#8M: ¿Por qué será que cocinar es entendido como una forma de opresión?

Una vez más, Victoria Rodríguez Rey con su profunda y sutil escritura insiste con una idea suya: “controlar el fuego para luego cocinar y alimentarnos es modificar la naturaleza y al hacerlo nos transforma en seres humanos”. En este nuevo #8M va este análisis para asumir.

Por Victoria Rodríguez Rey

Apuntes sobre el poder de la cocina

Cocinar es una técnica cultural. Es una práctica sublime que tiene la capacidad de combinar el universo natural y el mundo social. Cocinar es la actividad que nos diferenció del mundo animal, es de donde surge la cultura y la prolongación de la especie. Cocinar resulta una de las grandes revoluciones de la historia, por el poder transformador que tiene para la sociedad. El fuego como elemento central, como generador de calor, luz y protección, reúne, organiza el encuentro en una pequeña escala, y define funciones y responsabilidades a nivel comunitario. Controlar el fuego para luego cocinar y alimentarnos es modificar la naturaleza y al hacerlo nos transforma en seres humanos.

Para transformar la realidad, o al menos hacer un aporte de cambio, siempre se necesaria la acción y participación en el ámbito público, sin embargo cocinar es una forma de rebelarse desde un espacio íntimo y clandestino. Es pararse frente a la especialización que nos debilita, generando subordinación e ignorancia, es alentar la producción a ser simplemente anestesiados consumidores. Cocinar es esencial.

“Adelitas en la retaguardia” de Juan Bandera

La mujer en la “cocina”

La preparación de los alimentos es compleja y generalmente está a cargo de las mujeres. Desde las primeras sociedades agrícolas el proceso alimentario que integra las fases de planificación, organización, producción, elaboración, aprovisionamiento, almacenaje, distribución, consumo y conservación han sido parte del mundo femenino. El control del fogón como el manejo de semilla pertenece a la mujer. La combinación entre la elaboración de alimentos y el desempeño de las mujeres en esa actividad generó una serie de innovaciones y transformaciones tecnológicas que llegan al día de hoy: fueron las responsables de la fermentación alcohólica, de los métodos de conservación, del desarrollo de herramientas para la molienda, trituración, presión de semillas y frutos. Cocinar, desde siempre, es un lugar de poder.

¿Por qué será que cocinar es entendido como una forma de opresión?

Cuando el alimento se industrializó y la publicidad promovió la liberación de la mujer mostrando una caja de cubos de carne condimentada tamaño familiar la realidad se empañó. Sin embargo es obligatorio pensar la fórmula al revés: organizarse, sembrar, criar, matar, cosechar es una manera natural de liberarse de las corporaciones. ¿Será entonces que cocinar nos convierte en sujetos políticos de cambio?

Las mujeres han realizado la mayor parte del trabajo relacionado con la cocina. Defender ese rol, es defender el trabajo. Sin embargo cuando la mujer y el hombre salen de sus hogares para buscar el trabajo rentado surge la inquietud, aún no resuelta, de saber quién se encargará de las actividades hacia adentro del clan. Para el mercado se trata de una de las tantas tareas domésticas invisibles, silenciosas, no registradas, sin embargo imprescindibles. Esta renegociación pendiente, de la división laboral familiar, llevó a que las mujeres, según estadísticas, trabajasen aproximadamente 20 horas semanales más que los hombres profundizando la desigualdad en la distribución del trabajo. Importante es señalar que, cuando el poder adquisitivo lo permite, se contrata el servicio de otra mujer para las tareas del hogar. Esta decisión no colabora en lo más mínimo para cerrar la brecha de la desigualdad. Por otro lado mientras no se resuelva quién se encarga del trabajo no rentado pero fundamental del hogar, el mercado avanza particularmente sobre las alacenas de los sectores medios y bajos con productos cada vez más cargados de ingredientes sintéticos y duraderos que nos distancian de la naturaleza e industrializan el acto de comer. Las consecuencias sociales, culturales y ambientales son profundas y urge hacer algo.

“Guerrillera del norte” de Juan Bandera

Apenas cocinar en casa

En este sentido y siguiendo con la curiosidad en encontrar recetas que colaboren con el análisis de la realidad, donde escasean las cacerolas heredadas y avanza el marketing alimentario astuto, indagar sobre el tan devaluado trabajo de cocinar levanta polvareda. ¿Será que cocinar para la familia resulta un trabajo ingrato o será que la sociedad heteronormativa lo consideró así por haber sido desempeñada mayormente por la mujer?

La cocina doméstica fue devaluada por doble vía. Por un lado la sociedad occidental y patriarcal impuso que se trataba de algo menor que bien puede hacer el sexo “débil” y por otro lado se salió a pedir igualdad de oportunidades aceptando que cocinar no es un trabajo importante como lo puede ser el rentado. ¿Por qué será que en la cocina no doméstica, rentada, el hombre es chef y la mujer cocinera; el hombre disfruta de la actividad al fuego mientras que para la mujer resulta una obligación constitutiva del ser?

En tiempos tiranos donde apremia salir y volver a parar la olla, es difícil detenernos en analizar actividades tan repetidas, comunes, cotidianas y naturales como es cocinar y alimentarnos. Sin embargo una vez que comprendamos el poder que tiene la cocina para seguir reproduciendo la vida, transformando la sociedad, alimentar el espíritu, transmitir identidad colectiva, cocinar no será entendido como una actividad de opresión, ni la cocina como un recinto relegado.

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