Vengo del placard de otro

En el auto suena «Get behind me Satan», el nuevo disco de los White Stripes, una de las bandas de rock del momento. Lo curioso es que decir banda suena a multitud pero los Stripes son dos: Jack y Meg White, quienes alguna vez dijeron que fueron marido y mujer y hoy se presentan como hermanos. Lo que es cierto es que suenan como si fueran siete. Los riff de guitarra y la voz urgente de Jack se mezclan con perfección con los parches de batería de Meg, la ninfa de cara misteriosa que reina detrás de los tambores.

Suena «My doorbell» y luego «Forever for her». Después «Little Ghost». Todo el disco es preciso, contundente, imprescindible. Un discazo, superior al anterior, «Elephant», que para la opinión pública era insuperable.

Un amigo lo escucha. Es escritor, guionista, tiene casi 50 años. Vivió los '70 algo de costado, escuchando música y bocetando sus primeras obras. Hoy tiene 7 novelas publicadas, varios guiones llevados al cine y algunos moretones que le dejó la vida. Escucha el disco y descerraja: «¿Quién es este tarado que se quiere parecer a Robert Plant? Otro amigo –moderno, veinteañero, nunca tuvo novia-, le explica quién es, qué hace, qué lugar ocupa. Se produce un silencio. Tres temas después, el escritor ataca de nuevo: «Ahora se quiere parecer a King Crimson». El chico sin amor sigue manejando. El comentario lo deja rumiando.

Es cierto: Jack White, el enigmático hombre que viste, enteramente, o de rojo o de negro, que usa galeras, que coqueteó con la actuación en «Regreso a Cold Mountain» y que canta como un poseso, se quiere parecer a Robert Plant. Su arte, que duda cabe, se moja los pies en varias orillas. En orillas clásicas, como Zepellin o King Crimson. En otras más cercanas, como Cobain o Veder. Eso no le quita mérito: es un gran compositor, sensible y feroz, como lo son los hombres apasionados.

Al rock, como a los libros o a la radio, más de una vez le han puesto fecha de defunción. Sin embargo, tras repetirse y envejecer, resiste y se reinventa. Pero sigue.

Lo importante, en este caso, es no creerse que lo último, por nuevo, es único. Los chicos de hoy podrían ir a desempolvar el pasado. Mientras, aquellos jóvenes de los '70 pueden seguir descubriendo émulos, acaso tan buenos como los originales.

Pablo Perantuono

pperantuono@rionegro.com.ar


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