensa y fundado en cuestiones de seguridad nacional.

El libro de Finkelstein se enmarca en una crítica tradición intelectual que incluye a teóricos del peso de Erich Fromm, Hannah Arendt y Noam Chomsky entre sus filas. Todos ellos anhelaron un mejor destino para el Estado de Israel y una perspectiva de mayor universalismo para mirar el proyecto criminal experimentado en la Europa de 1938-1945.


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