Vino o mate
MARíA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com
EN CLAVE DE Y
Como usted sabrá, en noviembre pasado un decreto del Poder Ejecutivo Nacional declaró al vino bebida nacional argentina. La presidenta lo explicó profusamente, aludiendo a los ancestrales laureles del vino, a su importancia como agroindustria, al posicionamiento en los mercados internacionales, y a sus virtudes terapéuticas: “tomado con moderación, es bueno para la salud”, dijo. La decisión fue, obviamente, muy celebrada por las provincias viñateras, a las que se han incorporado Río Negro y Neuquén. Creo, en realidad, que esos intereses fueron el motor del decreto. No sólo celebraron los mentores económicos. Mucha, muchísima gente se sintió identificada con la bebida, asimilada al asadito, a la cita romántica, cantada por bardos varios, entre los cuales el más reconocido sea quizás Horacio Guarany, experto en la materia. Para plantearle el panorama completo, inmediatamente reaccionaron las yerbateras, y sus argumentos, presentados en enero de este año por el senador correntino Eduardo Torres, fueron igualmente profusos y meritorios. La cámara de Senadores de la Nación votó al mate como bebida nacional y aguarda su destino en la cámara de Diputados. Sin duda, una reacción, tardía. Un dato me llamó la atención: el 92% de los argentinos y argentinas toma –tomamos– mate. Nuestro país es asimismo, el primer productor mundial, si bien circunscripto a un mundo más acotado. Este dato valora al mate, más que disminuirlo. ¿No es la identidad, acaso, eso que nos hace “distintos”? Sólo América del Sur puede dar cuenta que es así. Y muchos lugares del exterior, sobre todo España, que con el masivo exilio de la dictadura de 1976 supo del desesperado pedido de miles de compatriotas. ¡Cuántas encomiendas y valijas familiares cruzaron el océano llevando al alejado contingente criollo mate, bombilla y yerba! Quizás algo de esto cruzó por los recuerdos de la Presidenta porque, conversando el decreto, aseguró que dará instrucciones para declarar “infusión nacional” al mate. No sé si lo hizo. El debate, según he comprobado, sigue, sobre todo en internet; y si usted saca el tema en la mesa familiar, seguro que dará para rato. Como es evidente, tomo partido por el mate. Mi esfuerzo permanente por pensar en “Y”, es decir, en integrar y no optar, que eso hace la “O”, me llevaría a sintetizar ambas bebidas. Pero a veces, mi estimado amigo, mi querida amiga, hay que optar. Voy a asimilar –porque es así en la realidad y en el impulso que recibe el vino a partir del decreto– vino con alcohol. En primer lugar, la cerveza, que en las franjas jóvenes ha tomado ventaja. Y voy a recordarle cualquier análisis o debate sobre el incremento del uso de drogas, en pibes y pibas cada vez más jóvenes. Cualquier especialista le va a decir que el victimario principal es el alcohol, en las dos variantes mencionadas. Y plantean algo peligroso: es una droga naturalizada, promovida… y ahora, premiada. Difícilmente la palabra “moderación” quepa para la franja cada vez mayor de alcoholismo. Difícilmente quepa para la mayoría de golpeadores y femicidas, o conductores y conductoras ebrios llevándose varias vidas puestas, para los cuales el vino o la cerveza o la ginebra o lo que sea, hace aflorar lo que ya está. Así que, ¿es posible premiar y exaltar una bebida alcohólica en un país que dice luchar contra el consumo de drogas? Parece que sí, que es posible, y quizás esto de no optar, que a veces hay que hacerlo, haga naufragar los mejores deseos. Y le dejo una pregunta: cuando usted va a una casa, ¿qué le ofrecen? Y cuando a usted lo visitan, ¿qué ofrece? “Querés unos mates” mientras ya se pone la pava al fuego, demuestra que es un amistoso interrogante cabalgando con su respuesta.
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