Y sigue el conflicto

Como decía aquel astuto político francés Talleyrand de los reyes Borbones de su país, parecería que los Kirchner no aprendieron nada de su propia experiencia y no olvidaron nada, de ahí su incapacidad para poner fin al enfrentamiento sumamente costoso con el campo. Era de prever, pues, que la reunión que se celebró en la Casa Rosada el viernes pasado entre los representantes de la Mesa de Enlace y miembros del gobierno, incluyendo a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner que intervino brevemente para saludarlos, resultara estéril: hubo algunos anuncios destinados a complacer al campo, pero entre ellos ninguno estuvo relacionado con las retenciones. Para el campo, la importancia de las retenciones es tan simbólica como económica por ser el detonante de la ola de protestas que pulverizó la popularidad de los santacruceños, razón por la que desde los magnates de la soja hasta los chacareros más pobres machacan sobre el tema. Aunque a esta altura los funcionarios del gobierno sabrán muy bien que a menos que se modifique el régimen correspondiente no habrá acuerdo alguno que sirva para que el campo se sienta conforme, insisten en mantenerlas tal y como están porque los Kirchner no quieren brindar la impresión de estar batiéndose en retirada frente a los productores rurales «oligárquicos».

Por lo demás, los integrantes de la Mesa de Enlace son conscientes de que el más contrario a cambiar el esquema vigente es, cuando no, Néstor Kirchner, el que pese a todo lo sucedido últimamente aún lleva la voz cantante en el gobierno de su mujer. Si bien es verdad que, en vista del estado precario de las finanzas nacionales, al gobierno le sería muy difícil llenar el hueco fiscal que dejaría una eventual reducción de las retenciones, perdería todavía más si el conflicto se agravara en los meses próximos. De no ser por la resistencia obstinada del ex presidente a ceder ante el campo, el gobierno ya hubiera podido salir del impasse reformando el sistema impositivo, porque es de eso que se trata, reemplazando las retenciones a las exportaciones del campo por impuestos a las Ganancias que los productores rurales tendrían que pagar como los demás, pero es evidente que dicha alternativa no le interesa.

Los dirigentes rurales no tienen motivos para dudar de que la política agropecuaria de los Kirchner se inspira en la noción de que el campo es por naturaleza «derechista» y por lo tanto hay que considerarlo un enemigo. Lo que están pidiendo es un cambio estratégico que tome en cuenta el hecho de que el campo constituye el sector más dinámico y más promisorio de la economía nacional y que en consecuencia lo más sensato sería ayudarlo a crecer. Como afirmó el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Hugo Luis Biolcati, al inaugurar la 123ª Exposición Rural de Palermo con la asistencia de muchos referentes opositores pero en ausencia de cualquier funcionario del gobierno nacional, «el campo está cansado de ser la mansa vaca lechera que se deja ordeñar para cubrir el costo de la ineficiencia y de las políticas equivocadas». Sucede que desde hace décadas políticos como los Kirchner están acostumbrados a tratar al campo como si fuera un sector aparte, una especie de enclave ajeno al resto del país cuyos intereses no coinciden con los del «pueblo». Tal postura se hizo patente nuevamente el año pasado cuando los Kirchner se esforzaron por convencer a la ciudadanía de que no hubo diferencias entre los hombres del campo y los golpistas de otros tiempos y parecieron regodearse con la sequía devastadora. Huelga decir que en aquella ocasión la mayoría repudió la absurda tesis kirchnerista, solidarizándose con el campo. Aunque a partir de entonces la política nacional ha dejado de girar en torno al conflicto y el campo no cuenta con el apoyo irrestricto de opositores preocupados por el deterioro económico, al gobierno no le será dado seguir haciendo gala de la misma indiferencia hacia los intereses básicos de los productores rurales que le parecía normal antes de que la «vaca lechera» por fin se rebelara contra sus exigencias excesivas. Mal que le pese, tendrá que obrar con más inteligencia. De lo contrario, los costos económicos del conflicto para el país, que ya está en recesión, se harán aún mayores de lo que ya han sido.


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