Cuentos de muerte
Luisa Valenzuela retoma un texto perdido, donde ya aparecen una matriz política y los signos de un tiempo siniestro que se avecina, una percepción agudizada en toda su escritura.
El libro “La muerte de Dios”, de la escritora argentina Liliana Heker, reúne cuentos cuyos protagonistas son personajes apasionados, con ganas de llevarse el mundo por delante, que a través de la voluntad y el deseo le hacen frente a la vida. Luego de diez años sin publicar ficción, Heker reflexiona sobre esa década en una entrevista: “Creo que durante un período bastante largo sentí que la ficción, que siempre me había constituido y con la que conviví desde mi primer libro, escrito a los 17 años, se había apagado. Algo se había cortado. Ésa es la sensación gráfica que tengo”. Y agrega: “Nunca me había pasado durante un período tan largo no publicar ni escribir ficción. Por un lado me provocó angustia porque no sabía si iba a volver a escribir y, por el otro, me permitió pensar sobre qué era ese algo que yo tenía tan naturalizado”. Eso se divisa en las dos nouvelles y cinco cuentos que integran “La muerte de Dios”, que hablan sobre la necesidad de probar, insistir, retomar, revisar, en definitiva volver a empezar. Todas cuestiones que según la autora están vinculadas con ese espacio que permaneció vacío por un largo tiempo. “No es casual que haya tomado esos temas en un período de planteos acerca de qué me pasaba: la voluntad, el proponerme, el no poder o creer que había llegado a una meseta y pensar si era posible remontarla”, enfatiza Heker moviendo las manos en su estudio abarrotado de libros de un departamento antiguo del barrio de San Telmo. El libro, publicado por la editorial Alfaguara, había comenzado como una novela, pero al poco tiempo de escribir, la narración se bifurcó en cuentos, un trabajo de escritura que le produjo mucha alegría y consideró “fascinante”. “Siempre me persiguió el tema de Dios, las ganas de dar testimonio del vínculo particular que puede generarse. Y siempre quise meterme en la omnipotencia de una niña de 13 años”, cuenta Heker sobre el primer cuento que integra el volumen y da título al libro cuyo hilo conductor es la muerte a través de diferentes representaciones. Muchas historias Los relatos incluyen también la historia de una ceremonia de premiación de un concurso literario que deviene en pesadilla; los inconvenientes que puede ocasionar una mujer bien educada, acosada por el fantasma de la inseguridad; y las vicisitudes de una mujer que, persiguiendo la esencia de su juventud, vuelve a la casa de su adolescencia. Para Heker, “la literatura hay que entenderla como un modo de comunicación complejo, por eso dice cosas”; tal es el caso de “La muerte de Dios” con el reflejo de temas diversos que en el fondo guardan un mismo mensaje: encontrar la propia esencia aunque eso signifique dejar de lado lo que creemos constitutivo: ya sea Dios, los roles establecidos o el reconocimiento de los demás. “Creo que uno saca todos los cuentos de uno mismo, ésas son las razones que mueven a escribir. En la narrativa no hay que preocuparse sobre qué decir porque, se lo proponga o no, uno siempre está diciendo algo. Uno persigue algo con cada cuento”, argumenta. Así por los relatos desfila todo tipo de personajes; desde el típico neurótico, el obsesivo, racional y paranoico hasta los más pasionales o inseguros, que según la autora no fueron ninguna complicación a la hora de crearlos ya que “lo importante es encontrar la situación. A partir de ahí surge el personaje”. Liliana Heker nació en Buenos Aires en 1943. Y parece que su vocación literaria despertó desde muy joven. Un relato de sus primeros años asegura que a los 17 años le hizo llegar a Abelardo Castillo unos versos (de trescientos renglones cada uno). Él, sin medias tintas, le respondió: “El poema es pésimo, pero por la carta se nota que sos una escritora”. A raíz de esa carta Liliana Heker comenzó a colaborar en 1959 en la revista literaria “El grillo de papel”, uno de cuyos directores era precisamente Castillo. Más tarde, participó, siempre junto con Castillo, en la fundación de las revistas literarias “El Escarabajo de Oro” (que existió entre 1961 y 1974) y “El Ornitorrinco” (1977 -1987). Su primer libro de cuentos, “Los que vieron la zarza”, apareció en 1966. Sus relatos han sido traducidos al inglés y también se han publicado en Alemania, Israel, Rusia, Turquía, Holanda, Canadá y Polonia. Alfaguara reúne todos sus cuentos primero en el volumen “Los bordes de lo real”, en 1991, y después en “Cuentos” en el 2004. Es autora también de “Un resplandor que se apagó en el mundo”, “El fin de la historia”, “La crueldad de la vida” y “Zona de clivaje”, entre otros. La magia del cuento reside en “ser capaz de iluminar toda la trascendencia posible de alguna situación mínima”, desliza Heker, mientras sus gatos rasguñaban la puerta del escritorio, un lugar prohibido durante la entrevista. “Cuando contás un cuento –continúa la escritora– lo que uno quiere decir tiene que aparecer debajo de lo que se cuenta. Me fascina el cuento y por eso creo que el que escribe de manera genuina encuentra en situaciones que para otros son opacas algo que se puede narrar”. La autora que se empapó con escritores como William Saroyan, J. David Salinger, Ernest Hemingway y Guy de Maupassant, confiesa que su perfil de cuentista siempre la acompañará. “Tal vez nunca más vuelva a escribir una novela, ojalá sí. Pero sé que mi persistencia está en los cuentos, eso irrumpe siempre, es lo que me constituye”, acentúa. Libros de Heker habrá para rato, porque está convencida de que le quedan historias por narrar: “Sigo escribiendo cuentos. Volví a encontrarlos y tengo varias situaciones pendientes: algunos cuentos cortos y otros más largos o novelas cortas”. De hecho, en poco tiempo, publicará “La trastienda de la escritura”, un ensayo en el que se refiere al proceso de escribir, de su camino como narradora y de las experiencias que adquirió como docente de talleres literarios. “Es un libro, imagino, que va a encarar la escritura de ficción, es lo que yo conozco. Por ejemplo, admiro la poesía pero no podría transmitir nada en cuanto a ese género. Pero sí creo que hay cosas vinculadas con la ficción de las que querría dar testimonio por escrito”. (Télam)
La novela “Cuidado con el tigre”, de Luisa Valenzuela, fue escrita en los años 60 y quedó sin publicar hasta ahora, cuando la autora sintió la necesidad de reflotarla, una decisión que arroja luz sobre una obra singular, marcada por el tema del poder, el erotismo y la violencia política. Alfredo Navoni, un personaje que se debe a una causa y su relación con dos hermanas, Emanuela y Amelia, dan encarnadura a una historia en la que se recorta desde los márgenes una creciente efervescencia social como marco a ese grupo variopinto de militantes aficionados, alejados de todo profesionalismo y descriptos con una cierta sorna y ternura por la autora. “No me interesan las cosas que vienen de la voluntad, del raciocinio, si escribo columnas, notas periodísticas, opino, pero en la literatura esto no puede funcionar, suena falso, tiene que venir de otro carril”, asegura en una entrevista con Télam. “Yo creía que había aprendido a escribir cosas políticas en ‘Aquí pasan cosas raras’ (cuentos, 1975), basados en situaciones reales –observa–, después uno inventa, disfraza, combina personajes. Se trataba de una época más definida hacia el horror, la violencia y la muerte”. En “Cuidado con el tigre”, menciona Valenzuela, “todavía la violencia no tenía necesariamente un final trágico, había una cuota de ingenuidad. Era la época de Juan Carlos Onganía, creíamos que era atroz y nadie se imaginaba lo que iba a venir. Era imposible…”. Al retomar la novela “me encuentro con los sueños de Alfredo Navoni –personaje que irrumpe también en “Cambio de armas” (cuentos, 1982)– y dije tengo que sacarlos porque están dichos y después decidí que no. Los reescribí un poco, pero son los mismos y se repiten”. Al volver a leerla se sorprendió. “Ah, el colectivo que pasaba por ahí’, ‘me había olvidado de ese café’… No me acordaba cómo fue escrita, sí que cuando la escribía me tocó la muerte del Che”. –¿Corregiste después de tanto tiempo? “Mínimamente. Guardé recuerdo del texto, en algún momento lo hice pasar en limpio, pero quedó… hace poco me pidieron algo para publicar y tenía un libro de cuentos. Entonces saqué esta novela, la miré y dije: acá hay algo. Cambié un poco los sueños de Navoni, pero la estructura es la misma. No toqué casi nada. Yo no sé rehacer novelas”. Luisa Valenzuela nació en Buenos Aires el 26 de noviembre de 1938. Trabajó como periodista en el diario “La Nación” y en la revista “Crisis”, entre otros medios. Sus cuentos hasta 1999 fueron reunidos en el volumen “Cuentos completos y uno más”. En el 2002 apareció una extensa antología de su obra, “El placer rebelde” con prólogo de Guillermo Saavedra. Sus últimos volúmenes de cuentos aparecieron en España: “Tres por cinco”, “Generosos inconvenientes” y “Juego de villanos”. “La intertextualidad muestra cómo empiezan a jugar los textos de uno mismo entre sí –analiza Valenzuela–, cómo se relacionan sin que uno se dé cuenta, lo fui descubriendo a lo largo de 20 libros. El caos se va resolviendo solo”. “Descubrí que tengo personajes que son catalizadores. Navoni y Ava Taurel, la dominatrix –alude–, que vuelven porque mueven la acción aunque no tengan un papel importante ni mucho menos suceden cosas a su alrededor. Son ‘atractores’ extraños”. Y después los personajes intrusos, que de golpe aparecen y van a dar la clave de resolución de la novela. “Es fascinante, la única razón por la que escribo. Porque si yo sé dónde voy, para qué voy a ir. Otros, desde un principio, tienen un plan determinado”, agrega. El tema del poder, acentúa, “es otra cosa que descubro tarde. En ‘Cola de lagartija’ (novela, 1983) surge el poder omnímodo, aunque está presente desde la primera, ‘Hay que sonreír’ (1966). Me molesta mucho cuando me catalogan de escritora feminista. Fui una feminista desde que nací y no quiero tener una etiqueta, eso me indignó desde chica, me parecía una aberración”. El tema del poder, repite, “comienza desde algo personal, hasta que se convierte en algo colectivo. A mí me saca de lugar, no entiendo la ambición de poder, entonces es una sorpresa. Se me va de mambo la cosa”, interpreta la escritora sobre esta novela que anticipa los tiempos por venir con un tono paródico y humorístico, aunque la violencia sobrevuela todo el texto. Acerca de sus razones para no publicarla, explica: “Una de las cosas que me daban miedo es que yo siempre fui descolocada ideológicamente, vengo de una familia burguesa, trabajaba en el diario ‘La Nación’, mis amigos eran de izquierda, me interesaba, pero yo no militaba. Estaba entre dos aguas, no porque no tuviera mi corazón en un lugar, sino que no me gustan los dogmatismos”. “Recuerdo que a Rodolfo Walsh le habían gustado mucho mis primeros cuentos de ‘Los heréticos’ (1967), ahí lo conocí. ‘Me alegro’, le dije, ‘pero mi ideología no está puesta en estos cuentos’. ‘No’, me contestó, ‘todo lo que escribís es ideológico aunque uno no lo haga a propósito, siempre esto va a aflorar por otro carril”. “De ‘Cuidado con el tigre’ no tengo ninguna memoria. Me acuerdo de esos años”. “¿En qué momento me senté y la escribí? No lo sé, qué curioso…”. (Télam)
El libro “La muerte de Dios”, de la escritora argentina Liliana Heker, reúne cuentos cuyos protagonistas son personajes apasionados, con ganas de llevarse el mundo por delante, que a través de la voluntad y el deseo le hacen frente a la vida. Luego de diez años sin publicar ficción, Heker reflexiona sobre esa década en una entrevista: “Creo que durante un período bastante largo sentí que la ficción, que siempre me había constituido y con la que conviví desde mi primer libro, escrito a los 17 años, se había apagado. Algo se había cortado. Ésa es la sensación gráfica que tengo”. Y agrega: “Nunca me había pasado durante un período tan largo no publicar ni escribir ficción. Por un lado me provocó angustia porque no sabía si iba a volver a escribir y, por el otro, me permitió pensar sobre qué era ese algo que yo tenía tan naturalizado”. Eso se divisa en las dos nouvelles y cinco cuentos que integran “La muerte de Dios”, que hablan sobre la necesidad de probar, insistir, retomar, revisar, en definitiva volver a empezar. Todas cuestiones que según la autora están vinculadas con ese espacio que permaneció vacío por un largo tiempo. “No es casual que haya tomado esos temas en un período de planteos acerca de qué me pasaba: la voluntad, el proponerme, el no poder o creer que había llegado a una meseta y pensar si era posible remontarla”, enfatiza Heker moviendo las manos en su estudio abarrotado de libros de un departamento antiguo del barrio de San Telmo. El libro, publicado por la editorial Alfaguara, había comenzado como una novela, pero al poco tiempo de escribir, la narración se bifurcó en cuentos, un trabajo de escritura que le produjo mucha alegría y consideró “fascinante”. “Siempre me persiguió el tema de Dios, las ganas de dar testimonio del vínculo particular que puede generarse. Y siempre quise meterme en la omnipotencia de una niña de 13 años”, cuenta Heker sobre el primer cuento que integra el volumen y da título al libro cuyo hilo conductor es la muerte a través de diferentes representaciones. Muchas historias Los relatos incluyen también la historia de una ceremonia de premiación de un concurso literario que deviene en pesadilla; los inconvenientes que puede ocasionar una mujer bien educada, acosada por el fantasma de la inseguridad; y las vicisitudes de una mujer que, persiguiendo la esencia de su juventud, vuelve a la casa de su adolescencia. Para Heker, “la literatura hay que entenderla como un modo de comunicación complejo, por eso dice cosas”; tal es el caso de “La muerte de Dios” con el reflejo de temas diversos que en el fondo guardan un mismo mensaje: encontrar la propia esencia aunque eso signifique dejar de lado lo que creemos constitutivo: ya sea Dios, los roles establecidos o el reconocimiento de los demás. “Creo que uno saca todos los cuentos de uno mismo, ésas son las razones que mueven a escribir. En la narrativa no hay que preocuparse sobre qué decir porque, se lo proponga o no, uno siempre está diciendo algo. Uno persigue algo con cada cuento”, argumenta. Así por los relatos desfila todo tipo de personajes; desde el típico neurótico, el obsesivo, racional y paranoico hasta los más pasionales o inseguros, que según la autora no fueron ninguna complicación a la hora de crearlos ya que “lo importante es encontrar la situación. A partir de ahí surge el personaje”. Liliana Heker nació en Buenos Aires en 1943. Y parece que su vocación literaria despertó desde muy joven. Un relato de sus primeros años asegura que a los 17 años le hizo llegar a Abelardo Castillo unos versos (de trescientos renglones cada uno). Él, sin medias tintas, le respondió: “El poema es pésimo, pero por la carta se nota que sos una escritora”. A raíz de esa carta Liliana Heker comenzó a colaborar en 1959 en la revista literaria “El grillo de papel”, uno de cuyos directores era precisamente Castillo. Más tarde, participó, siempre junto con Castillo, en la fundación de las revistas literarias “El Escarabajo de Oro” (que existió entre 1961 y 1974) y “El Ornitorrinco” (1977 -1987). Su primer libro de cuentos, “Los que vieron la zarza”, apareció en 1966. Sus relatos han sido traducidos al inglés y también se han publicado en Alemania, Israel, Rusia, Turquía, Holanda, Canadá y Polonia. Alfaguara reúne todos sus cuentos primero en el volumen “Los bordes de lo real”, en 1991, y después en “Cuentos” en el 2004. Es autora también de “Un resplandor que se apagó en el mundo”, “El fin de la historia”, “La crueldad de la vida” y “Zona de clivaje”, entre otros. La magia del cuento reside en “ser capaz de iluminar toda la trascendencia posible de alguna situación mínima”, desliza Heker, mientras sus gatos rasguñaban la puerta del escritorio, un lugar prohibido durante la entrevista. “Cuando contás un cuento –continúa la escritora– lo que uno quiere decir tiene que aparecer debajo de lo que se cuenta. Me fascina el cuento y por eso creo que el que escribe de manera genuina encuentra en situaciones que para otros son opacas algo que se puede narrar”. La autora que se empapó con escritores como William Saroyan, J. David Salinger, Ernest Hemingway y Guy de Maupassant, confiesa que su perfil de cuentista siempre la acompañará. “Tal vez nunca más vuelva a escribir una novela, ojalá sí. Pero sé que mi persistencia está en los cuentos, eso irrumpe siempre, es lo que me constituye”, acentúa. Libros de Heker habrá para rato, porque está convencida de que le quedan historias por narrar: “Sigo escribiendo cuentos. Volví a encontrarlos y tengo varias situaciones pendientes: algunos cuentos cortos y otros más largos o novelas cortas”. De hecho, en poco tiempo, publicará “La trastienda de la escritura”, un ensayo en el que se refiere al proceso de escribir, de su camino como narradora y de las experiencias que adquirió como docente de talleres literarios. “Es un libro, imagino, que va a encarar la escritura de ficción, es lo que yo conozco. Por ejemplo, admiro la poesía pero no podría transmitir nada en cuanto a ese género. Pero sí creo que hay cosas vinculadas con la ficción de las que querría dar testimonio por escrito”. (Télam)
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite desde $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios