Verdades y falacias en la crisis energética

Por Norberto J. Raviola (*)

El otrora emperador riojano (luego autoeyectado de la máxima contienda electoral y actualmente prófugo de la Justicia argentina) estaba exultante. Había llegado al sillón presidencial gracias al voto de una gran mayoría de argentinos; la mayor parte incomprensible y la otra, una ínfima parte, sus socios en la alianza preelectoralista que integraron industriales, banqueros, economistas y políticos, todos ellos prestos para la depredación dentro de lo que se llamó el contubernio neoliberalista de los '90, que terminó socavando los cimientos del país y provocando el derrumbe de su estructura.

En aquella desgraciada instancia del inicio privatizador, el innombrable estaba concentrado leyendo repetidamente a Niccoló Machiavelli (Maquiavelo), especialmente ese escrito donde dice «…cómo hay que tratar a los pueblos del Valle de Chana sublevados», cuando uno de sus incondicionales le sopló al oído «…guarda Carlos, pongamos algunas regulaciones, cosa de distraer un poco a la gilada».

Además, alguien le había comentado que un tal Robert Lansing en 1914 había dicho que «una potencia cuyos súbditos son tenedores de la deuda pública de un Estado americano y que ha invertido en él grandes montos de capital, puede controlar el gobierno de ese Estado de la misma forma que si hubiera adquirido derecho soberano sobre su territorio por medio de la ocupación, conquista o concesión». (¿Quién fue Lansing? Nada menos que el secretario privado del presidente de los EE. UU. Woodrow Wilson). Y ahí sí le gustó el asunto al fulano y quiso entrar en la sociedad. Por eso, no bien apareció «…en 1989, empezó a entregar al capital extranjero los servicios públicos y los recursos energéticos». (M. Fernández López, Página 12, Sup. Cash, 4/4/04).

Según algunos políticos de impronta menemista y sus aliados, la crisis de la energía se instaló a partir de 1999. Pero ello no es así.

Durante toda esa década privatista, según los especialistas del Plan Fénix, «…hubo una inadecuada asignación de inversiones, que se concentró en la exportación por un lado y la ausencia de incremento de la infraestructura existente». Es decir, nada de soluciones estructurales, sólo por allí algunos «parches» coyunturales. Ejemplo: para el caso del transporte interno del gas natural, nada de nuevos gasoductos, algunos «loops» (conductos paralelos para incrementar la capacidad de transporte). Además, algunas plantas recompresoras en los lugares donde se podían instalar y hasta que la ecuación de transporte no les diera más.

¿Y ahora? ¡Sorpresa! El gobierno nacional habló duramente y entonces los señores transportistas del Gasoducto Cordillerano Neuquén-Río Negro pusieron de golpe los dólares y comenzaron a construir 71 km de loops, como para aliviar pasajeramente las angustias de esos patagónicos cordilleranos. Por supuesto, eso es nada más que un paliativo coyuntural. No una solución estructural, pero algo es algo. Podrían contagiarse de ellos las compañías petroleras privadas locales, perforando masivamente (pero adecuadamente) en la cuenca para incrementar las alicaídas reservas de gas, que siguen cayendo estrepitosamente. (El menemismo recibió un horizonte comprobado de reservas de gas para unos 35 años. Cuando se fue, entregó la posta con reservas de gas solamente para unos 20 años). Pero eso sí, tienen que sincerar su esquema financiero. Durante el período fiestero lograron financiar sus inversiones exclusivamente con endeudamiento, posibilitando así remesar o girar mayores utilidades y, como postre, también reducción al pago de impuestos.

¿Y el Ente Nacional Regulador de Gas -Enargas-, a todo esto? De acuerdo con el marco regulatorio para el gas natural que debía controlar este ente, la prioridad para el abastecimiento con dicho fluido la tenía (y tiene) el mercado interno y sólo si había excedente podía exportarse. Además, el carácter de suministro interrumpible para los contratos de exportación no debería otorgar derecho a quejas.

El gobierno no deja de acusar a las empresas por no haber realizado las inversiones comprometidas, pero aunque en nuestro bendito país ya nada extraña, el Enargas se enfrenta al gobierno y defiende a las compañías privatistas, afirmando que las mismas cumplieron con los contratos hasta la devaluación de la moneda implementada a principios del 2002.

Aclaremos: el Enargas no es un ente del Bureau of mines de los Estados Unidos. Es un organismo creado por el Estado argentino (y está en la Argentina) para hacer cumplir el marco regulatorio privatista y sus reglamentaciones. Si el marco regulatorio menemista tiene puntos oscuros dispensados (privilegios), hay que modificarlo ya y adecuarlo a los intereses soberano del país.

Si el Enargas hizo tamaña afirmación, debe dar a conocer, año por año desde su creación a inicios de los '90 y hasta fines del 2001, cuáles son las verda

deras inversiones que hizo cada empresa de acuerdo con las obligaciones contractuales, de manera que el gobierno nacional pueda explicarles a los argentinos quién tiene razón. Según los especialistas del Plan Fénix «…sólo se les exigió a las empresas inversiones de mantenimiento».

Lo que es innegable es que la falta de políticas de mediano y largo plazos para todo el espectro del sector nos ha llevado a este estado de pre-catástasis energética.

Hay que definir planes concretos. Que se terminen los «bombardeos» mediáticos de los serviles de siempre y el facilismo de criticar sin aportar.

Basta de comportarse como provincianos secesionistas de la manigua africana. El gobierno nacional ya comenzó a actuar ante todas estas presiones que, como dicen los especialistas del Plan Fénix, proceden de la oferta de un férreo oligopolio.

Basta del bizantismo discursivo de los políticos oficialistas nativos devenidos en especialistas energéticos de la última hora y opositores al actual gobierno nacional que nos hablan continuamente, aparentemente con alta suficiencia en el tema, de «por qué el actual reconocimiento de 0,50 dólares el millón de BTU y no 1,60 dólares que es el que, según ellos, corresponde para el gas en boca de pozo de los yacimientos neuquinos».

Señores, analicemos la crisis en serio, con discusión en mesa profesional, entre técnicos y no con políticos, tal como lo hacíamos ya hace unos treinta años en las largas sesiones frente a la mesa de trabajo de la Comisión de Producción del Instituto del Petróleo -sede central- y también en la Secretaría de Energía de la Nación, con los representantes de empresas petroleras, estatal y privadas, discutiendo los números de producción y costos sobre la mesa y con beneficio de inventario… y sólo pensábamos en el país que queríamos ver potenciado.

Los datos de base del costo de inversión y operaciones los suministraban YPF, Gas del Estado y las empresas privadas productoras de hidrocarburos. Los datos de incorporación de reservas y actividad exploratoria y de delimitación se elaboraban a base de información de la Secretaría de Estado de Energía de la Nación y de YPF.

Entiendo que corresponde que el gobierno y el Congreso nacional a través de la Secretaría de Energía de la Nación terminen definitivamente con el «aquelarre» causado por la desregulación. Ir a la fijación de precios de acuerdo con los costos específicos y a una adecuada rentabilidad por parte de las compañías privadas en pago al trabajo que ellos ahora realizan y que antes hacía el Estado nacional, todo convenientemente auditado.

Ir directamente hacia la raíz de la causa de la grave situación presente y qué decir del mediano y largo plazos si todo esto no se revierte drásticamente, aunque ya es tarde, por lo menos prolongaremos la agonía pero en las mejores condiciones posibles.

El tema más importante es la consecuente sobreexplotación de los yacimientos para satisfacer descontroladamente los incrementos de demanda de gas, y ni hablar de la despresurización de ciertos reservorios gasíferos ricos donde opera el fenómeno de la condensación retrógrada con el resultado de que ingentes volúmenes de hidrocarburos líquidos quedan «abajo», ¿y para recuperarlos después?

Además, la explotación «a full» de horizontes productivos con «gas dulce» (menos del 2% de dióxido de carbono) fue minando sus reservas, debiendo cada vez más echar mano a horizontes productivos de gas con ciertos tenores de «gas ácido» (más del 2% de dióxido de carbono), lo que pasó a incrementar los costos de tratamiento dado que hay que eliminar adecuadamente ese ácido carbónico. Esta situación, en relación con la calidad del gas producido, irá «in crescendo» en los años venideros de explotación. Conocemos que las previsiones de la Internacional Energy Agency (IEA) sobre la situación energética mundial indican que en el 2020 el 95% de la demanda mundial de energía será cubierta por combustibles fósiles y que la demanda mundial de gas crecerá a razón del 2,6% por año.

¿Qué estará pasando en tanto en nuestra tierra neuquina para esa fecha?

Mucho antes de eso, con menos de un tercio de la cuenca neuquina por explorar y las empresas petroleras «rascando» el fondo de la «olla» sedimentaria, debido a la persistencia del inequitativo reparto de la torta de utilidades hidrocarburíferas, la inmensa mayoría de los neuquinos pobres… estará más pobre, y la actual minoría rica, es decir, la de los astutos y acomodados de siempre… estará más rica.

Sumemos a ello la superpoblación futura, la escasez de otras fuentes de ingresos alternativos y el medio ambiente descuidado, deteriorado, colapsado y sin remedio. ¿Qué quedará?

Finalmente, como quien sueña despierto, aparece una idea. Sería interesante que la Universidad Nacional de Buenos Aires con sus especialistas del Plan Fénix y la Universidad Nacional del Comahue faciliten aquí en Neuquén la realización de un ideario (foro de ideas, planes y costos energéticos), pero con la colaboración en la preparación y el auspicio de LeMonde Diplomatique en Argentina, con su «staff» de periodistas serios.

 

(*) Técnico petrolero, ex asesor técnico de la Secretaría de Estado de Energía de la Nación y de la Dirección de Producción de YPF, sede central.

Ex gerente de Obras de Gas

del Estado


Por Norberto J. Raviola (*)

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