Y llegó la carroza

¡Vaya semanita! No terminábamos de enterarnos de que había muerto Fernando Peña cuando ya era desplazado por Oscar Ferreiro, el cual compartió cartel -es un decir- con José Ignacio García Hamilton y Alejandro Doria. Y, como si fuera poco, emergió del pasado una ausente ilustre, María Marta García Belsunce, y el periodismo, sobre todo aquel al que le encanta convertir un drama en espectáculo, tuvo para elegir en este macabro supermercado.

Gente disímil con el común denominador que tendremos todos, y como el tema me angustia, me estoy burlando de él. «El tema» es la muerte, y aunque estamos ya habituados al pasemos a otro tema, demos vuelta la página, hacemos una pequeña pausa, no se vaya, cuando la carroza llega finalmente, ¿no le roza como un aleteo? A mí sí. Por cierto, no es la menor de las ironías que el director de una de nuestras mejores películas, Alejandro Doria y «Esperando la carroza» respectivamente, la que convirtió en un clásico a Antonio Gasalla en su personaje de la Mamá Cora, haya sido quien subió a la carroza. Y no solo: mi malvado ídolo de «Ricos y famosos» y «Montecristo», Oscar Ferreiro, subió con él y para hablar en serio estaba el historiador-político García Hamilton y para amenizar el viaje, el indescriptible Fernando Peña.

Digo indescriptible porque hay personas para las que no alcanzan las adjetivaciones. Han repetido hasta el cansancio transgresor, valiente, provocador, y debo decirle una cosa: sí que bailó con la muerte, como decía, y habría que estar en la piel tatuada de un enfermo de sida y cáncer para entender que ahí hablaba en serio, que la cortejó, la eludió, la preparó, la autofilmó y la recibió y quiso una fiesta para su despedida.

Semejante actitud, por cierto admirable, opaca cómo habrán vivido la subida a la carroza los otros personajes, si bien hay que destacar que Doria estaba ya en otra película, García Hamilton en otro libro y hace poco Ferreiro, pelado, delgado y pálido, recibió un premio como «el mejor actor de reparto», premio odioso, ¿no le parece? ¡Actor de reparto! Cualquiera sabe que se comió las mentadas telenovelas y desplazó sin dudas a las parejas protagónicas nada más que con esa sonrisita sobradora y esos tics a lo Yabrán. Claro que nunca aparecía en el anuncio principal.

La trivialización de la muerte, de la cual soy sin duda cómplice en este momento, tuvo de vez en cuando otro tenor cuando se sumaron los casos de la gripe porcina. Como le decía en la columna anterior, la señora Gripe no cederá protagonismo así nomás y, después de estos días, nada me extrañaría una embestida de su parte para que no la saquen del primer plano.

No quiero hacer filosofía o sociología hoy, dedicándome a los niños que mueren de hambre y a las víctimas de las guerras y a las de crímenes comunes, para los cuales la imagen, más que la carroza, es la de esas espantosas carretas que se llevaban los cadáveres que, simplemente, yacían en las calles hace dos siglos. No hoy; es demasiado, ¿entiende?

«La parca estuvo cerca/me miraba con cariño/se asomó por la ventana/y me sonrió», tanguea Bersuit, y no es la única canción donde se muestra a la susodicha como seductora. Baste recordar al querido Charly García: «Te encontraré una mañana/dentro de mi habitación/y prepararás la cama para dos»…

Y mientras escribo tengo presente un cuadro estremecedor: «El grito» de Edward Munch. Pocos como éste se han reproducido, analizado y también trivializado: muñecos inflables, remeras, máscaras… sin embargo, no sé si encuentro otra manera de dejar salir el temor oscuro que produce la muerte que este grito silencioso: todo él grito, grito el ser humano, grito la naturaleza sangrienta que lo rodea, grito cada línea sinuosa desde la boca abierta hasta la figura alargada, expresando la angustia real, la que campea detrás de homenajes, anécdotas, en muertes mediáticas o en la de mi vecina, la querida Nelly… la suya. La mía.


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