Vacunas para el sida

Por Héctor Ciapuscio

Varios artículos en revistas internacionales prestigiosas están mostrando que la epidemia de sida en el mundo provoca una alarma creciente y generalizada. Leemos en uno de ellos la declaración del presidente del Fondo Global contra esta epidemia, la tuberculosis y la malaria: «Globalmente el virus y la enfermedad es el peor desastre en la historia humana registrada. Es ya peor que la Muerte Negra en la Europa del siglo XIV, y la palabra «ya» es muy significativa porque será mucho peor aunque hagamos mañana mismo todo lo correcto en acciones, y no lo estamos haciendo». De hecho, prosigue, la pandemia virus/sida está todavía -con 40 millones de infectados en el mundo- en las etapas tempranas de una trayectoria que irá, según todo lo indica, inexorablemente en ascenso en los próximos años. Diversos tratamientos pueden retrasar la progresión virus-enfermedad, pero no hay cura ni vacuna -ésta es lo único capaz de acabar con la epidemia- en el horizonte visualizable.

La gran ilusión -el Santo Grial de esta lucha- es una vacuna oral obtenible, segura, que se administre en una sola dosis y garantice protección de por vida contra todos los tipos y subtipos del HIV. Con respecto a esa esperanza y a pesar de declaraciones como la del presidente del IAVI (el instituto internacional para la vacuna contra el sida), que considera que ella es obtenible a condición de que se asignen fondos suficientes, Richard Horton (quien fuera editor de «The Lancet», la famosa revista científica inglesa) titula una larga nota «La vacuna ilusoria» y explica que después de 23 años de intensa investigación en el virus de inmunodeficiencia humana (HIV) junto con la experiencia acumulada en 20 millones de muertes por la infección en el mundo, todavía no existe prospecto de una vacuna para prevenir la enfermedad. En rigor, debe pensarse que no se logrará sino en varias décadas. No es una cuestión sólo de dinero, asegura, el problema más arduo es la extraordinaria complejidad genética de la epidemia, la cantidad de cepas, las variantes del virus y el hecho de que éste muta continuamente.

El año pasado la Fundación Bill & Melinda Gates asignó $ 100 millones de dólares al IAVI en apoyo del fondo de 550 millones presupuestados por éste para cubrir una primera etapa. Hablando en el Foro Económico de Davos, Gates, dueño de Microsoft y a la cabeza de los ricos del mundo, manifestó que la donación intentaba corregir «una increíble falla del mercado» en desarrollar una vacuna para el sida. «Con la mayoría de las personas infectadas viviendo en las naciones pobres del mundo», dijo, «no hay modo de que las empresas comerciales vayan a ver esto como una prioridad». Ahora José Esparza, el asesor de vacunas de la Fundación, reconoce: «Estábamos equivocados creyendo que la vacuna se conseguiría fácilmente». Por desgracia, en esta tragedia no faltan los tironeos políticos y las actitudes electorales oportunistas. En Estados Unidos, a la vista de las elecciones presidenciales del próximo noviembre, el presidente Bush asignó meses atrás un fondo de 15 mil millones de dólares aplicables en cinco años y a canalizarse a través de una entidad nueva, estrictamente norteamericana, en lugar de dar mayor apoyo al Fondo Global para la Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, institución internacional que financia programas de prevención en los países que más lo necesitan. Recientemente, rebatiéndolo, su contrincante en la aspiración presidencial del nuevo período, John Kerry, prometió duplicar esos 15 mil millones y canalizarlos por el Fondo Global. Ni uno ni otro sin embargo han enfocado en el debate específicamente el asunto de la vacuna anti-sida.

Una nota original y esperanzada se está dando en un país africano. En Uganda, atípico entre los africanos por un relativamente estable ambiente familiar, sus autoridades lanzaron a fines de los '80 la idea de una «nueva vacuna» y ahora resaltan que ha tenido profundo efecto en este país fuertemente agredido por la epidemia a causa de violaciones y abusos sexuales. Entonces, con ninguna vacuna a la vista, pensaron que algo que estaba dentro de sus medios modestos, un cambio de conducta, podía llegar a constituirse en una «vacuna social». Conducta individual y responsabilidad personal basada en el conocimiento serían la mayor protección contra el sida y otras epidemias futuras. Algo bueno, aunque sea en términos modestos, debe haber ocurrido para que ahora el presidente Yoweri Museveni declare que la sero-prevalencia del virus ha descendido, con el uso de la «vacuna social», del 18,6% al 6,1%, una reducción cercana al 70%. «Me dicen los médicos, se ufana, de que una vacuna con 80% de eficacia es una buena vacuna».

Por Héctor Ciapuscio


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