Virtuosismo y ritmo en el Festival de Jazz
Después del emocionante final protagonizado por Pablo Ziegler, Leny Andrade y Chucho Valdez, algunos tuvieron el lujo de disfrutar de una jam session en el hotel donde se alojaban.
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SAN CARLOS DE BARILO-CHE (AB).- Cuando todo hacía prever que los músicos que participaron del Festival Internacional de Jazz en esta ciudad descansaban, privilegiados oyentes pudieron disfrutar durante la madrugada de ayer de una jam session en el hotel Panamericano. Allí contagiaron alegría y demostraron -una vez más- su virtuosismo el guitarrista Luis Salinas, la cantante Leny Andrade, el pianista Pablo Ziegler, el bajista y percusionista Francisco Fatorusso y el bajista Lucio Antonio do Nascimento. El pianista local Roberto Navarro formó parte del grupo junto a otros músicos que tuvieron la oportunidad, seguramente inolvidable, de compartir el momento.
Durante los cinco días que duró el Festival de los Siete Lagos pasó sobre los escenarios montados por «La Nación» en San Martín de los Andes y en Bariloche mucha de la mejor música del mundo. Fueron jornadas larguísimas al aire libre, con frío primero y luego bajo un sol abrasador.
Las calles vuelven a tener autos, cada uno de los espectadores reencontró sus rutinas, los músicos volvieron a la soledad de sus ensayos. La fiesta terminó.
La música es energía sonora y, por lo tanto, efímera. La búsqueda de perpetuarla, de convertirla en un disco concreto de pasta oscura o de brillante y delgado metal es ilusión. La música es sólo presente. Algo que surge ante el instante mágico de la comunicación entre un creador y su público. Todo fue bueno. La calidad estuvo en cada uno de los intérpretes hasta el punto del virtuosismo. Ni un paso menos.
¿Lo más sorprendente? La capacidad de Michael Brecker para impactar con su saxo a las más de 2.000 personas que lo escucharon el sábado a medianoche en el gimnasio de Don Bosco. Hace apenas unos meses, Brecker dejó mudo a París, con Pat Metheny en la guitarra. Esa sensación de estar escuchando lo más novedoso del jazz de estos tiempos estuvo flotando en cada uno de los silencios que el público contuvo en Bariloche. No gustó a todos. Eso del gusto es otro tema. Admiró, sí, pero muchos no resistieron el sonido por momentos histérico de los agudos de su saxo, unido a los teclados y la guitarra en frenéticas escalas. Sin embargo, cada espacio vacío en las gradas fue cubierto de inmediato por otros tantos, que no pensaban en otra cosa que en quedarse hasta el final.
¿Lo más aplaudido? El guitarrista argentino Luis Salinas fue uno de los que más aplausos cosechó. No sólo por su reconocida calidad sino también por la identificación y el afecto que logra con su modo de ser, uno e inseparable de su actitud hacia el arte. Seguramente que esta condición es fruto de su nacimiento en Villa Diamante y su autoproclamado agradecimiento a la vida. La jam session que lideró el domingo por la noche en el restaurante Familia Weiss junto con el genial trompetista norteamericano Nicholas Payton fue excepcional. Durante estos días firmó autógrafos, posó para innumerables fotos, se ubicó entre el público, parado y bajo el sol, junto a su esposa y su pequeño hijito. Y recibió muestras de afecto que exceden lo musical.
¿Lo más conmovedor? La calidad vocal de Diane Schuur, impactante. La naturaleza la privó del sentido de la vista pero le dio un registro vocal tan amplio que tiene los mejores tonos armónicos de una contralto baja y la envidiable limpieza en los agudos de las mejores sopranos. Su voz es arcilla maleable, tan dúctil que parece líquida en el aire. Sus manos en el piano la convertirían, sin más, en una artista de renombre pero su modo de cantar la hace única.
Luces y sombras de un exitoso encuentro con la música
El festival tuvo jazz y sólo jazz, pero la diversidad fue tal que casi podría hacerse una antología de la diferencia.
Sobre el escenario estuvieron el samba brasileño, la bossa nova, el bolero, el tango, el folclore argentino, la música negra del sur de Estados Unidos, el son de Cuba, la habanera, el rock nacional, el candombe, la música neoclásica de las grandes orquestas norteamericanas de los «50. Y todo fue jazz.
Es que, más que un género en sí mismo, el jazz es ya una forma de tratar la música. Es tomar la melodía y el ritmo con la punta de los dedos y, muy respetuosamente, hacer con ella todo lo posible, todo lo que no estuvo nunca pactado ni podrá estarlo. Todo lo imaginado y aún más.
Desde la plenitud del ritmo desquiciado hasta casi el silencio, con todo lo que pueda estar en medio de los opuestos, todo ello fue jazz.
Cada uno de los músicos aportó su experiencia única y particular, con el idioma universal del sonido y el arte.
Con grandes aciertos, algunas decisiones fueron desacertadas. Por caso, la presentación de artistas en restoranes o pubs muy pequeños provocó más de un problema. El domingo a la noche hubo hasta trompadas en la puerta de Familia Weiss, cuando quienes habían viajado desde Buenos Aires sólo para escuchar música advirtieron que no podrían ingresar porque hasta una mosca hubiera sobrado en tanto hacinamiento. Lo mismo ocurría esa misma noche, un par de horas antes, en Open Puerto, donde ni desde la calle se podía escuchar al Quinteto Urbano.
Otros músicos parecieron los «castigados». Fueron los que tocaron en Colonia Suiza, un lugar alejado del centro al que los micros iban pero no regresaban. Quienes no tenían auto no pudieron llegar. Entre ellos, el cuarteto de Lito Epumer y el trío de Walter Malosetti. Adrián Iaies, en tanto, merecía que más gente lo escuchara. Sólo 200 personas llegaron hasta 1.200 en Catedral.
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