Washington contempla aumentar su ayuda externa

Por Andrés Oppenheimer

Los presidentes latinoamericanos, africanos y asiáticos que llegaron a Nueva York el fin de semana para la reunión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas le mandaron un mensaje casi unánime a Estados Unidos: si quieren ganar la guerra contra el terrorismo, van a tener que hacer más para ganar la guerra contra la pobreza.

«La pobreza y las privaciones llevan a la frustración, que hace que las masas sean más susceptibles a ser explotadas por grupos extremistas»», dijo el presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, el nuevo aliado clave de Estados Unidos en la guerra antiterrorista. «Es la responsabilidad moral colectiva del mundo desarrollado enfrentar este tema frontalmente»».

En un mundo lleno de pobreza, y de países fracasados, los terroristas encuentran campo fértil para convertir a Estados Unidos en el chivo expiatorio de los fracasos de sus sociedades, agregaron otros. Hay que hacerles más difícil esa desviación de culpas.

Todo esto es cierto. Y tal como lo está entendiendo cada vez más gente en Washington, la lucha contra la pobreza será el mayor desafío del gobierno estadounidense en los próximos años.

En las décadas últimas, Estados Unidos redujo drásticamente su ayuda externa, al punto de que actualmente gasta sólo un 0,1% de su producto bruto en ese rubro. Estados Unidos se ha convertido en el país que menos dinero dona en relación con su economía entre las 22 naciones miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, que agrupa a los países más ricos del mundo.

Hasta países como España, Grecia y Portugal dan más ayuda externa en proporción con su producto bruto que Estados Unidos, según la OCDE.

Como lo señaló la senadora demócrata Dianne Feinstein, «es increíble que Estados Unidos esté en los niveles más bajos de su ayuda externa en los cincuenta últimos años en proporción con su gasto público. Si Estados Unidos se embarca en la guerra antiterrorista, deberemos declarar la guerra a la pobreza mundial»».

Lo interesante es que figuras clave del ala conservadora del Partido Republicano, como el senador Jesse Helms, vicepresidente del Comité de Relaciones Exteriores, están repensando su anterior oposición acérrima a la ayuda externa.

Cuando le pregunté sobre el tema al vocero de Helms, Lester Munson, me dijo que «la mayoría de los miembros del Congreso entiende que la guerra contra el terrorismo será en muchos frentes, y que la ayuda externa podría ser uno de ellos»». Un apoyo tácito como ése hubiera sido impensable en boca del equipo de Helms antes del 11 de setiembre.

En el pasado, los conservadores habían convencido al país de que los programas de ayuda exterior de Estados Unidos eran una pérdida de dinero, ya que gran parte de los fondos iba a parar a los burócratas internacionales, que organizaban grandiosas conferencias que pocas veces resultaban en alguna ayuda para los pobres.

Entonces, Estados Unidos adoptó el lema de «Comercio en vez de ayuda»». El problema es que, décadas después, gran parte del mundo se ha quedado sin comercio ni ayuda externa, porque los países ricos todavía no han levantado muchas de sus barreras comerciales.

«Es indispensable avanzar (…) en la eliminación de las prácticas y barreras proteccionistas en los países desarrollados»», dijo el presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso en su discurso ante la ONU.

Es cierto que Estados Unidos tiene una política de mucha mayor apertura a los productos de los países en desarrollo que la Unión Europea o el Japón. Sin embargo, aún continúa subsidiando algunos productos agrícolas o colocando barreras no arancelarias a bienes como el acero del Brasil, la miel argentina o el salmón chileno.

¿Mantendrá Estados Unidos su lema de «Comercio en vez de ayuda»»? Creo que hay un consenso cada vez mayor en el mundo, y en Washington, de que los países menos desarrollados no pueden aprovechar los beneficios del libre comercio si no tienen los caminos, puentes y escuelas para competir en la economía global.

La propia historia de Estados Unidos lo confirma, dicen los economistas. Los estados más pobres del sur de Estados Unidos gozaban del libre comercio, pero lograron reducir la brecha que los separaba de los estados más ricos del norte gracias a la ayuda federal para obras de infraestructura y educación.

«Esa ha sido también la filosofía de la Unión Europea para ayudar a países como Portugal y Grecia»», me señaló José Antonio Ocampo, secretario de la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL). «El libre comercio no necesariamente genera igualdad en niveles de desarrollo. Hace falta transferencias de recursos a los países más pobres, para que puedan competir»».

Mi humilde pronóstico: Estados Unidos cambiará gradualmente su estrategia de lucha contra la pobreza en los próximos años. En lugar de «Comercio en vez de ayuda»», probablemente escuchemos un nuevo lema como «Comercio más ayuda»».


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