Y… ¿qué hacemos?

Cadenas para convocatorias varias, correos masivos, Facebook, blogs… la información se ha horizontalizado y su llegada es instantánea. Los medios de difusión se han hecho eco de alguno de sus efectos sobre todo en la gente joven: “rateo” en varios colegios del país, citas para agredir a una piba modelo, y dejo en el listado el peligro de pedófilos, estafas, depurados y agresivos mensajes para personalidades varias, y demás lados oscuros de la conducta humana. Claro que –y no tienen la misma difusión, quizás por aquello de que sólo venden las malas noticias– también este revolucionario medio ha conectado familias separadas, salvado vidas, compartido experiencias grupales muy valiosas. Y no quiero olvidarme de su primo, el celular, que va asumiendo cada vez más funciones, y que también ayudó para convocatorias como el último cacerolazo, por dar un ejemplo de hace poco tiempo. Las palabras que más escucho en relación a la conducta de los y las jóvenes, son “control” y “educación”. Como siempre que se quiere tener o recuperar las riendas de un proceso que se extiende a la velocidad y la peligrosidad del derrame petrolero en el golfo de Méjico, el control, arriesgo, será inútil. Sugestivo este propósito humano de controlar todo. La naturaleza, la conducta de los chicos y chicas, las barras bravas, el alcoholismo, la velocidad y cuanto se le ocurra. ¿Podemos controlar algo? Mi respuesta es: no. No podemos controlar prácticamente nada, quizás porque en el fondo del concepto subyace un criterio cuasi militar, o de analogía con una experiencia de laboratorio, y las conductas humanas son todo menos “controlables”. Y en le contexto económico social que reina, control es sinónimo de depredación y despiadada competencia. Tanto la naturaleza como las personas resistimos el control, sobre todo porque la autoridad ética de quienes usan y abusan de esta palabra está devaluada. De modo que no se me ocurre nada, y es mi conclusión después de absorber debates sobre internet y sus peligros, a nadie se le ocurre nada eficaz. La contracara del control es “educación”. La del hogar, la de la escuela, la de los medios de comunicación… Y aquí tenemos un problema. En el imaginario social, “educación” remite a un proceso plagado de bondad, firmeza, contención… todo muy bonito. Entonces, ¿por qué no resulta? Me parece que no resulta porque hace tiempo que la educación está pasando por varios lados, compitiendo, y muchas veces minando, el hogar y la escuela. Suponga que su hijo o hija es parte de este mundo paralelo, estos verdaderos clanes en los que se exhibe por internet las conductas más reprobables como hazañas, o que se hizo la rata del colegio respondiendo a un llamado que ocurre en un mundo electrónico ignorado, exclusivo de su hijo o hija y su grupo. Y supongamos que usted es un componente del altísimo rating que programas producidos para el escándalo, la violencia verbal, la cachetada, juicios y prejuicios sobre la intimidad de tal o cual figurita del momento, exhibidos mediáticamente, comentados, festejados… Si usted y yo aceptamos esta verdadera “educación”, y creemos que nos pasa por el costado porque somos “ajenos”, y quizás comparte este tipo de voyeurismo con su familia; si culebrones autóctonos para niños y adolescentes, como aquél célebre de las chicas “divinas”, es una cita impostergable que usted ni yo acompañamos, dígame, cuál es nuestra autoridad moral para decirle a un pibe: ¿ “vos estás metido en eso?”, y alarmarse, y escandalizarse… y querer “controlarlo”. Casi estoy tentada a decir que no podemos hacer nada. En realidad, sí podemos, siempre que el cambio empiece por los mismos adultos que deben asumir de su prole consecuencias muchas veces trágicas.

EN CLAVE DE Y

MARíA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com


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