Videla, como militar, «un pusilánime»
«Siento la necesidad de no demorar más en dar mi opinión sobre Jorge Rafael Videla, pues tuvo la máxima responsabilidad en el «Proceso» y por lo tanto tuvo la obligación no sólo jurídica, sino militar y moral de responder por sus actos. Videla, en su vida militar, fue un falto de carácter y un pusilánime, carente de firmeza en el ejercicio del mando, irresoluto, dubitativo y timorato. Transmitió un falso e inconducente formalismo, siempre distante del subordinado y con inclinación a recibir prebendas honoríficas y eludir situaciones difíciles. Siempre atildado y sólo exigente en los detalles insignificantes y adjetivos. Nunca se destacó por ser un intelectual, un académico, pero tampoco un «tropero». No ejerció el mando de ninguna unidad operativa, ni tomó contacto con el Ejército real. No fue ni paracaidista, ni comando, ni montañés, no tuvo ninguna aptitud especial de combate. Fue un teórico de escritorio. No sólo no conoció la guerra, sino tampoco la fatiga y el «barro» de las maniobras en tiempo de paz. Hizo del epidérmico ritual, su modelo de vida miltar. Siempre lo vi como un hombre que no quería comprometerse totalmente, que cumplía órdenes «sin chistar» y sólo las impartía por imperio de las circunstancias, dejando en claro que había que operar «con prolijidad», un extraño eufemismo militar. Dejó hacer e ignoró lo que no quería conocer, adoptando un misticismo hipócrita.
«Ello ayuda a comprender por qué se adoptó el macabro y repugnante procedimiento de la «desaparición forzosa de personas», en lugar de recurrir a penas extremas -como el fusilamiento, previo juicio sumario- previstas en el Código de Justicia Militar vigente. Le faltaron -quizás no sólo a él- los atributos necesarios para ejercer su responsabilidad. Sin embargo -después de haber sintetizado mi concepto sobre su persona-, no debe extrañar a nadie lo sucedido pues Videla mismo dijo: «El desaparecido no existe, no tiene identidad».
«Algunos de sus «adláteres» en el gobierno militar afirmaron que «no se puede fusilar porque la Iglesia no lo consentiría» y que, además, «no vendrán capitales para invertir en nuestro país». Sin lugar a dudas, esos «otros» que compartieron con Videla la conducción del proceso militar fueron mentirosos más auténticos. A la postre resultó también mayor su franqueza con respecto a la concepción, materialización y supervisión de una metodología criminal y casi mafiosa.
«Bonnet, el jefe del Ejército en 1990, dijo que el indulto «ha sido una aspiración de las Fuerzas Armadas». Mi opinión era y es otra. Creo que la gran mayoría dentro de las Fuerzas estaba en contra del indulto a los ex comandantes, no les preocupaban y les eran indiferentes.
«Junto con Videla, Massera, etc. fueron indultados Mario Firmenich y otros jefes guerrilleros. En los «considerandos» del decreto de indultos se expresó que «es preciso que cada uno apacigüe su propio espíritu, deponiendo el odio, y tenga la valentía de realizar una autocrítica sincera reconociendo los propios yerros…». ¿Tuvo alguno de ellos esa valentía? ¿Realizaron su propia autocrítica? No, la soberbia se lo impidió. Creyeron que era la mínima reparación histórica que el Estado y la sociedad debían otorgarles».
(Martín Balza en «Dejo Constancia», págs 227 / 228)
«¿Pero cómo puede decir eso?»
– ¿Usted mató a Carrasco?
– ¿Cómo?
– Sí, ¿usted mató al soldado Carrasco?
– ¿Pero cómo puede decir eso?
– General, una vieja reflexión de los periodistas dice que no hay preguntas indiscretas, sólo respuestas indiscretas…
– Sí, sí…ya sé. ¿Pero cómo voy a matar yo al conscripto Carrasco?
– En Río Negro hay un penalista, Oscar Pandolfi, que es defensor del teniente Ignacio Canevaro…
– Sí, sí, lo sentí nombrar.
– Bueno, Pandolfi, preparó junto con otros abogados, el pedido de anulación del juicio a Canevaro y los soldados Salazar y Cristian Suárez que se había hecho en Neuquén. El pedido fue presentado a la Cámara de Casación. Esto fue el año anterior, pedido que no prosperó…
– Sí, sí.
– Un día, de hace mucho tiempo, Pandolfi le dijo a un periodista que usted había matado a Carrasco…
– Paremos acá porque esto no tiene sentido…¿Y por qué habría matado yo a Carrasco?
– Según Pandolfi, la noche que Carrasco estaba muy lastimado por los golpes recibidos, el teniente coronel With, jefe de la unidad de Zapala, se comunicó en varias oportunidades con usted para decirle que el muchacho estaba mal y que había que sacarlo y llevarlo para una atención más compleja. Y usted se negó a ese traslado porque de conocerse que se golpeaba en el Ejército, se desmoronaba públicamente la imagen del Ejército, que usted quería mejorar… Es decir, siguiendo a Pandolfi, una decisión suya costó la vida de Carrasco, no se trata de que lo haya golpeado usted…
– ¡Lo de Pandolfi es un disparate total! ¡Qué pasó con Carrasco, yo no lo sé! Hay un tribunal que sentenció y una Cámara de Casación que confirmó…Y además, siguiendo ese razonamiento, ¿a quién protegía yo?
– La conclusión que da Pandolfi dice también que en aquel momento, marzo del «94, usted tenía expectativas políticas importantes…
– Es un disparate…¡Nunca tuve expectativas políticas ni en ese momento, ni después, ni ahora, nunca! Lo que pasa es que parece que un jefe del Ejército siempre tiene expectativas políticas…Nuestro país será cada vez más importante, entre otras cosas, cuando un general no sea noticia.
"Siento la necesidad de no demorar más en dar mi opinión sobre Jorge Rafael Videla, pues tuvo la máxima responsabilidad en el "Proceso" y por lo tanto tuvo la obligación no sólo jurídica, sino militar y moral de responder por sus actos. Videla, en su vida militar, fue un falto de carácter y un pusilánime, carente de firmeza en el ejercicio del mando, irresoluto, dubitativo y timorato. Transmitió un falso e inconducente formalismo, siempre distante del subordinado y con inclinación a recibir prebendas honoríficas y eludir situaciones difíciles. Siempre atildado y sólo exigente en los detalles insignificantes y adjetivos. Nunca se destacó por ser un intelectual, un académico, pero tampoco un "tropero". No ejerció el mando de ninguna unidad operativa, ni tomó contacto con el Ejército real. No fue ni paracaidista, ni comando, ni montañés, no tuvo ninguna aptitud especial de combate. Fue un teórico de escritorio. No sólo no conoció la guerra, sino tampoco la fatiga y el "barro" de las maniobras en tiempo de paz. Hizo del epidérmico ritual, su modelo de vida miltar. Siempre lo vi como un hombre que no quería comprometerse totalmente, que cumplía órdenes "sin chistar" y sólo las impartía por imperio de las circunstancias, dejando en claro que había que operar "con prolijidad", un extraño eufemismo militar. Dejó hacer e ignoró lo que no quería conocer, adoptando un misticismo hipócrita.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $750 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios