Washington, la inmigración y el libre comercio

Los dos temas centrales de la política del gobierno estadounidense hacia Latinoamérica la reforma migratoria y la autorización legislativa para firmar acuerdos de libre comercio por la vía rápida se desmoronaron la semana pasada, dejando a Washington con poco que ofrecer en un momento de creciente antiamericanismo en la región.

El colapso de la iniciativa de ley inmigratoria respaldada por Bush, que hubiese permitido un camino para la ciudadanía a 12 millones de inmigrantes indocumentados, ha caído como un balde de agua fría en México y Centroamérica.

No es coincidencia que el presidente mexicano Felipe Calderón escogiera salir en la foto junto con el presidente izquierdista de Nicaragua, Daniel Ortega, cuando le dijo a los reporteros que el voto del Senado de los Estados Unidos había sido un «grave error».

El cerrarle las puertas a una reforma migratoria solo llevará a más inmigración ilegal, más muertes a lo largo de la frontera y más explotación de inmigrantes indocumentados, señalaron funcionarios mexicanos.

Y también reducirá el impacto de los u$s 60.000 millones al año en remesas familiares a los países de América Latina. Si la gran parte de estos fondos fuera enviada por residentes legales a través de cuentas bancarias normales, podrían ser un gran motor de desarrollo económico, ya que permitirían que millones de pobres en América Latina los utilizaran como garantías de préstamos bancarios para construir viviendas o empezar pequeños negocios.

Asimismo, el vencimiento de la autorización legislativa para firmar nuevos tratados de libre comercio por la vía rápida, el 30 de junio, dejó al gobierno de Bush sin lo que había sido el eje de su política hacia la región.

Aunque el Congreso la semana pasada extendió una ley de preferencias comerciales para cuatro países andinos y la mayoría de países latinoamericanos que querían tratados de libre comercio con Washington ya los han firmado (con la salvedad de que quedan por ser ratificados por el Congreso de Estados Unidos los tratados con Perú, Panamá y Colombia), la posibilidad de negociar nuevos tratados comerciales por la vía rápida era una de las principales ofertas de Bush en la región.

¿Qué pasará ahora? La mayoría de quienes siguen las políticas hacia América Latina en Washington señala que el gobierno de Bush deberá concentrar sus energías en lograr la aprobación del Congreso de los tres tratados de libre comercio pendientes y preparar una agenda bipartidista para el próximo gobierno de Estados Unidos.

Arturo Valenzuela, ex jefe de asesores para asuntos latinoamericanos de la Casa Blanca durante el gobierno de Clinton, propone una comisión bipartidista sobre América Latina, copresidida por un prominente demócrata y un prominente republicano. Eso no sólo ayudaría a planear políticas realizables sino también a darle una mayor prioridad a la región en Washington, señala.

Otto Reich, ex jefe de asesores para América Latina de la Casa Blanca durante el primer mandato de Bush, sugiere que el presidente se concentre en hacer cumplir las políticas actuales que no se están implementando, como la negación de visas a funcionarios extranjeros corruptos.

«En América Latina, la derecha nos ha perdido el respeto y la izquierda nos ha perdido el miedo», dice Reich. «Yo trataría de restaurar un poquito de ambas cosas, haciendo cumplir nuestras políticas».

Otros dicen que el colapso de la reforma migratoria y la expiración de la vía rápida tendrán un efecto positivo: un papel menos proactivo de Estados Unidos quizás obligue a los gobiernos latinoamericanos a dejar de culpar a Washington por todos sus problemas y a ponerse trabajar para poder competir por sí mismos en la economía mundial, como lo han hecho China, India y Europa del Este.

Mi opinión: el gobierno de Bush debe concentrar sus energías en lograr que el Congreso ratifique los tres tratados de libre comercio pendientes con países latinoamericanos. Y, por supuesto, sería bueno convocar a una comisión bipartidista idealmente encabezada por los ex presidentes Bill Clinton y George H.W. Bush para buscar un consenso sobre futuras políticas hacia la región.

Y Bush debería construir sobre su reciente alianza con Brasil para producir conjuntamente etanol de azúcar en los países de la Cuenca del Caribe. Eso mataría tres pájaros de un tiro: ayudaría a los Estados Unidos a reducir su dependencia petrolera del presidente narcisista leninista venezolano Hugo Chávez (cuya megalomanía es alimentada por los u$s 32.000 millones anuales en petróleo que le compra Estados Unidos) y al mismo tiempo lograría un mayor acercamiento con Brasil y apoyaría a las economías de América Central y el Caribe.

Más allá de eso, no va a haber mucho más que el gobierno de Bush pueda hacer en la región en los 18 meses que le quedan. La derrota de la reforma migratoria y la expiración de la vía rápida han reducido enormemente su capacidad de maniobra en la región.

 

ANDRES OPPENHEIMER(*)

Especial para «Río Negro»

(*) Periodista argentino. Analista internacional. Miami


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