Vieques y las cruzadas de fin de siglo

Por Susana Mazza Ramos

Es probable que muchos de nosotros -salvo los expertos en geografía o afortunados viajeros- hasta pocos meses atrás ignorásemos la existencia de la isla de Vieques en el territorio americano, lo cual por supuesto, no debe producirnos ningún sentimiento de culpa.

Lo que sí debe preocuparnos es que los encargados de las Relaciones Exteriores de nuestro país no hayan publicitado -si efectivamente lo hicieron- los reclamos que debieron formularse por el comportamiento del gobierno de los Estados Unidos de América en dicha isla.

Vieques es parte del territorio nacional de Puerto Rico -Estado asociado a los Estados Unidos- isla municipio con una población estable de 9.000 habitantes, los cuales vienen soportando la ocupación del setenta y cinco por ciento de su territorio, por parte de la Marina de Guerra estadounidense.

La fuerza naval utiliza a la isla como escenario para adiestramientos bélicos y blanco de tiro con municiones vivas desde aire y agua, a escasa distancia de la población civil, completando el entrenamiento con maniobras de desembarco y ocupación.

Estas prácticas guerreras, que serán sumamente necesarias e importantes para las fuerzas armadas de los Estados Unidos no lo son, obviamente, para los puertorriqueños que ven amenazadas diariamente sus vidas.

En efecto, a los peligrosos niveles de contaminación sonora que sufren por el intenso ruido, deben sumarse las lesiones corporales, la tasa de cáncer alcanzada -que sugestivamente es mayor a la del resto de Puerto Rico -y las muertes de civiles isleños como resultado directo de los bombardeos navales.

La flora y la fauna de la isla ocupada militarmente han sufrido agresiones químicas de las cuales difícilmente puedan recuperarse, así como la riqueza íctica de las aguas caribeñas que rodean a Vieques, que ha mermado ostensiblemente.

El 6 de mayo pasado, el senador Rubén Berrios Martínez, líder del Partido Independentista Portorriqueño (P.I.P.), se instaló en la playa próxima al área utilizada por las tropas navales, en abierto desafío y como motor para un efecto descolonizador entre los ciudadanos de Puerto Rico, manteniéndose allí.

A pesar de los reclamos para el cese inmediato de las prácticas militares y bombardeos a Vieques, que las más diversas entidades cívicas, religiosas, comunitarias, ecologistas, culturales y profesionales de Puerto Rico han realizado en defensa de la vida, la seguridad, la salud y el medio ambiente de la isla, todo permanece igual, en espera de un burocrático informe de situación que brindarán «comisiones especiales».

Como ejemplo de la «importancia» que las autoridades estadounidenses otorgan a esos justos reclamos, el 13 de agosto pasado el Ejército Sur de los Estados Unidos se asentó en Guaynabo, a escasas distancia de la capital portorriqueña, instalando a casi quinientas personas en el Fuerte Buchanan, debido a que tuvo que abandonar -después de casi un siglo de permanencia- las dependencias militares de Fuerte Clayton, en Panamá.

Corrido de Panamá, país al cual el próximo 31 de diciembre deberá devolver el canal que une las aguas del Pacífico y el Atlántico, Estados Unidos aumenta entonces en Puerto Rico los efectivos funcionales a su política en materia militar.

El 10 de setiembre de 1999, en el mismo acto de su asunción como presidenta de Panamá, la señora Mireya Moscoso expresó fuertes críticas hacia los Estados Unidos, porque aun cuando esta potencia se retire del Canal el último día de 1999, dejará tres polígonos de tiro contaminados con material bólido -es decir, que quedarán proyectiles sin explotar- por lo que deberán cerrarse al acceso del público más de 3.000 hectáreas de tierras panameñas.

Simultáneamente a estas actitudes violatorias de los derechos humanos de los viequenses y panameños, el subsecretario de Estado de los Estados Unidos, expresó refiriéndose a Colombia, Venezuela y países de las región del Caribe, que «Estados Unidos está dispuesto a ayudar a la región y a ayudar a ser un catalizador para aglutinar a los países», en relación con la lucha contra la violencia y el narcotráfico.

Nadie puede negar que la erradicación del narcotráfico es de importancia fundamental, y que debe ser encarada con profunda seriedad, en defensa de la vida y el desarrollo armónico de todos los habitantes y seres del planeta.

Lo que tampoco puede negarse es que los actuales guardianes de Occidente -cruzados de fin de siglo- so pretexto de esa lucha, invaden impunemente tierras soberanas de estados más débiles, manipulan a su antojo la voluntad de ciertos gobernantes, impulsan hacia el exterior de sus fronteras el uso de sustancias letales que prohíben en su propio país (caso de las mortíferos herbicidas «paraquet» y «glifosato» en Colombia y México) y establecen bases militares y de experimentación científica, con total menosprecio por las consecuencias que ello acarrea para las personas y el ambiente de los desafortunados territorios «elegidos».

El mensaje hipócrita de estos posmodernos cruzados no sorprende ni asombra, pero ciertamente confunde a los bienaventurados que aún creen que todo ser viviente es digno de respeto y consideración.


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