Weretilneck consolida su poder en Río Negro

La muerte de Carlos Soria fue el punto de partida de lo que hoy amaga con ser la licuación del sistema político rionegrino. Su muerte dejó huérfano de liderazgo al peronismo en momentos en que se derrumbaba la otra gran fuerza provincial: la UCR. Ambos partidos en crisis conformaron las paredes de un desfiladero por el que se filtró un nuevo esquema de poder: el weretilnismo o albertismo, que se construyó con pragmatismo y abarcó a fuerzas que reunió, sustrajo o atrapó.

Redacción

Por Redacción

DEBATES | POLÍTICA

Un balazo, que generó un inmenso y legítimo dolor en miles de rionegrinos. Entrega noble de sentimientos. Una generosa idea de futuro demolida abruptamente por ese disparo. Pero desde la consideración más ponderada por esas emociones, cabe pensar que el balazo que terminó con la vida de Carlos Soria se proyectó gravemente sobre el sistema político rionegrino. Abonó –sin ser su única causa, claro– la génesis de lo que hoy amaga con ser la licuación del sistema de partidos de la provincia. Ese balazo dejó muy huérfano al peronismo de un liderazgo vertiginoso. Liderazgo en única dirección: estar y estar. Protagonizar. Aglutinar… No se reflexiona aquí sobre la calidad de ese liderazgo. Sí de liderazgo en términos de poder. Agrio en formas y estilo de aplicar su poder. Sin Soria, desvanecido en las urnas el poder de Miguel Pichetto, el PJ rionegrino tartamudea hoy cuando se acomoda con dificultad de cara al futuro. Tartamudeo que ya no tiene la UCR rionegrina: su poder ya es leyenda. PJ y UCR conforman las paredes de un desfiladero. Paredes sobre las que escalonadamente abundan nostalgias por los buenos tiempos. Y temblores por los que pueden sobrevenir. Pero por debajo de ese desfiladero se filtra hoy un nuevo poder en el sistema político rionegrino: el weretilnismo. ¿Qué define desde lo político este esquema de poder?

Veamos:

• Está liderado por un político que no se genera ningún tipo de tensiones éticas a la hora de construir poder. No se viste de punta y blanco para armarlo ladrillo por ladrillo. No lo erige desde el manejo de ideas que, por su naturaleza, exijan un tratamiento intelectual intenso. Esa tarea la delega a sus ayudantes de cámara que, como sentenciaba Hegel, son los albañiles del poder.

• En relación a este estilo, solo Weretilneck sabe por dónde fueron sus reflexiones más intensas sobre la significación que en términos de poder le desencadenó la muerte de Carlos Soria. “Asumo sin tiempo”, le dijo por esos días a un periodista. El vacío instalado por el balazo era todo el vacío. Respetó memoria y dolor. Pero no colocó en la colectora su convencimiento: “Ahora yo”.

• El tiempo lo ayudó a tomar distancia de aquel cimbronazo. Entonces Weretilneck comenzó a concentrar fuerzas. Fueron, son, muy estereotipadas. En esa tarea, el tarascón mayor lo sufrió el peronismo. Era una entidad corpulenta. Un deleite para Weretilneck. Lo mordió desde un convencimiento viejo, pero útil para la hora. Lo había expresado una noche del 90 bajo un parral cipoleño y junto al único político cuya desaparición caló largo en él: Julio Salto. “El peronismo rionegrino tiene una perversión oscurantista: transforma la política en autoflagelo”, dijo. Y acotó: “Crea sus propias crisis y no sabe cómo resolverlas”. Esas definiciones cuentan como “interesantes” en una libreta.

El armado

• En el armado de su poder, Weretilneck tuvo siempre muy en cuenta una sugerencia de uno de sus íntimos: “En política, lo lógico solo suele darse como una excepción a la regla”. Si se siguen sus pasos, se detecta que Weretilneck transformó ese principio en factor de cohesión de las fuerzas que reunió, sustrajo o atrapó. “Como fuerza somos lo nuevo, no tenemos historia, no padecemos la historia. Esa es nuestra excepción. Todo lo que se agrupe enfrente será débil si tiene mucha historia en la mochila”.

• De su cuna política –el Partido Intransigente al que dio vida Oscar Alende–, a Weretilneck le quedan resabios, improntas desarrollistas. Cuentan que cierra los ojos y mira hacia arriba y sacude la cabeza cuando le llegan los padecimientos de la fruticultura. Pero cuentan también que su mirada se torna vivaz cuando sobre su escritorio se derraman temas del petróleo, de gas, de minería. Luego suele recordar aquella oportunidad en que escuchó al “Bisonte” Alende hablar con emoción del ideario de aquel presidente al que acompañó a entrega total: Arturo Frondizi.

• Del no muy ordenado vínculo que mantiene con aquel ideario, Weretilneck y sus primeras espadas dibujan ahora la creación de planos destinados a reflexionar sobre el desarrollo rionegrino. Sabe que los regionalismos han perdido fuerza en término de antagonismos. Y en tren de darles sustento a ideas que aun son más principio que realidades concretas, de tanto en tanto habla con veteranos de la política rionegrina de tiempos de Roberto Requeijo, de Mario Franco. Y escucha. Y reúne material que leen sus ayudantes de cámara. Y luego le cuentan. Materiales como el Plan Trienal elaborado por la gestión Franco, cuyos tres tomos acaba de reeditar la Legislatura rionegrina.

Y mientras escucha, Weretilneck sigue cocinando los naipes del poder en un caldero, convencido de que seguirá devorando poder…

Carlos Torrengo

carlostorrengo@hotmail.com


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