¿Vale la pena esperar el final?

¿Debería importarnos lo que sucederá de ahora en más en «Lost»? ¿Deberíamos abordar la sexta temporada con la misma expectativa con que lo hicimos en la segunda? ¿Valdrá la pena soportar los comerciales y las promos de AXN a lo largo y ancho de cada capítulo?

Por supuesto, hay fanáticos que van al día con los Estados Unidos de la mano de internet. Sin embargo, me gusta recordar aquel sabor primigenio que tenía la serie cuando era menos célebre. En todo caso, la respuesta a estas preguntas desesperadas es un simple «no». De camino hacia su epílogo, «Lost» ha perdido vastas cuotas de todo aquello que la convertía en un producto televisivo excepcional.

Uno de los mayores pecados de sus productores ha sido no cumplir la promesa de fidelidad con lo real que hicieron cuando aún eran noveles. Aseguraron que no incluirían explicaciones sobrenaturales para los hechos más insólito. Luego, se deshicieron en réplicas tontas. Al final de la quinta temporada debimos resignarnos a una odiosa parafernalia esotérica. Bien Hollywood.

Gran parte de la magia que caracterizó a «Lost», al menos durante los dos primeros años, estaba relacionada precisamente con la ausencia de magia en su guión. Ahora encontramos realismo mágico y del otro a raudales. A caudales. A patadas. Hay demasiados ingredientes tirados de los pelos.

Volvamos al principio. Un grupo de hombres y mujeres aparentemente normales se enfrenta a una situación extraordinaria, como sobrevivir a un accidente de avión y, a otra más insólita aun, como la de terminar viviendo en un pedazo de tierra lleno de osos polares, entes sin consistencia pero muy violentos, seres parte de un increíble proyecto científico frustrado y más, mucho más. Sin embargo, para cada teorema había un esbozo de respuesta que no se disparaba a los quintos infiernos. Creo que fue Asimov o Bradbury el que dijo «la ciencia ficción también tiene sus reglas». Es decir, no se puede escribir cualquier cosa y luego explicarla de cualquier manera. Eso hacía muy interesante a «Lost». Esta marca de nacimiento, este mapa de la locura sosegada, fue desapareciendo en su tránsito hacia la gloria televisiva.

Cuando descubrimos que los argumentos alquímicos son sólo el producto de la imposibilidad de expulsar cierta lógica al tejido de la trama, es el momento en que el edificio literario comienza a derrumbarse. En algún momento trágico los guionistas de «Lost» aceptaron la licencia para matar a «Lost» y decir lo que sea. Tal vez nunca llegaron a leer a Edgar Allan Poe (justamente él quien explicó una matanza «sin pies ni cabeza» perpetrada por un simio). El viejo Edgar los hubiera ayudado.

Abrir la caja de Pandora de la fantasía fue tanto una necesidad como un pecado imperdonable para los creadores de «Lost». Pusieron el listón muy alto y ahora están pagando ese precio.

La inclusión de un orden mitológico, con supremo fantasma incluido, viajes en el tiempo, monstruos y venganzas milenarias, suman un cóctel que no se puede digerir de buenas a primeras. Es como si hubieran talado su propio árbol de la sabiduría.

Pudo ser distinto ¿Pudo? Pensémoslo así: la isla de «Lost» era básicamente un laboratorio en una zona de insondable energía, pero en la medida en que esa energía se volvió sondeable, pues, todos nos quedamos un poco perturbados por lo que encontramos. La referencia a los cambios temporales complicó tanto las cosas que algunos capítulos dan para el chiste fácil. No por nada Hurley se la pasa haciendo bromas que ironizan con su patética situación espacio-temporal.

Los productores de «Lost» han asegurado que no todos los enigmas serán resueltos. Ni siquiera ahora. Falta que hacía.

El repertorio de trucos baratos está al alcance de la mano y sacar conejos negros de allí es demasiado tentador.

CLAUDIO ANDRADE


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios